Centroamérica
"Viví intensamente y éste es el legado de mi experiencia"
Desde el primer número de Envío, en junio de 1981 Xabier Gorostiaga escribió en las páginas de nuestra revista. Ahora, cuando ya vive intensamente del otro lado de la Vida, nos honramos en publicar uno de sus últimos textos.
Se lo solicitaron como un aporte al segundo Foro Social Nacional Mundial de Porto Alegre, de enero de 2002.
Xabier Gorostiaga
He tenido una gran dificultad al escribir este texto. Lo he hecho con una memoria cargada de vivencias y de recuerdos contradictorios, con una profunda alegría y pasión, al mismo tiempo que con una esperanza sufriente y un dolor recién encallecido. Pienso que mi intenso involucramiento en la crisis panameña y en la revolución nicaragüense como sacerdote pueda servir quizá a otros cristianos y cristianas para comprender las ambigüedades y contradicciones de este tipo de compromiso.
Antes de empezar a escribir, me sentí superado, imposibilitado de ser breve. ¿Qué hacer? ¿Un análisis de la economía política de estos treinta años, una memoria de las mejores vivencias y desengaños, o un intento de síntesis de algunas lecciones personales que puedan servir a otros cristianos en su caminhada? Me decidí por esta tercera opción, que implica algo de biografía personal y un esfuerzo de discernimiento y búsqueda ante un Siglo XXI confuso, incierto, provocador de perplejidad y al mismo tiempo pleno de posibilidades. Un siglo XXI fascinante por los cambios y por la velocidad que, aun sin rumbo, ha adquirido la historia. El cambio de época y la transición civilizatoria que estamos viviendo requieren de una ruptura epistemológica tanto en las praxis sociales como en la teología. Esta ruptura significa un cambio profundo, radical, en la forma de conocer, de sentir y de enfrentar la realidad que nos toca vivir.
Destaparé recuerdos y vivencias sobre los que nunca antes había escrito. Antes de hacerlo, quisiera que el carácter biográfico y personal de este relato sirviera para transmitirles una gran verdad en mi vida: el compromiso cristiano con los pobres y excluidos produce una gran felicidad. El rostro de los oprimidos debe estar siempre presente en nuestras acciones. Ese rostro ayuda a preservar la coherencia y la honestidad y llena nuestras vidas del sentido de la fraternidad. Al compartir los sufrimientos y las esperanzas de los pobres, sus tristezas y sus alegrías, se revela el rostro de Dios como único absoluto.
MI BAUTISMO LATINOAMERICANO FUE EN CUBASoy vasco-nicaragüense. Nací en 1937, en la dulce y entrañable Galicia, donde mis padres, nacionalistas vascos abertzales fueron a esconderse para escapar de la represión franquista. Desde mi primer año de noviciado jesuita, solicité ser destinado a Centroamérica. Toqué suelo latinoamericano el 18 de julio de 1958 en La Habana, donde viví los últimos meses del gobierno de Batista y el primer año de la Revolución Cubana. Ese bautismo latinoamericano al inicio del proceso de cambios en Cuba -que tan profundas repercusiones tuvo en Centroamérica- marcó mi vida con el compromiso de luchar por la transformación social y por el derecho de nuestros países a ganar autonomía y dignidad frente al Imperio, compromiso que se manifestaría después en mi participación política en Panamá, en Nicaragua y en toda Centroamérica.
Haber visto aquella primera efervescencia social en Cuba, la esperanza y las sonrisas de felicidad de los más pobres, me reveló que la opción por los pobres y su causa no es sólo una opción evangélica. Es también la mayor causa de alegría. Descubrí entonces que no puede haber felicidad personal si no implica y es fruto de una felicidad compartida. La breve experiencia cubana también me marcó como cristiano y sacerdote: no quise ver nunca a la Iglesia católica jugando el papel que jugó entonces en Cuba frente a los necesarios cambios sociales, repitiendo el papel que jugó durante la guerra civil española y la nefasta “cruzada franquista”.
