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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 255 | Junio 2003

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Nicaragua

Ella dijo, él dijo: sexo y género en una encuesta

Un mini-análisis de una encuesta realizada entre universitarios de la UCA nos coloca ante la dimensión genérica de prácticas y preferencias a la hora de divertirse. Y nos brinda ocasión para una mini-reflexión sobre realidades y retrocesos del sistema patriarcal en Nicaragua.

José Luis Rocha

Decir que los jóvenes y las jóvenes piensan y actúan distinto es un cliché muy percutido. Pero no por ello menos cierto. ¿Hasta qué punto y cómo se cristaliza este cliché entre los estudiantes de la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua y qué significados cabe atribuirle? Esto ya es harina de un costal más productivo. Por muchas razones. Se puede calibrar el estado de los estereotipos de género o su parcial defunción. Sirve para conocer la reproducción cultural de ciertos esquemas de pensamiento en un medio particular -el universitario- que se presume más liberado, beneficiado por la formación y situado en el seno de un hervidero de nuevas ideas y estilos de vida. Se mide la persistencia, el vigor y la voluntad de los prejuicios sociales, que se sobreponen, interponen y disponen contra la retórica y aspiraciones de grupos e individuos para entrar de puntillas o aparatosamente e instalarse en gustos y modos de presentarse de las conductas plausibles.

Hace ya más de un año realizamos una encuesta entre muchachos y muchachas de la UCA, considerando que era el recinto estudiantil con mayor diversidad juvenil dentro del micromundo universitario, el que a su vez es sólo parte del gran universo juvenil de Nicaragua. Hace ya casi un año que presentamos un análisis basado en aquella encuesta (Envío, agosto 2002), sobre las etiquetas que los jóvenes se cuelgan unos a otros en un terco afán de producir identidad. Usando la misma base de datos, analizaremos en esta ocasión la diversidad por género de algunas respuestas.

LA CONTRADICCIÓN DECIR-HACER

En muchos casos, trataré los datos obtenidos mediante la encuesta como un reflejo de la manera juvenil de presentarse en público, independientemente de la base real que tuvieron sus declaraciones al encuestador. Es decir, dejando a un lado las coincidencias entre lo que dicen y lo que hacen. Prescindiré de indagar sobre el muy interesante tópico de las diferentes brechas de género entre lo que se dice y lo que se hace. En ese cruce entre discurso y actos que es toda encuesta, me quedaré en ocasiones con la acción de la palabra y trataré de interpretar lo que esa acción significa para descubrir la estrategia en la que se inscribe.

La mentira, concepto moral aplicado a la estrategia de presentarse ante los demás -o ante sí mismo- con ciertas distorsiones, es un mecanismo de defensa. La mayor o menor medida en que un grupo específico recurre a ese mecanismo puede ser, entre otras cosas, un indicador de la fuerza de coacción social ejercida sobre el grupo y sobre la hegemonía que ciertos estereotipos tienen sobre él.

EL CRONOGRAMA SOCIALMENTE IMPUESTO A LAS MUJERES

Empecemos por lo que muestra la muestra. Se hizo entre un 63% de mujeres y un 37% de hombres, que es exactamente la proporción correspondiente a la población de pregrado de la UCA a finales del año 2001, un universo de estudiantes con 3 mil 822 mujeres y 2 mil 234 varones, muy semejante al de la UCA de dos años después, en el 2003: 3 mil 880 mujeres y 2 mil 159 varones.

En el rango de 16-18 años se ubica el 36.5% de la muestra, y lo integran el 41% de las entrevistadas y el 29% de los entrevistados. El rango de 19-35 años absorbió al 63.5% de la muestra, y contiene al 71% de los entrevistados y al 59% de las entrevistadas. Un índice de que existe una tendencia a que las muchachas sean más numerosas entre la población estudiantil más joven y tengan menos presencia entre el estudiantado de más edad. En efecto, entre los estudiantes mayores de 21 años -apenas el 10.5% de la muestra-, en lugar de encontrar la proporción de 63% de mujeres y 37% de varones, encontramos la proporción de 43% de mujeres y 57% de varones, una relación invertida.

