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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 268 | Julio 2004

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Honduras

Monseñor Virgilio: un obispo como Dios manda

“¿Y usted es delegado de la Palabra o es catequista?” -preguntó un sacerdote que impartía una charla en el centro de capacitación de la parroquia de Tocoa a uno más entre decenas de campesinos y campesinas-. “Soy su humilde servidor, el obispo de Trujillo” -contestó Monseñor Virgilio López, quien participaba en el evento. Ahora que Monseñor Virgilio ha muerto, abundan testimonios como éste.

Ismael Moreno, SJ

En un ambiente atiborrado de pueblo sencillo, venido de los cerros y de los valles, Monseñor Virgilio López Irías fue sepultado en la Catedral de Trujillo el sábado 26 de junio. El 29 de septiembre este obispo, religioso franciscano, cumpliría 67 años de edad. El 7 de octubre, 17 años de haber sido consagrado obispo, en la misma Catedral en donde su pueblo lo despidió.

El común recuerdo que guardan quienes estuvieron en su consagración como Obispo de Trujillo fue el tremendo aguacero de aquel día de octubre de 1987: “Como pocas veces se había visto, a pesar de los tantos aguaceros que caen en la costa norte”. Tanta lluvia, como prefigurando los grandes problemas que lloverían sobre aquel hombre tímido. Los enfrentó todos con la misma tranquilidad parsimoniosa con la que conversaba con sus sacerdotes o con cualquier persona que lo buscaba para ser escuchado. El día de su funeral el sol era brillante, ardiente, como queriendo confirmar las esperanzas que Monseñor supo dejar a una Iglesia a la que él le hereda un rumbo: caminar bajo el brillo de la sencillez y la humildad para que así brille el evangelio respondiendo al clamor de los pobres.

“A partir de ahora nos vamos a ir dando cuenta de lo que hemos perdido -dijo uno de los coordinadores de la pastoral-, porque a Monseñor lo buscábamos y lo encontrábamos siempre, allá en su banquita de madera, sin permiso y sin protocolos, en camiseta, con su cruz sencilla de madera y con su palabra tan suave como exigente. Hasta ahora tuvimos un Pastor. Nuestro miedo es que ahora tengamos a un obispo con protocolo y con permisos, con uniforme y con liturgia, con ordeno y mando y con el dogma por delante de los pobres”.

AL FRENTE
DE LA DIÓCESIS MÁS CONFLICTIVA

La muerte de Monseñor Virgilio aconteció tras un accidente de tránsito mientras buscaba mejorar su quebrantada salud para seguir sirviendo a su pueblo. Al saber la trágica noticia, la gente lo acompañó en vela y sin descanso cuatro días enteros. Desde el primer testimonio al conocerse su muerte hasta la homilía final del Cardenal Rodríguez en la misa de funeral, todos destacaron la humildad y sencillez de su persona y su capacidad de servicio. Casi nadie recordó que a un obispo tan tímido le tocó pastorear la diócesis más conflictiva del país, y que en el conflicto tuvo siempre la palabra oportuna de denuncia, transformando su timidez y humildad en cercanía y compromiso con las víctimas.

Para nadie es un secreto que entre La Mosquitia y La Ceiba, pasando por Sico y Tocoa, se encuentra el corredor teñido con la blanca cocaína más grande del país. Encerrada Honduras en el muro de la impunidad, los departamentos de Colón y Gracias a Dios son tierra donde impera la ley del más fuerte, o más bien, son tierra sin ley, la zona donde los responsables de aplicar la justicia se convierten pronto en los responsables de torcer las leyes para que los delincuentes de más alto vuelo puedan figurar como honorables personajes de la sociedad.
Durante los años 70 y 80 el Aguán se convirtió en la región de mayor recepción de migrantes de casi todas las regiones del país. La tierra pasó a representar la mayor fuente de poder y de riqueza. Cuando Monseñor Virgilio asumió la diócesis, las tierras de las cooperativas campesinas comenzaban a pasar a manos de voraces empresarios como Miguel Facussé y Jaime Rosenthal, generándose una cadena de conflictos agrarios que desde los 90 hasta la fecha han provocado el creciente empobrecimiento de los campesinos de las montañas y olas de migración, ahora en sentido contrario: del campo hacia la ciudad, de la región del Aguán hacia las maquilas del Valle de Sula y de Honduras hacia Estados Unidos.