En 1961-62 hice los estudios de filosofía en Ecuador y en México, donde la realidad de las culturas indígenas hicieron rebrotar en mí las raíces de mi identidad vasca. Resistir y defender la diversidad cultural para encontrar sentido a la propia identidad: he ahí una tarea muy actual. Recuerdo especialmente los veranos en la Taraumara, con aquel gran apóstol de los Rarámuris, el padre Branvila, que me ayudó a sentirme identificado con la causa indígena. En México, también viví la experiencia de conocer a Don Sergio Méndez Arceo, a Don Samuel Ruiz, a Ernesto Cardenal y a Ivan Illich en Cuernavaca. También al Abad Lemercier y su experiencia de repensar el cristianismo desde la libertad y la subjetividad humana. Será una constante en mi vida el hallar en el camino a seres humanos ejemplares, que actuaron como espléndidos inspiradores del sentido de la vida y del humanismo cristiano.
Sufrí una gran desilusión al no poder seguir los estudios de economía que había iniciado en México y fui destinado, a regañadientes, a Panamá. Dios escribe el destino de nuestras vidas en líneas torcidas y en un idioma que sólo la experiencia y el tiempo permiten traducir adecuadamente. En Panamá, en el Colegio Javier de la burguesía panameña, coincidí en los estudios de magisterio con César Jerez y con Juan Hernández Pico, dos jesuitas que, junto a otros, hicieron historia en Centroamérica y América Latina con los CIAS (Centros de Investigación y Acción Social). Conocí y trabajé también con el jesuita Manuel Aguirre, fundador de los Cursillos de Capacitación Social, que estuvieron en el origen de la izquierda cristiana, desgajada de la Democracia Cristiana en Venezuela, Colombia y Centroamérica.
Dediqué la mayor parte de mis tres años de magisterio a trabajar en esos Cursillos, en la formación de una generación de panameños y centroamericanos que después jugarían importantes papeles en los movimientos políticos revolucionarios de Centroamérica. Varios de estos cursillistas de capacitación social fueron asesinados y heridos el 9 de enero de 1964, portando la bandera panameña en la Zona del Canal, exigiendo el cumplimiento de los acuerdos que el Presidente Kennedy había firmado con Panamá y que los zonians se negaban a aceptar. Mi compromiso con Panamá y la lucha por la recuperación del Canal está sellado con la sangre de aquellos amigos. Fue también en Panamá donde, a través de la Revista Mensaje de Chile, comencé a vincularme con la experiencia de los cristianos chilenos que en los años 70 culminaría en la creación de Cristianos por el Socialismo.
EL PROBLEMA VASCO MARCÓ MI VIDAEn 1965-69 realicé mis estudios de teología en la Universidad de Deusto, en el País Vasco. La crisis en España y la crisis vasca atravesaba por sus momentos más duros en la lucha contra el franquismo. Me hice miembro de la Misión Obrera y participé activamente en las grandes huelgas de aquella época. Realicé varios encuentros con la JOC y la HOAC, lo que profundizó mi vocación social. Dos jesuitas dejaron una huella profunda en esta vivencia: el jesuita David Armentia, sacerdote obrero, y el sociólogo José María Díaz Alegría. Ambos tuvieron después que dejar la Compañía de Jesús. Las dolorosas crisis de la Misión Obrera con la Iglesia católica, por ser fieles a la causa de los pobres en Europa, me adiestraron para perseverar en crisis semejantes que años después viviríamos los teólogos y científicos sociales de la liberación con la jerarquía eclesiástica, especialmente en Nicaragua.
La creación del CIASCA (Centro de Investigación y Acción Social para Centroamérica) es clave para comprender el aporte de los jesuitas a la vivencia cristiana en Centroamérica. Una docena de estudiantes jesuitas centroamericanos formados en ciencias sociales, trabajando en equipo y con una visión precursora de Centroamérica como una región integrada, crearon en 1965 el CIASCA, que se fundó en L’Action Populaire de París. En este proceso fuimos asesorados por un grupo de jesuitas y cientistas sociales franceses: Jean-Yves Calvez, Pierre Bigo, Henri Chambre. Fue entonces y allí que se confirmó mi destino de estudiar economía en la Universidad de Cambridge, mientras mis otros compañeros estudiaban en importantes universidades de Estados Unidos: Chicago, Texas, Yale. A finales de los años 60 y en los años 70 la opción por la formación en ciencias sociales resultó fundamental para consolidar el papel que jugaría la Compañía de Jesús en Centroamérica en esos años.