Puede esto deberse a varias razones. Las mujeres están más sujetas a vincular sus roles sociales a determinadas edades. En el campo, cuando una muchacha cumple los 14 años, se dice de ella que “está soltera”, y esto significa: en edad de contraer matrimonio. En el campo, y también en la ciudad, cuando una mujer alcanza cierta edad sin casarse todos dicen de ella que “se le fue el tren”. Para la mujer existe un cronograma socialmente impuesto, que prescribe cuál es la edad adecuada para casi todo. También para estudiar. Entre los 17-20 años se ubica el rango ortodoxo para los estudios universitarios de pregrado. Más de la cuarta parte de los varones entrevistados contravinieron esta norma. En cambio, sólo el 15% de las entrevistadas se ubicaron fuera de ese rango de edad.

Otra razón: las mujeres adquieren más tempranamente responsabilidades familiares y sienten -y lo comprueban- que su situación de casadas resulta incompatible con los estudios. Las labores domésticas y de cuido de los hijos recaen siempre más sobre la mujer. El hombre, liberado de esa carga, por él mismo o por las propias mujeres de su entorno familiar, puede disponer de su tiempo con mayor autonomía y libertad.

Otro dato: por lo general los tiempos para el estudio varían según la clase social. Los sectores con menos recursos económicos se ven obligados con frecuencia a esperar para ingresar a la universidad a tener un trabajo remunerado. Y cuando eso ocurre, muchas mujeres ya están casadas y no pueden estudiar o por las obligaciones domésticas o por los celos del marido.

¿DÓNDE DIVERTIRSE? ¿QUÉ MÚSICA ESCUCHAR?

Así como las actividades están segmentadas por edad en un sexo más que en el otro, también en los sitios y actividades de diversión existen nichos predilectos para cada sexo. Los lugares más frecuentados por hippies y aficionados a la marihuana son más confesables entre los estudiantes hombres. El Amatl es citado por el 6% de los varones y sólo por el 2% de las mujeres. La Colinita, por el 4% de los hombres y nada más que por el 1% de las mujeres. La segmentación también se produce cuando se trata de ámbitos donde se va a beber más que a bailar.

Más acusada es la presencia masculina en las cantinas, consideradas espacios reservados para hombres, donde éstos van a hablar “cosas de hombres”. En el otro extremo, las discotecas de mayor prestigio y precio en Managua -el Sport (ahora Cocos) y el Hipa-Hipa, así como los cines y Metrocentro- fueron los sitios de diversión más citados por las muchachas.

La segmentación por sexo también es una variable dependiente de la música que suena en esos sitios. El rock es típico de La Colinita. El rock es señal de rebeldía y rudeza. El 58% de los jóvenes es aficionado al rock, gusto que sólo comparte el 26% de las muchachas. La música romántica juega el papel de antípoda simbólica del rock. De ahí que sea preferida por el 67% de las jóvenes y rechazada por una proporción semejante de muchachos. También las fobias están sesgadas. El rap no es música de universitarios. Es el tipo de música que menos adeptos cosechó en la encuesta. Su rechazo es bastante mayor entre las muchachas (83%) que entre los jóvenes (60%).

AFINCADORES, CAZADORES Y PRESAS

A la pregunta de para qué son las fiestas, el 15% de los varones respondieron que para “afincar”, palabra que en el argot popular juvenil goza de una polisemia de amplio espectro que va desde “besar” hasta “tener sexo”. Sólo el 1% de las muchachas dieron esta respuesta. Afincar es una palabra muy fuerte, que implica mayor agresividad en la relación hombre-mujer. Su significado, fuera del ámbito sexual, es “agarrar”, “apoderarse”. Para el varón se trata de un asunto de jactancia. Decir Yo afinqué con esta muchacha lo sitúa ante sus pares masculinos como un conquistador atrevido... y exitoso.