APOYADO EN LOS CURAS Y EN LA GENTE

¿Cómo explicar que un hombre tan débil y tan tímido haya conducido por casi 17 años una diócesis tan conflictiva, alcanzando tan gran liderazgo dentro de la Iglesia hondureña? Monseñor Virgilio supo enfrentar siempre los problemas desde su cercanía con los más pobres, construyendo un liderazgo no del obispo sino de toda la Iglesia diocesana.

Supo apoyarse en su clero y en el laicado. Uno de sus mejores aportes fue saber descubrir los talentos de sus colaboradores para hacer frente con ellos a los desafíos de la evangelización y de la misión profética de la Iglesia. Todas las personas que tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado coinciden en que Monseñor Virgilio les hizo sentirse que valían y a la vez, que sus talentos no debían volverlas ni orgullosas ni soberbias. Realmente, ante Monseñor era muy difícil ser soberbio o sentirse importante. Era sutil el aguijón del cuestionamiento sin palabras que emanaba de su personalidad.

Durante los años que estuvo bajo la guía de Monseñor Virgilio la Diócesis de Trujillo se destacó por su misión social y profética. Desde el primer plan diocesano, en 1989, la pastoral de la tierra y la lucha por la identidad cultural formaron parte de las prioridades apostólicas. La misión evangelizadora estuvo siempre unida a la denuncia y a la construcción de estructuras para la pastoral social. Ya en diciembre de 1991, Monseñor Virgilio debió celebrar la misa de cuerpo presente de Chungo Guerra, dirigente campesino y delegado de la Palabra de Dios, asesinado por su compromiso en la lucha por la tierra para los campesinos. En 1997 le tocaría acompañar en su último adiós a Carlos Escaleras, asesinado por defender el medio ambiente. Un año atrás, en octubre de 1996, Monseñor Virgilio se convirtió en el más firme opositor a la construcción de una refinería en las costas de Trujillo por sus consecuencias antiecológicas y antihumanas.

En 1995 Honduras conoció por primera vez la democrática fórmula del plebiscito, en el contexto del debate en torno al servicio militar obligatorio. Se buscaba abrogar un método de reclutamiento que había cobrado decenas de víctimas juveniles en todo el país y en el territorio de la diócesis. Monseñor Virgilio apoyó firmemente la decisión de convocar el plebiscito y fue uno de los primeros en llegar a depositar su SÍ a favor de convertir el servicio militar obligatorio en un servicio militar voluntario y educativo.

1993 LA SANTA MISIÓN:
UNA IGLESIA CON IDENTIDAD

Tres momentos históricos fueron especialmente relevantes en la vida de Monseñor Virgilio López como obispo de Trujillo: la organización de la Santa Misión Diocesana en 1993, la tragedia del huracán Mitch a finales de 1998, y la conmemoración de los 500 años de la primera misa en tierra firme continental, el 15 de agosto del 2002.

De 1990 a 1992 se despertó un ambiente “misión” en algunas de las diócesis de Honduras. Esto animó a Monseñor Virgilio a proponer al Consejo Presbiteral la realización de una Santa Misión en la Diócesis de Trujillo. “Necesitamos -dijo- una misión que sea base y semilla de las comunidades cristianas y una reflexión en todas las parroquias que invite a la vida en comunidad”. La Asamblea aprobó la propuesta y se acordó iniciar el proceso organizativo para que 1993 fuera el año de la Santa Misión. El 9 de junio de 1992 -después de un acto político-religioso en memoria de los seis meses del asesinato de Chungo Guerra-, el Consejo Presbiteral aprobó el primer paquete metodológico y temático para poner en marcha la organización y la formación a nivel diocesano y en cada una de las parroquias. En aquella reunión se hizo una opción: el pueblo creyente sería quien definiría activamente el proceso, elaborando conjuntamente con los sacerdotes métodos y temas.