Durante mis estudios de teología, otra experiencia que marcó mi vida fue el problema vasco, sobre todo el del clero vasco, exigiendo la organización de una Iglesia Vasca para poder acompañar a un pueblo que buscaba recuperar su identidad en el País Vasco, ese enclave situado en el corazón industrial de la Península Ibérica, a ambos lados de una frontera que lo vincula con el resto de Europa. El grupo de sacerdotes que conformaban el Gogortasun sufrió un grave castigo canónico en noviembre de 1968 con más de sesenta sacerdotes suspendidos a divinis por protestar contra las torturas de la policía franquista contra el pueblo vasco e iniciar una huelga de hambre hasta que la Iglesia se manifestara contra esta práctica. Cuatro meses después de ser ordenado sacerdote en Loyola se me castigó temporalmente: no podría ejercer el sacerdocio por participar en la lucha contra las torturas.
LA BÚSQUEDA DE LA JUSTICIA
NOS LLEVA A VIVIR CONFLICTOS EN LA IGLESIA La experiencia en la crisis vasca me ayudó a profundizar en el sacerdocio como la decisión, inspirada en San Ignacio de Loyola, de en todo amar y servir, aun teniendo que entrar en conflicto con otros deberes y obligaciones eclesiásticas. La búsqueda de la justicia y de la fraternidad no permite escapar de los conflictos religiosos, y así lo vivió Jesús con las autoridades religiosas de su tiempo. La conflictividad eclesial por la causa de los pobres es siempre un momento de revelación y de discernimiento, complejo y ambiguo, pero necesario para purificar las tentaciones del poder. Según la experiencia de mi vida, considero que la búsqueda del poder, hecha en nombre de la justicia y de los pobres, ha sido la peor corrupción de la izquierda y también de la Iglesia.
La experiencia de mis raíces vascas me ayudó a encarnarme más en América Latina. Y me ayudó a empezar a entender que la violencia, sobre todo la que emplea métodos terroristas, no hace más que opacar la dignidad y la justicia de cualquier causa, la causa vasca, la causa centroamericana o la del movimiento que hoy busca una globalización alternativa. La violencia fragmenta y genera grupos sin proyecto.
Mi involucramiento en la cuestión obrera y vasca adelantó mi salida del País Vasco en 1968 para comenzar mis estudios de economía en la Universidad de Cambridge. Estos estudios (1969-71 y 1975-76) respondieron al plan estratégico de preparar en ciencias sociales a una nueva generación de jesuitas latinoamericanos, para consolidar la opción por los pobres con un análisis y una investigación de calidad. Cambridge incidió en mi vida con el rigor de los estudios de economía y con el conocimiento de la economía marxista, a través de extraordinarios profesores como Joan Robinson, Maurice Dodd, Piero Srafa. Conocí también a intelectuales británicos -Julián Filochowsky y Valpy Fitzgerald- y a importantes intelectuales latinoamericanos estudiando en Inglaterra, con los que siempre mantuve una estrecha amistad. En la segunda fase de Cambridge, en 1975, conocí a exiliados chilenos en Europa. Varios de ellos vinieron años después a Nicaragua y cooperaron en mis tareas en el gobierno revolucionario.
En Cambridge tuve también la oportunidad de ponerme en contacto con las ONG de desarrollo, tanto del Reino Unido como de Europa (CAFOD, Christian Aid, Oxfam, y las holandesas NOVIB, IICO y CEBEMO, CCFD de Francia, y Diaconía de Suecia, etc.). Con todas ellas mantuve durante muchos años una estrecha cooperación y todas ellas brindaron un soporte, tanto económico como político, a las experiencias de transformación social en los países de Centroamérica. En los años 80, estas instituciones fueron compañeras de nuestros trabajos en la región. Miembros de estas agencias dedicaron muchos años de su vida a contribuir a hallar soluciones a la crisis centroamericana. En los años 70 y 80 estas redes de solidaridad se anticiparon a las actuales redes de solidaridad global, indispensables para construir una globalización alternativa en el Siglo XXI.