Cualquier joven de Managua sabe que es un porcentaje mucho más elevado que el del 1% que aparece en la muestra, el de las muchachas que están interesadas en las fiestas también como una plataforma para el “afincamiento”. Pero la declaración de ese objetivo no es plausible entre las mujeres. Sería inconveniente proclamar intención tan impropia de muchachas a un encuestador. El mismo dispositivo de control cultural genérico es el que rige los niveles de pudor y la economía de valores en torno a la confesión de aventuras sexuales. Muy pronto aprendemos que cuando la mujer pierde la virginidad el hombre gana experiencia.

Casi el 10% de los jóvenes dijeron que van a las fiestas a conseguir chavalas y sólo el 2.4% de las mujeres dijeron que van a conseguir chavalos. La búsqueda de pareja -más aún, de fugaces aventuras sexuales- está peor vista entre las mujeres. El varón que va a las fiestas para conseguir pareja se presenta como un cazador y la mujer que hace lo mismo aparece como una “ofrecida”, como la presa. En cualquier caso, se asume que quien toma, posee y conquista es el varón, mientras que la mujer, aun cuando tenga un comportamiento proactivo, sólo se pone a tiro.

Silvio Rodríguez cantó que una buena muchacha de casa decente no debe salir, ¿qué diría la gente, el domingo en la misa, si saben decir? Nuestra encuesta dice que si la muchacha finalmente sale, tiene que hacerlo acompañada. Mientras el 20% de los varones declaró que va solo a los sitios de diversión, en este grupo sólo se ubicó el 5% de las muchachas. El cazador puede ir solo porque ha de encontrar una nueva presa en cada salida. La muchacha que va sola o está sola en un sitio despierta sospechas: ¿estará ahí para ser capturada?

EL DOMINADOR DOMINADO POR LA DOMINACIÓN

Beber es una actividad más “confesablemente” masculina. El 32% de los jóvenes opinó que las fiestas son para beber, mientras sólo el 12% de las muchachas lo dijo. En Nicaragua -a diferencia de lo que viene ocurriendo desde hace años en España con “el botellón”-, los maratones de ebriedad son un deporte casi exclusivamente masculino y la resistencia en el beber sigue siendo un atributo de la virilidad. Las cantinas están llenas de hombres que compiten entre sí, exhibiendo sobre la mesa las botellas que han “poseído”, como si se tratara de doncellas que han conquistado y desvirgado.

Doblegarse en la arena etílica de una cantina es correlato de la flaccidez del miembro viril durante las relaciones sexuales. La confesión del consumo de drogas también puede ser una ocasión para mostrar virilidad en el varón y un motivo de vergüenza en la mujer. Sólo 0.4% de las muchachas dijeron consumir drogas habitualmente, cosa que el 2.7% de varones confesó hacer con regularidad. El 15% de ellos dijo haberlas probado alguna vez, contra apenas el 4.4% de las mujeres. El varón está obligado a ser atrevido. Tiene que atreverse a probar de todo.

La masculinidad está en la tenacidad, en la osadía. No se trata tanto de lo que es más o menos sano cuanto de lo que es más atrevido. Confesar que no se practica deporte alguno aparentemente es más punible en los varones que en las mujeres. Sólo el 29% de los entrevistados dijeron no practicar deporte, frente al 58% de las entrevistadas. El deporte, asociado casi exclusivamente a competencia y a rudeza y muy poco a armonía y a salud, también suele ser tenido por una prueba de virilidad.

