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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 412 | Julio 2016

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Internacional

Economía verde: ¿la nueva fórmula mágica?

Los promotores de la “economía verde” la presentan como modelo para resolver la crisis ecológica y económica. ¿De verdad puede hacerlo? Éstas son las nueve tesis del libro “Crítica de la economía verde”, publicado en alemán por tres miembros de la Fundación Heinrich Böll en noviembre de 2015. Los autores cuestionan los supuestos básicos de la economía verde, sus hipótesis y las soluciones que propone

Barbara Unmübig / Lili Fuhr / Thomas Fatheuer

En el imaginario dominante la economía verde quiere dejar atrás el uso de combustibles fósiles, lo que resulta un mensaje atractivo y optimista: la economía puede seguir creciendo y el crecimiento puede ser verde, e incluso puede impulsar más crecimiento… ¿Es posible eso?

ES UN ASUNTO DE FE
Y DE CEGUERA SELECTIVA


Reconciliar protección climática y la conservación de recursos con el crecimiento económico en un mundo finito e injusto es una vana ilusión. Por las asociaciones positivas que promueve, el término “economía verde” sugiere que el mundo tal como lo conocemos puede seguir igual que siempre gracias a un paradigma de crecimiento “verde” que logre mayor eficiencia y un bajo consumo de recursos.

Sin embargo, esta promesa requiere eliminar de forma deliberada la complejidad para, a cambio, tener una enorme fe en los milagros de la economía de mercado y de la innovación tecnológica, mientras se ignoran y se dejan de abordar las estructuras de poder económico y político vigentes. La economía verde se convierte así en un asunto de fe y de ceguera selectiva.

La economía verde sólo podrá ser una opción viable para el futuro si reconoce los límites planetarios y si garantiza una reducción radical de emisiones de gases de efecto invernadero y una justa distribución de los recursos y de su consumo.

LA ECONOMÍA VERDE QUIERE
REDEFINIR LA NATURALEZA


La economía verde pretende corregir los fallos del mercado ampliándolo, en lugar de repensar la producción y el consumo. Sus defensores abogan por la preeminencia de la economía como respuesta decisiva a la actual crisis. En consecuencia, buscan corregir los fallos de la economía de mercado ampliando el mercado y buscando que el mercado abarque realidades que antes escapaban a su dominio, para lo cual redefinen la relación entre Naturaleza y economía.

El resultado es una nueva versión del concepto de Naturaleza como “capital natural” y de los recursos naturales como “servicios económicos del ecosistema”. En lugar de repensar la producción, la distribución y el consumo, en lugar de transformar las maneras como producimos, como distribuimos y como consumimos, la economía verde trata de redefinir la Naturaleza midiéndola, registrándola, asignándole valores que luego anota y coloca en una balanza, atribuyéndole después una “moneda” mundial y abstracta, los “créditos de carbono”.

Esta forma de pensar oculta las múltiples causas estructurales de la crisis ambiental y climática, dejándolas fuera de toda consideración en la búsqueda de soluciones para salir de la crisis. Las consecuencias de un enfoque como éste se reflejan también en los nuevos mecanismos de mercado para el comercio de “créditos de biodiversidad”, que en muchos casos no evitan la destrucción de la Naturaleza, sino que de forma simplista la organizan según los criterios del mercado.

La economía verde reduce la necesidad de una transformación fundamental a una cuestión de mera economía, dando la impresión de que puede aplicarse sin mayores sobresaltos ni conflictos. Ni siquiera se hace la pregunta decisiva: cómo crear un mejor futuro con menos bienes materiales, con una perspectiva distinta y con una mayor diversidad.

NO BASTA REDUCIR
LAS EMISIONES DE CARBONO


La economía verde establece su principal estrategia de descarbonización en una especie de mantra: “poner precio al carbono”. Sin embargo, ese reduccionismo, a un precio y a una unidad monetaria -los créditos de carbono- es unidimensional.

La descarbonización puede significar muchas cosas: la eliminación gradual del uso de carbón, petróleo y gas; la compensación de emisiones de combustibles fósiles almacenando cantidades equivalentes de carbono en plantas o suelos; el uso de tecnología para capturar y almacenar carbono a escala industrial… Desde el punto de vista de ventajas sociales y ecológicas cada una de estas opciones lleva a resultados totalmente distintos.