LA UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE
TOCÓ POCO MI CORAZÓNCambridge me ayudó a conformar la carrera universitaria, pero tocó poco mi corazón. Las grandes universidades corren el peligro de insensibilizar a sus alumnos frente al sufrimiento y la injusticia porque en ellas predomina una racionalidad magnificada, pero estrecha. Sin embargo, mi prolongada experiencia universitaria, importante por su calidad pero limitada en su sentido vital profundo, me serviría en los años 90 para mi rectorado en la UCA (Universidad Centroamericana) de Managua y para mi trabajo desde 1999 en AUSJAL (Asociación de Universidades de la Compañía de Jesús en América Latina).
La Universidad de Cambridge aceptó para mi tesis doctoral el tema del Canal de Panamá y el de la Plataforma de Servicios Transnacionales en Panamá. Mi regreso a Panamá en 1971, después del asesinato de Héctor Gallego, el primer sacerdote mártir de Centroamérica y uno de los primeros grandes “desaparecidos” de América Latina, me situó ante otro grave conflicto. Por un lado estaba mi amistad con Héctor y el conflicto que este asesinato creó entre la Iglesia católica y el gobierno de Omar Torrijos, involucrado en el crimen. Aunque Torrijos mantuvo simpatía y admiración por Héctor Gallego, encubrió su asesinato, posiblemente porque parientes cercanos suyos estuvieron vinculados a él. Por otro lado, estaba el ofrecimiento que me había hecho el Canciller panameño, Juan Antonio Tack, para que fuera asesor económico en las negociaciones del Tratado sobre el Canal de Panamá.
Después de negociaciones en las que intervino el arzobispo de Panamá, Marcos McGrath, decidimos aceptar ese cargo para apoyar la justa causa panameña. Y a la vez, con la misión eclesial de ayudar a superar la tensión entre la Iglesia católica y el gobierno de Torrijos. Este complejo dilema se suavizó con la carta conjunta de los obispos norteamericanos y panameños a favor de que Panamá recuperara el Canal, un documento histórico en la lucha canalera. La posición conjunta de los dos episcopados facilitó al Presidente Carter superar la oposición del senador Jesse Helms y de la recalcitrante derecha norteamericana, que todavía hoy pretende recuperar las bases militares del Canal con la excusa del Plan Colombia.
SIEMPRE TENDREMOS QUE LIDIAR
CON LA AMBIGÜEDAD DE LA POLÍTICA Estuve en Panamá entre 1971 y 1974, y nuevamente entre 1976 y 1979. La experiencia torrijista me sirvió para comprender la contradicción que supone la justicia de una causa y la ambigüedad de los medios empleados para defenderla. El torrijismo usó medios muy ambiguos para defender su justo proyecto: la cooptación del movimiento campesino, con los llamados corregimientos; los intentos de controlar a las comunidades de base cristianas de Panamá, sobre todo en San Miguelito; la manipulación de la causa indígena, con las Minas del Cerro Colorado. Las prácticas del “cañonazo” para comprar dirigentes populares y políticos provocaron un ambiente de creciente corrupción que culminó, después de la muerte de Torrijos -¿accidente o asesinato?-, en la bochornosa y patética figura política del General Manuel Antonio Noriega. La corrupción, el autoritarismo y el narcotráfico de Noriega, agente por muchos años de la CIA, tienen sus raíces en el proceso de corrupción permitido por el gobierno torrijista. En 1989 el caso Noriega sirvió de justificación para la invasión norteamericana a Panamá, con la destrucción del populoso barrio de El Chorrillo y la muerte de tres mil civiles. El objetivo último no era sólo Noriega, era mantener un control efectivo sobre el traspaso del Canal a manos panameñas en diciembre de 1999.