Más a la corta que a la larga, todas estas exigencias devienen en un oneroso fardo para el presunto dominador: beber, presentarse como atleta, mostrarse sexualmente agresivo, competir o atreverse a todo son yugos que no todos los temperamentos masculinos gozan con el mismo deleite o sufren con idéntico estoicismo. También el dominador se encuentra constreñido por las estructuras de dominación y se siente en la obligación de comportarse conforme a las expectativas genéricas en torno a su condición de dominador. Es un prisionero de su estatus y debe mostrar en público -también a sí mismo- quién lleva los pantalones, quién conquista más mujeres y quién ingiere más alcohol. Cazador cazado por el sistema, el dominador es oprimido por los engranajes de los que forma parte.

EL DOMINADOR ASIMILADO POR LAS DOMINADAS

Los puntos de vista de la dominación masculina han sido introyectados -parcial o totalmente asimilados- por las dominadas y son manifestados por éstas en sus opiniones, juicios y acciones. La asimilación es palpable tanto cuando las muchachas coinciden con el sistema como cuando discrepan de él. Casi el 70% de las mujeres afirmó que las fiestas son para bailar, objetivo que sólo cita el 25% de los encuestados.

En positivo, cabe decir que el baile refleja desinhibición y el disfrute de la expresión corporal. En negativo, esta predilección de las muchachas puede ser interpretada como otra forma de la pasividad femenina: ser vistas, estar en exhibición, como en los concursos de belleza, donde el cuerpo femenino debe ser mostrado, especialmente en actividades que destaquen su gracia, así como el cuerpo masculino se exhibe en actividades que destaquen su fuerza y vigor, como el deporte. En el baile la mujer se insinúa, seduce sin agredir, toma la iniciativa sin restar protagonismo al varón. El baile es por excelencia, la actividad de seducción admisible en la mujer.

Por supuesto, las muchachas que se autoclasificaron como “revolucionarias” se expresaron contra estos patrones. Si casi el 70% del total de las muchachas optan por el baile como diversión priorizada, sólo el 39 % de las revolucionarias comparte esa opinión. En cambio, mientras sólo el 12% del total de las muchachas dice que las fiestas son para beber, esa finalidad fue la que señaló el 23% de las que se autodenominaron revolucionarias, situándose casi a medio camino de los porcentajes masculino y femenino en esta respuesta.

Estas rebeldes emprenden su guerrilla contra el sistema de dominación masculina. Sus incursiones en actividades consideradas más masculinas pueden ser un signo de liberación. Pero pueden no serlo. Porque en lugar de socavar las estructuras, se concentran en detalles al adoptar las poses del dominador: yo también bebo, yo también conquisto. Pensando desde las estructuras cognitivas del sistema dominante, que reduce todos los planteamientos alrededor del tema de género a la dicotomía masculino/femenino, confunden la lucha contra el sistema y sus prerrogativas con la lucha por alcanzar esas prerrogativas y las poses a ellas asociadas. A la postre, su planteamiento se traduce en “todos masculinos”. No perciben que todos los atributos tenidos como dominantes y, por tanto, masculinos, no lo son per se, sino únicamente dentro del sistema que les otorga ese sentido. No perciben incluso cuan opresivos pueden resultar también para los dominadores.

Estas rebeldes, en lugar de reducir al absurdo ciertas conductas buscando cómo liberar a todos -hombres y mujeres- , imitan las conductas del dominador y perpetúan las relaciones de dominación. En otras palabras, las netamente dominadas, adhiriéndose a una imagen desvalorizada de la mujer, suelen decir con afán ofensivo “Ese maje parece mujer,” mientras que las rebeldemente dominadas dicen “Yo también bebo y afinco.” Ambas posturas reproducen la dominación.

¿DE QUÉ HABLAN?

Preguntados sobre los temas de los que hablan durante las fiestas, un 12% de los varones respondieron que sobre política, tema que sólo marcó el 7.6% de las mujeres. Puestos a responder sobre esta cuestión, los hombres son más propensos a considerar que su “deber” genérico es ocuparse de los asuntos públicos. Las mujeres, en cambio, se inclinaron ligeramente más que los varones por temas alrededor de la familia y del futuro, por asuntos privados que competen al ámbito secreto y anónimo de lo femenino.