A finales de julio de 1992 se realizó el primer taller diocesano, en donde se definió la Santa Misión como “pobre, laica y enraizada en la realidad” y con una metodología participativa, creativa, popular y multiplicadora. El objetivo de la actividad misionera: “Impulsar una extraordinaria movilización misionera que anuncie la Buena Nueva de Jesús, que fortalezca y renueve la fe de los bautizados, activos y adormecidos, en el compromiso eclesial para crear espacios más humanos y comunitarios en la construcción del Reino de Dios”. Este objetivo general tendría una consigna o lema que en los años siguientes sería la identificación de la Diócesis de Trujillo: “Despierta pueblo, Dios habla y camina contigo”.
La Santa Misión contribuyó a fortalecer la identidad de la Iglesia diocesana, a consolidar el papel de los laicos y a confirmar la trayectoria y metodología de educación popular en las diversas pastorales parroquiales. De aquella experiencia, los miembros de la diócesis descubrieron la fuerza interna de la propia Iglesia.

Descubrieron que buscar respuestas venidas de afuera o esperar querer “misioneros” de otros lugares para encender la luz del Evangelio, es como querer buscar a Dios renunciando al misterio de la encarnación y quedarse esperando que Dios caiga del cielo. La Santa Misión promovida por Monseñor Virgilio rompió los moldes de las misiones tradicionales. Los misioneros salieron de las propias comunidades parroquiales, los materiales de estudio y de reflexión fueron elaborados desde la propia realidad diocesana y la metodología impulsada se definió desde la participación y la creatividad de las comunidades.

1998: EL HURACÁN MITCH
NOS PONE A PRUEBA

Las lluvias y los vientos huracanados del Mitch golpearon violentamente todo el territorio de la diócesis de Trujillo, poniendo a prueba las estructuras construidas a lo largo de más de una década y abriendo nuevos desafíos a la pastoral social y a la evangelización.

El devastador huracán estuvo estacionado durante varias horas enfrente de los costas de Trujillo y fue allí donde inició su veloz carrera para penetrar con violencia en el resto del territorio nacional. En ese momento, la diócesis de Trujillo vivía un proceso de reestructuración territorial y pastoral. La parroquia de Olanchito había retornado al cuidado pastoral de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, Bonito Oriental se estaba desmembrando de la parroquia de Tocoa para erigirse
en la parroquia “Siervo de Dios Mons. Oscar A. Romero” y el sector de Sico, más hacia el este de la costa atlántica, estaba en camino de desmembrarse de la zona garífuna de Sangrelaya. La promoción vocacional estaba dando los primeros sacerdotes, diversificados muy pronto en jesuitas, diocesanos y franciscanos.

El huracán Mitch vino a ponerlo a prueba todo, once años de organización diocesana. Los miles de damnificados y las masivas ayudas internacionales se convirtieron en una oportunidad para poner en marcha un programa general de pastoral social aprovechando la organización de las comunidades de base, la red de animadores de la palabra de Dios y los diversos proyectos sociales, comunitarios, agrícolas, sanitarios y jurídicos promovidos a lo largo de tantos años. Pero el Mitch colocó a la diócesis y a su obispo ante dos dinamismos. Uno, el dinamismo propio, el de promover a la persona y a las comunidades a partir de los recursos propios, contando con la solidaridad y el apoyo internacionales como complemento a los esfuerzos y a las luchas de las comunidades, nunca sustituyéndolos. Otro, el dinamismo avasallador de muchos organismos de ayuda internacional que encontraron una ocasión para el protagonismo y, en base a las ayudas económicas, imponer en las comunidades, temas, caminos y metodologías.