A pesar de todas sus ambigüedades, Omar Torrijos impulsó un paso histórico en la consolidación de la nación panameña. La ambigüedad que siempre existe en la política y en los políticos será un factor con el que los cristianos, especialmente los más comprometidos, tendrán que lidiar éticamente de forma permanente. No hay compromiso social “limpio”, sin ambigüedades éticas y políticas
La experiencia panameña y canalera me permitió conocer de cerca y desnudas las pretensiones de dominación de un imperio, Estados Unidos, sobre Panamá y el pueblo panameño, como antes ya lo había experimentado en Cuba con el pueblo cubano, y como posteriormente lo vería en Nicaragua y en Guatemala. Figuras tan lamentables como el senador Jesse Helms y el Secretario de Estado Henry Kissinger coincidieron en el proceso negociador canalero con personalidades que han merecido la simpatía y el respeto de los latinoamericanos, como el Presidente Carter y Sol Linowitz, negociador del Canal, con quien años más tarde trabajaría en el Diálogo Interamericano.
NO SE PUEDE ENTENDER CENTROAMÉRICA SIN
LA INJERENCIA CONSTANTE DE ESTADOS UNIDOSMucho se podría decir sobre el papel de Estados Unidos en Centroamérica. La generada -y degenerada- realidad de nuestros países convertidos en “republicas bananeras” en el patio trasero del Imperio ha sido ampliamente documentada. No es por falta de información que esta vergonzosa historia sigue manteniéndose en el Siglo XXI, aunque ahora con formas de intervención más sutiles y opacas. No se puede entender Centroamérica sin tener en cuenta la interferencia constante de Estados Unidos en la región. El Presidente George W. Bush y los funcionarios por él elegidos para dirigir hoy la política para América Latina -Elliot Abrams, Otto Reich, John Negroponte y Lino Gutiérrez, actores fundamentales en Centroamérica en las décadas pasadas- no ofrecen mejores perspectivas para el Siglo XXI.
Pero hay otros rostros. La honestidad de académicos norteamericanos como William LaFeber(Inevitable Revolutions), fue un elemento enriquecedor en mi experiencia cristiana e intelectual en Panamá y durante la Revolución Sandinista. Con muchos de estos intelectuales establecimos años después en Nicaragua un trabajo conjunto fundando PACCA (Policy Alternatives for Central America and the Caribbean) y CAPA ( Canadian Policy Alternatives), una red de información y análisis que permitió una solidaridad académica que comenzó en Panamá en los años 70 y que se prolongó durante varias décadas. Ésta puede ser una de las vertientes más promisorias y urgentes para el Siglo XXI en la lucha por alternativas más humanas y democráticas al proceso de globalización: las propuestas compartidas en forma gloncal (global-nacional-local). Estas propuestas constituyen un requisito fundamental para superar la actual globalización excluyente, injusta, ingobernable, y por tanto no universalizable para la mayoría de la humanidad.
A finales de 1976, al regreso a Panamá después de mi segundo tiempo de estudios en Cambridge, retomé el trabajo iniciado a mediados de los años 70 con la sociedad civil panameña en el Centro de Capacitación Social y en la revista Diálogo Social. Este trabajo se complementó en 1977 con la creación del CEASPA (Centro de Estudios y Acción Social Panameño), del que fui el primer director hasta el comienzo de la Revolución Sandinista en 1979. Desde Diálogo Social y el CEASPA nos convertimos en una plataforma de solidaridad latinoamericana, y sobre todo centroamericana, en la lucha contra la dictadura de Somoza. Fue éste también un momento muy rico en la vinculación con las experiencias de cristianos comprometidos que florecían en aquellos años por toda América Latina.