La crisis mundial es más que una crisis climática. El sistema de “límites planetarios” ya ampliamente reconocido y establecido por el Centro de Resiliencia de Estocolmo, identifica tres áreas donde hemos excedido los límites de seguridad tan sólo en la esfera ecológica. Esas tres áreas son: cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación de nitrógeno, en particular por el abuso de fertilizantes en la agricultura.

La economía verde hace caso omiso de las complejidades y las interacciones de estas tres crisis y reduce el proyecto de salvar al mundo a una narrativa simple sobre el modelo económico.

LA ECONOMÍA VERDE HACE
DE LA INNOVACIÓN UN FETICHE


La fe y la confianza en la innovación tecnológica son esenciales para las promesas que difunde la economía verde, que da relevancia a la innovación, pero no la coloca en un contexto de intereses y estructuras de poder.

No hay duda de que requerimos innovación. Tampoco hay duda de que para llevar a cabo una transformación integral la requerimos en todos los ámbitos, no sólo en el ámbito tecnológico, también en el ámbito social y en el cultural.

La innovación, particularmente la tecnológica, debe valorarse siempre en su contexto social, cultural y ambiental. Después de todo, la innovación no representa siempre progreso de forma automática ni con ella se obtienen resultados concluyentes. La innovación obedece a los intereses y estructuras de poder de quienes la promueven. En consecuencia, muchas innovaciones no contribuyen a una transformación fundamental, sino que legitiman el estado de cosas y, con frecuencia, prolongan la vida de productos y sistemas que dejaron de ser adecuados para un futuro positivo.

La industria automotriz, por ejemplo, produce motores con un consumo de combustible cada vez más eficiente, pero que son más grandes y más pesados que nunca. También ha probado esta industria ser altamente innovadora en sus formas de camuflar los resultados en las pruebas de emisiones de gases contaminantes, como lo demostró el reciente escándalo de la Volkswagen. Además, la industria automotriz reemplaza combustibles fósiles por biocombustibles, altamente problemáticos, tanto social como ecológicamente ¿Podemos esperar que esta industria juegue un papel destacado en una transformación que reestructure radicalmente nuestros sistemas de transporte público en detrimento de los autos privados?

Las innovaciones cambian nuestras vidas, pero no operan milagros. La tecnología nuclear no resolvió el problema energético mundial. La llamada “revolución verde” tampoco terminó con el hambre en el mundo. Los ejemplos de la energía nuclear, de la ingeniería genética y de la geoingeniería muestran cuán controvertida es la tecnología si se dejan de examinar previa y detenidamente en todas sus dimensiones sus limitaciones y los daños sociales y ecológicos que provocan.

LA ECONOMÍA VERDE HACE UNA
FALSA PROMESA DE EFICIENCIA


Es verdad que nuestra economía es crecientemente eficiente y eso es positivo. Sin embargo, al paso que vamos esa eficiencia será insuficiente.

Veamos sólo el ejemplo de los electrodomésticos, que consumen cada vez menos energía, pero como en nuestros hogares hay cada vez más aparatos eléctricos que nunca, eso reduce, cuando no neutraliza, el efecto positivo de su creciente eficiencia y ahorro de energía.

Si bien resulta posible desvincular crecimiento y consumo de energía, tenemos que hacer aún más para alcanzar la transformación necesaria y eso significa conseguir una reducción radical y absoluta del consumo de energía y del consumo de recursos, especialmente en los países industrializados. Alcanzar esa reducción absoluta no es factible sin cuestionar las bases del crecimiento en el actual modelo de prosperidad.

No existe un escenario factible que combine crecimiento económico con una absoluta reducción del consumo ambiental y una mayor justicia mundial en un mundo de 9 mil millones de habitantes.

ES APOLÍTICA E IGNORA
LOS DERECHOS HUMANOS


La economía verde tiene numerosos puntos ciegos. Se preocupa poco de los aspectos políticos, apenas si registra los derechos humanos, no reconoce a los pueblos inmersos en los procesos económicos, ignora a los actores sociales y sugiere que es posible hacer reformas sin provocar conflictos. Ignora conflictos sociales como los que surgen con la construcción de parques eólicos o grandes represas hidroeléctricas y no responde a la pregunta de quién posee capacidad de almacenar el carbono de los bosques.

Ante la creciente conciencia de que ya no es una opción que las cosas sigan igual, la economía verde proporciona un vehículo supuestamente no político que hegemoniza la trayectoria de la transformación, pero que, al mismo tiempo, oscurece los intereses económicos y políticos, oculta las estructuras de poder y de propiedad, olvida los derechos humanos y no tiene en cuenta los recursos con que cuenta el poder.