Respuestas que calzan con los estereotipos: mientras el hombre se ocupa de lo macro y de lo público, la mujer fija su mirada en los detalles y en lo privado. Por tratarse de jóvenes, estas tendencias no están tan acentuadas. La edad -¿y la incertidumbre que domina en Nicaragua?- marcan también los intereses: ambos sexos declararon mayoritariamente platicar sobre el futuro.

¿EN QUÉ SE MUEVEN? ¿CUÁNTO GASTAN?

El uso del bus para desplazarse hasta la universidad es ligeramente más elevado entre los varones (76%) que entre las mujeres (73%). El uso del taxi es mayor entre las entrevistadas (8.4%) que entre los entrevistados (4.7%). El uso del vehículo particular anda cerca del 19% en ambos casos. Las cifras cambian drásticamente cuando se les pregunta por el medio de transporte que usan para ir a los lugares de diversión. El taxi es más usado por los varones (35%) que por las mujeres (18.5%) y el vehículo particular predomina más entre las muchachas (71%) que entre los jóvenes (57%).

La razón de esta transmutación de las proporciones es que las muchachas dijeron ser invitadas a salir en los vehículos de sus amigos. Sus padres no las dejarían salir si no van acompañadas. Para los jóvenes, no existe el recurso a ser invitados porque esta situación desdice de su rol activo. En una de sus muchas investigaciones en Nicaragua, el antropólogo norteamericano Roger Lancaster encontró que en la división de roles por género dar es masculino y recibir, tomar, aceptar es femenino. ¿Sólo en Nicaragua? Por lo pronto, la encuesta mostró que esto funciona como ideal en todas las esferas de transacción entre los géneros. De ahí que el 14% de las muchachas dijera que no gasta un centavo en sus salidas, situación en la que no se encuentra ningún varón.

Y así se explica que mientras el 28% de las muchachas dijo que gasta 50 córdobas o menos en cada salida, ese modesto presupuesto sólo es posible o confesable para el 10% de los jóvenes.

UNA DE LAS ESTRATEGIAS FEMENINAS

El taxi es el recurso de movilización para el 43% de los jóvenes de los barrios populares, pero apenas lo usa el 25% de sus vecinas. Para ellas existen los vehículos de sus amigos. Las muchachas de los barrios populares viajan en carro en un 10% más que sus vecinos varones. Ellas también dijeron frecuentar más que los muchachos las discotecas más costosas y los cines y comedores de Metrocentro.

Se trata quizás de una estrategia que procura contrarrestar, en tiempo de ocio y de diversión, la desventaja en que las opciones familiares las colocaron en el terreno académico: el 41% de las muchachas de los barrios populares fueron a colegios públicos, recintos donde estudió apenas el 26% de los varones del mismo medio. Se trata de una estrategia que busca la generación de capital social en un escenario donde las muchachas juegan con ventaja. Aunque estos porcentajes se encuentran sesgados por el elevado número de muchachas que proviene de los departamentos -y algunas veces de localidades rurales donde los colegios públicos son la única opción-, la conclusión sigue siendo válida: las jóvenes buscan revertir de alguna manera la pobre generación de capital social a la que años antes fueron sometidas por la ubicación geográfica y de clase en donde nacieron y crecieron.

¿SE EROSIONA LA DOMINACIÓN MASCULINA?

Las jóvenes y los jóvenes entrevistados son todos universitarios de la UCA. No pueden arrogarse la representación de la juventud del país. Para efectos de este mini-análisis, la circunscripción del objeto de estudio nos obliga a tener presente que su calidad de universitarios actúa como un filtro de los condicionamientos sociales, unas veces activando corrientes, otras veces cancelando o modulando influjos.

Las diferencias de gustos y actividades declaradas aparecen con dimensiones a veces muy pequeñas y a veces muy notorias. Sin disponer de las opiniones de otros sectores de jóvenes ni de las de otras generaciones, apuntamos que sería interesante comparar por universidades, por grupos de edad y por estratos sociales diacrónicamente, contrastando también el sector urbano con el rural. Sólo así podríamos ubicar más exactamente, en el mapa de género nacional, las coordenadas de los estudiantes de la UCA.