Las contradicciones entre estos dos dinamismos generaron una honda crisis dentro de la diócesis. Algunos, justificándose en la eficacia del trabajo y ante las múltiples necesidades de las comunidades, sucumbieron ante los ofrecimientos de los organismos de ayuda, generando ritmos de trabajo desproporcionados a la realidad y a las capacidades de la gente. Monseñor Virgilio sufrió en carne propia estos conflictos. Su estilo de vida y de trabajo y su cercanía a la gente se convirtió en factor decisivo para evitar que se impusiera el asistencialismo y el mesianismo. Tras varios años de esta conflictividad del post-Mich, había logrado reorientar la pastoral social, disminuyendo drásticamente las ayudas externas y promoviendo procesos que privilegiaran la participación y los esfuerzos de las propias comunidades.

2002: ENTRE LA HUMILDAD,
EL PODER Y LA APARIENCIA

La conmemoración de los 500 años en agosto 2002 puso de nuevo a la diócesis y a su obispo entre dos dinamismos.

El propio de las parroquias formadas en la metodología y contenidos de la Santa Misión y en los avatares derivados del Mitch. Y el dinamismo de la jerarquía de la Iglesia hondureña, interesada en la publicidad y en eventos portentosos, priorizándolos sobre procesos de formación y compromisos eclesiales.

A Monseñor Virgilio le tocó caminar entre tensiones, lo que desgastó su ya debilitada salud. Mientras él destacaba la formación de las comunidades en torno a los desafíos de la Iglesia para la evangelización en el nuevo siglo, el otro sector de la jerarquía destacaba el gran evento y procuraba la masiva presencia del pueblo sólo para que ovacionara a las personalidades invitadas. Esta celebración se convirtió en escenario de la confrontación entre dos modelos de Iglesia: la de la humildad y la sencillez inserta en procesos evangelizadores de base, y la Iglesia de neocristiandad, fuerte, dialogando con el poder y revestida de formalidades y apariencias.

Su humilde manera de ser y de vivir la Iglesia acompañó a Monseñor Virgilio durante toda su vida, desde que ingresó a la Orden Franciscana en 1964 hasta su muerte. Sin que él lo buscara o pretendiera, se convirtió en un aguijón en el cuerpo de la Iglesia hondureña. Mientras la tendencia de la institución eclesiástica privilegiaba el acercamiento a las estructuras de poder, Monseñor Virgilio caminaba con la gente, confundido entre ella. Mientras la tendencia institucional era lo grandioso, Monseñor Virgilio celebraba la vida y la esperanza en los barrios y en la profundidad de las montañas.

OTRA MARCHA POR LA VIDA
Y POR LOS BOSQUES

Se despidió de los hondureños Monseñor Virgilio en momentos en que su pueblo expresaba con gran fuerza su inconformidad con el actual gobierno de Ricardo Maduro. Los frentes de protesta contra el gobierno se multiplicaron en los días en que se lloraba a Monseñor. El 24 de junio, centenares de ambientalistas, con el sacerdote Andrés Tamayo -fundador del Movimiento Ambientalista de Olancho- al frente, iniciaron otra Marcha por la Vida -caminando 100 kms. hacia Tegucigalpa durante una semana- en protesta contra las políticas forestales del gobierno, exigiendo el cese del corte de árboles de madera preciosa (caoba, cedro, roble), la promulgación de una nueva ley forestal, un mayor control sobre las compañías mineras transnacionales y la eliminación de la Ley de Minería.

Se calcula que en Honduras se deforestan anualmente 120 mil hectáreas. El comité organizador de la Marcha y unas 1,500 personas confluyeron en la capital desde cuatro puntos del país -Siguatepeque, Choluteca, Danlí y Juticalpa- para entregarle al Presidente Maduro un documento en el que se señalan problemas capitales: “destrucción del bosque de mangle y la biodiversidad marina, contaminación química de las fuentes de agua, construcción de represas en reservas forestales...”