EL FUTURO EXIGE POLÍTICAS
AMBIENTALES REALISTAS


Para responder adecuadamente a los desafíos del futuro necesitamos una visión realista del mundo, una visión sin las distorsiones de una vana ilusión, como de hecho es la que ofrece la economía verde.

Ni las soluciones serán simples ni todo resultará en un escenario “ventajoso para todos”. No siempre será posible reconciliar ecología y negocios. La transformación necesaria afectará intereses poderosos y habrá perdedores. No podrá conseguirse la transformación sin duras negociaciones, sin conflictos y sin resistencias.

Este realismo representa una llamada a la acción, particularmente a la acción de quienes son responsables de formular políticas. La gobernanza ha sido la clave para mayores avances ambientales. La protección de hábitats humanos y naturales, motivada políticamente y aplicada sin excepciones, resulta mucho más efectiva que la monetización de la Naturaleza y de los espacios vitales de los pueblos que durante milenios han protegido sus ecosistemas.

HAY OPCIONES FACTIBLES


No faltan las opciones ni los buenos ejemplos. La agricultura orgánica, incluso a gran escala, ya es una realidad y constituye un sector de la economía altamente productivo. Ya han sido desarrolladas y probadas en sus fases iniciales las bases teóricas de formas alternativas de sistemas de movilidad en redes, que no descansan prioritariamente en el uso del vehículo privado, aunque tampoco se han descartado los automóviles con cero emisiones.

Aunque no se necesita regular sobre cada minucia, en ocasiones son indispensables las prohibiciones específicas sobre sustancias como las gasolinas con plomo, los insecticidas altamente tóxicos y los CFC (clorofluorocarbonos), en la medida en que su uso se pueda monitorear de forma independiente y con umbrales de exposición bajos. Existen opciones si la innovación no queda confinada al concepto de la innovación tecnológica. También constituyen una innovación los nuevos estilos de vida y las nuevas formas de vida urbana. Un suministro descentralizado de energía renovable está en el ámbito de lo posible, como lo está la eliminación de subsidios dañinos para el medioambiente. En gran medida, no hay escasez de opciones, sino dificultad para ponerlas en práctica, especialmente ante las reticencias de intereses minoritarios atrincherados. Y desde esas posturas reticentes, detenerse a analizar cómo responder a la pregunta “Cómo podemos alcanzar un crecimiento verde” carece de sentido…

LA RE-POLITIZACIÓN
DE LA POLÍTICA AMBIENTAL


Es esencial un realismo radical para tener una comprensión de la ecología política, que no se amilana ante cuestionamientos incómodos y que busca que una transformación social y ecológica justa beneficie a las mayorías de cualquier sociedad.

Debemos re-politizar la política ambiental y regresar al término “ecología política” como una forma de comprender la complejidad de las relaciones entre política y ecología y entre los seres humanos y la Naturaleza. Debemos lograr que la política y los controles ambientales precedan a los intereses económicos.

Las innovaciones sociales, culturales y tecnológicas deben estar más íntimamente entrelazadas. Las innovaciones tecnológicas -en particular, sus impactos sociales y ecológicos- deben estar sujetos a un amplio debate y al control democrático.

“Enverdecer” la economía con la conservación de los recursos, con la transición hacia energías renovables, con una mejor tecnología, con incentivos económicos efectivos y con impuestos es, sin lugar a dudas, un paso hacia la solución.

Aun teniendo en cuenta esto, hay que entender que el proyecto de una transformación socio-ecológica integral trasciende esto y debe cuestionar el poder establecido, dar prioridad a estructuras democráticas y a procesos de toma de decisiones democráticas que pongan en el centro los derechos ambientales y los derechos humanos fundamentales.

Revertir las tendencias actuales requiere más radicalidad que las propuestas de la economía verde. Eso no será posible sin pasión y sin optimismo, tampoco sin conflictos y sin lucha. Nuestro libro es una invitación al debate.

UNMÜßIG ES PRESIDENTA DE LA FUNDACIÓN HEINRICH BOLL,FUHR ES JEFA DEL DEPARTAMENTO DE ECOLOGÍA Y DESARROLLO SUSTENTABLE DE LA FUNDACIÓN, FATHEUER ES SOCIÓLOGO Y FILÓLOGO. TEXTO PUBLICADO EN EL BOLETÍN DE JUNIO DE 2016 DE LA FUNDACIÓN. EDICIÓN DE ENVÍO.

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