Existen datos que apuntan a identificar al estudiantado de la UCA como un sector en ciertos aspectos más liberado. Sólo el 17% de los varones encuestados procede de los departamentos. En el caso de las muchachas, esa cifra se eleva hasta el 31%. En una muestra con un 63% de muchachas, encontramos que la presencia femenina superaba con creces ese porcentaje para los departamentos más distantes de la capital: las universitarias fueron el 80% de los encuestados y encuestadas de Chinandega y Estelí, el 91% de Granada y el 100% de Boaco, Chontales, Jinotega, León, Matagalpa y Nueva Segovia.

En todos estos departamentos no se abren horizontes muy amplios para una mujer. Muchas no se resignan a convertirse en amas de casa de hogares encabezados por finqueros que ejercerán sobre ellas un férreo control. En la finca o en el comercio familiar no existe otra ocupación para las muchachas que no sea la de echar una mano en las rutinarias labores domésticas. A Managua llegan buscando alternativas. Y no hay que descartar la estrategia -capaz de convocar la venia de los progenitores- de encontrar un buen partido en la capital. En cualquier caso, permitir que las muchachas viajen y residan en la capital, fuera del alcance de la tutela paterna, es ya una muestra de cambio digna de atención.

La tesis de que existe una mayor propensión femenina a migrar desde los departamentos hacia la capital no es nueva. En el estudio Migraciones internas en Nicaragua que en agosto de 1997 dio a conocer el Fondo de Población de la Naciones Unidas, basado en el censo de 1995, se descubrió que el 47.7% de los inmigrantes de Managua tenían entre 15-29 años. Este porcentaje se desglosaba en 30.7% de mujeres y 17% de varones. Las mujeres jóvenes estaban cerca de duplicar la migración masculina en Managua. Muchas de ellas llegaron a la capital para trabajar en el sector servicios. Ahora sabemos que otras, de presencia menos numerosa pero no menos significativa, vienen a estudiar.

Quizás estas estrategias -ubicación en Managua, acopio de capital social- sean algunas de las rutas por las que se podría ir erosionando la dominación masculina. Las estructuras dominantes están inscritas en la piel y tan incrustadas en los huesos que su abrupto desmontaje sólo es posible al precio de hacer colapsar multitud de formas de habérselas con la vida: relaciones afectivas, relaciones laborales, actitud frente a situaciones de peligro, inclinación a negociar antes que a imponer, etc. Por eso algunas de las estrategias de liberación se insertan en los tejidos de la dominación y tratan de sacar partido de las condiciones dadas.

TORCERLE EL BRAZO AL SISTEMA PATRIARCAL

Si las mujeres se han construido su mundo siendo más acogedoras, perceptivas de los detalles y hospitalarias, y los hombres presentándose como competitivos y agresivos cazadores, la mejor forma de abrirse a los nuevos mundos posibles no consiste en hacer estallar el mundo ya existente a puro voluntarismo verbal que denuncia lo que en definitiva reproduce. Con razón advirtió el sociólogo Pierre Bourdieu que estos dualismos, profundamente arraigados en las cosas (las estructuras) y en los cuerpos, no han nacido de un mero efecto de dominación verbal y no pueden ser abolidos por un arte de magia performativa; los sexos no son meros “roles” que pueden interpretarse a capricho (a la manera de las “drag queens”), pues están inscritos en los cuerpos y en un universo de donde sacan su fuerza. Se precisa estudiar ese universo, sus caras y sus máscaras, para no conformarse con una rebeldía de palabrerío y de gestos, de teoría y de ideología, que sólo beneficia al sistema patriarcal. Y para aspirar a algo más profundo que de verdad le tuerza -sin violencia y con encanto- el brazo.

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