PODEROSA PROTESTA MAGISTERIAL

Otro poderoso frente de protesta activo esos mismos días fue el del gremio magisterial. Desde inicios del año, maestras y maestros de primaria y secundaria han presionado de diversas maneras al gobierno para que les paguen los salarios atrasados y para que se les incrementen. Actualmente, el salario mínimo magisterial es de 250 dólares mensuales. El Ejecutivo adeuda al gremio 317 millones de lempiras (unos 17 millones de dólares), pero solamente tiene capacidad para saldar 85 millones. El gremio no acepta esta reducción y el 7 de junio inició un paro indefinido. El 24 de junio, miles de maestros llegaron a Tegucigalpa de todo el país, bloqueando durante varias horas calles en las principales ciudades del país, carreteras y las tres fronteras terrestres.

Otro frente fue el sindical. El 23 de junio, miembros de la Federación Unitaria de Trabajadores de Honduras (FUTH) suspendieron una huelga de hambre que mantuvieron durante nueve días en las afueras del Congreso Nacional, anunciando nuevas movilizaciones. Los sindicalistas exigen a Maduro rebajar el impuesto sobre los combustibles, que el Estado controle este mercado, que estabilice la moneda y que controle los precios de los productos básicos.

A pesar de poseer un gran potencial para generar energía renovable -hidroeléctrica, eólica, geotérmica- el 60% de la electricidad que mueve la economía hondureña se produce con derivados del petróleo.

DE NUEVO, HORROR EN EL PENAL

Mientras la crisis crecía, el Presidente continuaba impertérrito ante la situación, ufanándose una y otra vez de garantizar seguridad manteniendo a raya a los pandilleros de las “maras”. En este contexto, organizaciones como el Comité de Familiares de Desaparecidos de Honduras han expresado sus sospechas de que las masacres de jóvenes en dos centros penales de Honduras -con poco más de un año de diferencia- es parte de una política de Estado. La intolerancia alentada por el gobierno contra los jóvenes pertenecientes a las maras a través de los medios de comunicación y de reformas penales represivas e inconstitucionales, azuzan hechos sangrientos, mientras se posterga la búsqueda de respuestas profundas y estructurales a los problemas sociales del país.

A mediados de mayo, y un año después del asesinato de 69 jóvenes en la Granja Penal de El Porvenir, 61 de los cuales pertenecían a la Mara 18 -sin que hasta el momento la justicia fuera aplicada y habiéndose comprobado la responsabilidad en los hechos de 52 miembros del Ejército, acusados por el Ministerio Público y sin embargo, conservados en sus puestos, fomentando la impunidad y el dolor de los familiares de las víctimas-, otro hecho macabro ocurrió en el Centro Penal de San Pedro Sula, donde murieron 104 jóvenes. Nueva expresión de la gravísima crisis del sistema penitenciario hondureño y de la ineficacia del sistema de justicia nacional.
La realidad demuestra que la población carcelaria del país sigue siendo víctima de violaciones sistemáticas de sus derechos humanos, por las permanentes características de las cárceles hondureñas: hacinamiento, disfuncionalidad e ineficacia del sistema penal, deterioro de las instalaciones, malos tratos, tolerancia al tráfico de drogas, la violencia y la corrupción y graves carencias en los servios de salud, alimentación, educación y recreación a los que tienen derecho los presos.

OTRO OBISPO COMO MONSEÑOR VIRGILIO

Monseñor Virgilio López descansa ya en la catedral de Trujillo, a 700 kilómetros de la capital, muy lejos de donde se toman las decisiones políticas del país. Su clero y su feligresía esperan un nuevo obispo. Después de su entierro comenzaron las reuniones para elegirlo, las sumas y restas de cálculos y conveniencias.

En las montañas, en las aldeas del valle y en los barrios de las ciudades de su diócesis, la gente agradece a Dios por haber tenido un obispo como Dios manda, un amigo que se sentó en sus mesas para compartir el conqué y las pequeñas esperanzas del camino. Y reza para que Dios les envíe otro obispo que siga alimentado su caminar y la esperanza de vivir y servir en una Iglesia donde, como lo soñó Rutilio Grande, Monseñor Romero y Monseñor Virgilio “cada cual con su taburete, tenga un puesto y una misión”.

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