EN PANAMÁ VIVÍ EL ENCUENTRO
DE DOS TRADICIONES CULTURALESOtro momento importante durante mi tiempo panameño fue el exilio de la izquierda latinoamericana iniciado tras el golpe militar de Pinochet en 1973. Decenas de intelectuales y de dirigentes políticos latinoamericanos que se habían refugiado en la embajada panameña de Santiago de Chile llegaron exiliados a Panamá. Como asesor económico de la Cancillería panameña, solicité atenderles y acogerles. Con ellos se reforzó mi compromiso con toda América Latina. Hebert de Souza, Theotonio Dos Santos, Vania Banbirra, Rui Mauro Marini, Tomás Vasconi, Pablo Richard, Franz Hinkelammert, entrañables amigos, varios de ellos agnósticos, tuvieron en Panamá, y después en Nicaragua, sus primeros contactos con una Iglesia comprometida con los pobres. El encuentro de creyentes cristianos y de agnósticos enfrentados todos a la injusticia, a la pobreza y a la falta de democracia creó una nueva relación entre cristianos e intelectuales latinoamericanos y un acogedor ecumenismo con los hermanos de las Iglesias evangélicas.
El compromiso con los oprimidos y las causas de sus pueblos nos llevó a compartir experiencias humanas muy profundas, que comenzaron a superar una larga historia de conflictos y de incomprensión entre el cristianismo y buena parte de la intelectualidad latinoamericana. Así, durante dos décadas, la pequeña Centroamérica, que había permanecido al margen de iniciativas similares que se desarrollaban ya en Chile, Brasil, Colombia, sirvió de lugar de encuentro y de solidaridad, vinculando dos tradiciones culturales que se necesitan mutuamente: la de la teología cristiana y la de las ciencias sociales. El futuro de una América Latina integrada requiere de estos encuentros, requiere de un proyecto de ciudadanía más endógena e integrada.
Experiencias similares pudimos compartirlas con unos sesenta obispos en 1979 en la Conferencia de obispos latinoamericanos en Puebla, México. Sin ser admitidos al seminario en que se reunían los obispos con el Papa Juan Pablo II, teólogos y cientistas sociales mantuvimos una fraternal reflexión con los obispos que salían del seminario al atardecer para encontrarse con nosotros. El libro Para entender América Latina recoge esta experiencia inolvidable de fraternidad, donde se forjaron amistades entrañables, buscando todos un futuro mejor para los pobres, que ya alcanzaban los 120 millones en América Latina, casi duplicando las cifras que existían cuando en 1968 se había celebrado la Conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín y que volverían casi a duplicarse para la siguiente Conferencia de obispos, la celebrada en Santo Domingo en 1992.
ME ENAMORÉ DE NICARAGUA
DESDE EL PRIMER MOMENTODurante veinte años estuve involucrado intensa y apasionadamente en esa epopeya que fue la Revolución Popular Sandinista y viví también su desmoralizador harakiri ético. En 1963 me había nacionalizado nicaragüense casi por instinto. Me enamoré de Nicaragua desde el primer momento y seguiré vinculado siempre a esa mi nueva patria, no importa dónde el errático destino de los designios de Dios me lleve. En 1972 el gobierno somocista se negó a renovarme el pasaporte nicaragüense. Años después, el gobierno de Panamá me ofreció la nacionalidad panameña por los servicios prestados en las negociaciones del Canal. En 1990 recuperé la nacionalidad nicaragüense. Esta doble nacionalidad, la nicaragüense y la panameña, hizo que Centroamérica conformara mi “identidad regional”, lo que se acentuaría aún más al trabajar años después en Guatemala.
Los trabajos con exilados nicaragüenses en Panamá habían generado la creación de un equipo de planificación económica para cuando se produjera la victoria revolucionaria en Nicaragua. Después del triunfo del 19 de julio de 1979, estos amigos sandinistas me invitaron a conformar el MIPLAN (Ministerio de Planificación). Llegué el 23 de julio a Nicaragua con la intención de quedarme sólo unos meses colaborando en la integración del equipo de planificación económica en el MIPLAN, situado en un viejo cascarón de oficinas destartaladas frente al flamante Hotel Intercontinental. Fui nombrado Director de Planificación Global -así se llamaba el cargo- y durante dos años, hasta mi renuncia en julio de 1981, tuve posiblemente una de las experiencias más ricas de mi vida.
Cómo levantar un país deshecho por la dictadura, la guerra, y enseguida por la agresión militar y el boicot norteamericano, fue una tarea apasionante a la que dediqué casi veinte años, primero en el MIPLAN y después, con más autonomía crítica, desde el INIES, Instituto Nicaragüense de Investigaciones y Estudios Sociales y el CRIES, Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales.
En el Ministerio, como Director de Planificación, convoqué a economistas de Chile, Perú, Centroamérica y México, y a un notable grupo de profesores de universidades inglesas, norteamericanas, españolas y suecas. El objetivo era aprender de las diversas experiencias en América Latina para replantearnos un nuevo modelo de transición hacia la economía mixta, el pluralismo político y la diversificación de la dependencia, tanto política como económica de Nicaragua y de Centroamérica. Considero que hicimos un esfuerzo teórico novedoso con el intento de superar dogmatismos ideológicos. El Programa de Reactivación Económica en Beneficio del Pueblo de 1980 refleja todavía ese intento de frescura mental y de calidad técnica que la agresión y el embargo norteamericano, en los estertores de la Guerra Fría, no permitieron consolidar como proyecto endógeno válido para los pequeños países de la periferia.
LA INCONSECUENCIA ÉTICA HIZO FRACAZAR
EL PROYECTO SANDINISTAEn la Nicaragua revolucionaria, los factores externos fueron una limitante objetiva. El país estaba destruido por la guerra y por la descapitalización somocista. Sin embargo, considero que fue la inconsecuencia ética con los valores promulgados por la Revolución la que en definitiva hizo fracasar el proyecto. Las luchas internas por el poder dentro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista; el personalismo de los dirigentes, que buscaban el éxito de sus propios proyectos más que la consolidación de un modelo alternativo; la lejanía creciente del pueblo y de los cuadros medios que provocó el aburguesamiento de la cúpula revolucionaria; la ideologización de un marxismo trasnochado en algunos cuadros dirigentes, que no aceptaban el mercado como una realidad económica; y la falta de respeto a las mujeres, a la identidad campesina e indígena, a la religiosidad popular y a la institucionalidad eclesiástica, reflejaban esta inconsecuencia ética.
Las larvadas crisis que estos errores producían se fueron agudizando a partir de 1981 por las rigideces que provocaba la agresión militar norteamericana y por la demonización mediática internacional contra el proyecto sandinista. A esto contribuyó también, lamentablemente, la agresividad de la jerarquía católica nicaragüense, que provocó confrontaciones innecesarias, fundamentalmente la que se produjo durante la visita del Papa Juan Pablo II en marzo de 1983, a pesar de los múltiples intentos de las comunidades de base y de los sacerdotes involucrados con el proyecto sandinista, que buscaron por todos los medios posibles evitar la profecía autocumplida de un enfrentamiento entre la Iglesia católica y la Revolución.
¿POR QUÉ RENUNCIÉ AL CARGO EN 1981?
En 1981 renuncié al Ministerio de Planificación. Fue una de las decisiones más traumáticas y difíciles de mi vida. En plena guerra de agresión norteamericana, la renuncia de un sacerdote jesuita a un cargo importante dentro del gobierno revolucionario podría ser utilizada como pieza de la campaña de deslegitimación del sandinismo. Sin embargo, para mí era evidente que las luchas internas por el poder dentro de la Dirección Nacional; el personalismo de algunos comandantes, financiado con los escasos recursos disponibles; un gigantismo de proyectos modernizantes pero inadecuados a la economía real de Nicaragua; y la agresión norteamericana, estaban llevando al país a una crisis financiera que hacía imposible no sólo la planificación, sino incluso una mínima programación económica básica.
Una emisión inorgánica de córdobas para financiar la guerra, la seguridad interna y los proyectos faraónicos en el agro -las fincas de ganado de Chiltepe, el ingenio azucarero de Timal, los proyectos agroindustriales de Sébaco- desequilibraron los balances macroeconómicos y dejaron las bases económicas al gare
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