Nicaragua
Matrices, trampas y malicias del discurso sobre el desarrollo
Un lenguaje frío, monótono, seco, opaco, y, sobre todo, neutral,
es el que atiborra los discursos sobre el desarrollo.
¿Será por eso que no hay desarrollo?
¿Qué lógica y qué riesgos esconden las palabras tan repetidas
en el discurso sobre el desarrollo?
José Luis Rocha
Desde hace unos meses circula en Nicaragua el texto titulado Estrategia Reforzada de Reducción de la Pobreza. Salvo fugaces declaraciones de políticos e intelectuales, los seminarios de rigor auspiciados por los organismos multilaterales y algunos artículos en las páginas de opinión de los diarios, poco impacto ha causado un documento que se presume rector de las vidas de los nicaragüenses durante los próximos cinco años. No es aventurado presumir que pocos miembros del gabinete lo habrán leído a cabalidad, una desidia que tiene lógica. No puede ser recibido sino como otro documento más, otra estrategia que se suma a la inmensa pila de papel que vamos acumulando. Se produce así lo que la retórica del documento calificaría como "una devaluación por un exceso de la oferta." Con justa razón gozó de mejor acogida en esas mismas semanas y en indudablemente mayor número de lectores y presentaciones El país bajo mi piel, el libro de memorias de Gioconda Belli.
Igual en Managua que en CafarnaúmEl documento de la estrategia de reducción de la pobreza exhibe, ni menos mal ni más bien, los mismos atributos de su parentela. Padece de la soberbia apoyada en la estadística-ficción -reducir la pobreza extrema en 25% para el 2005- llevada al ridículo de una minuciosidad que ahoga la crudeza de las injusticias en el limbo de las estadísticas: reducir la tasa de mortalidad materna de 148 a 129 por 100 mil nacidos vivos para el 2005 y reducir la tasa de mortalidad infantil de 40 a 32 por 1 mil nacidos vivos, y la mortalidad de niños menores de cinco años de 50 a 37 por 1 mil nacidos vivos para ese mismo año 2005. Los pilares del crecimiento y de la reducción de la pobreza son, para bien o para mal, los mismos y, para no confundir, también se explican en los mismos términos: crecimiento económico de base amplia y reforma estructural, mayor y mejor inversión en capital humano, mejor protección a los grupos vulnerables y gobernabilidad y desarrollo institucional. Por supuesto, la reforma estructural que no es una reforma tributaria hacia un sistema progresivo, sino la privatización. Pero crudas verdades como ésta quedan diluídas en términos correctamente rimbombantes.
El voluminoso documento está sobresaturado de expresiones como: modernización, inversión en el capital humano de los pobres, mejora de los incentivos para el desarrollo rural, ventajas competitivas, aspectos claves de la red de transporte, infraestructura básica, rehabilitación de centros de salud, conductas anómalas o inadecuadas, adopción de mejores prácticas, incentivos financieros, coordinación interinstitucional, deterioro ecológico, grupos vulnerables, progresiva participación de la sociedad civil, cultura de integridad, exposición de las deficiencias nacionales, disfrute de los servicios clave, esfuerzos focalizados, implementación de nuevos sistemas, unidades de evaluación, múltiples medidas necesarias, transformación del sector salud, formulación y revisión de la estrategia en un proceso de consulta... y así sucesivamente. Algunas cifras cambian y se intercalan, junto con adverbios y preposiciones, para enlazar estos conceptos en una secuencia de permutaciones y combinaciones apenas orientada por los acápites.
Al final, el resultado es un brebaje incoloro, inodoro e insípido, un discurso que lo mismo podría ser dicho en Managua que en Cafarnaúm, por alguien de extrema izquierda o por alguno de la derecha más recalcitrante y, saltando sobre las cifras, igualmente cierto para hoy que para hace quince años. Con la estéril universalidad de este discurso, los pensadores del desarrollo aspiran a imponer su incolora representación de la realidad.
No es sorprendente, en modo alguno, que incluso entre los colegas de los autores, este documento potencie el escepticismo. Su carácter opaco, seco y monótono, como el de todos los informes de esta calaña, tantos y tan frecuentes, arranca sonoros bostezos entre las nuevas generaciones, que ven allanado en este "estilo de pensar" su desempeño laboral, porque empaparse de esta retórica y convertirse por esta ruta en un profesional promotor del desarrollo no presenta mayores dificultades.
Algo huele a podrido en estos papelesEn la mayoría de los casos, el discurso sobre el desarrollo viaja actualmente en este género de vehículos. Los conceptos, la lógica y las bases sociales de ese discurso sobre el desarrollo deben ser analizados. Por supuesto que existe un discurso de pedigree y alto coturno, pero el discurso más común, el que enfrenta el desgaste de la cotidianidad, es el de informes, ponencias, seminarios, talleres, encuentros. Es el que alcanza difusión masiva y traduce a versiones tropicalizadas los hallazgos de la academia y de los políticos del Primer Mundo. Se trata de un discurso en el que las más de las veces no se distingue entre lo emitido por el gobierno y las propuestas de las ONGs, convertidas en Nicaragua en albergue de los pensadores independientes o, al menos, de los no dependientes del partido en el poder. Exceptuando la "opción por el asfalto" característica del gobierno liberal -que es una de las más marcadas diferencias- y algunos otros elementos estratégicos, los documentos del gobierno y los de los sedicentes sectores alternativos no se distinguen ni por el estilo ni por el tono ni por los conceptos ni por las palabras ni por la lógica.
Desde que la izquierda renunció a la retórica marxista, que le daba sonora identidad, o desde que abjuró incluso de llamarse izquierda y adoptó el lenguaje legítimo para ser escuchada, recibida en foros y aplaudida en debates, para ganar en solidez científica y capacidad de persuasión, se inició la confusión. El sistema socioeconómico único quiere el pensamiento único que es soportado por el lenguaje único. Un lenguaje del que todos nos vamos contagiando y contra el que no hay aduana del pensamiento que oponga diques. Porque esa manera de hablar nos vincula al ejercicio del poder. Por eso es un discurso que da de comer tanto a la izquierda como a la derecha. Por supuesto que la inclinación a la derecha o a la izquierda comporta ciertas diferencias. Soslayarlas supone tomar un camino deliberadamente injusto o, si se prefiere, simplificador. Pero no hay duda de que algo huele a podrido en unos papeles en los que, sean de izquierda o de derecha, se habla de la estrategia de reducción de la pobreza sin referirse, sin siquiera tocar, a quienes producen la pobreza. Algo así cojea de entrada. En cualquier caso, este análisis prescinde enteramente de si el discurso sobre el desarrollo está equivocado o no, es decir, no se pronuncia sobre su valor de verdad. A lo sumo, este enfoque implica una valoración moral: ponderar la autenticidad.
Memes letales, embutidos teóricosLa retórica del desarrollo ha sido muy prolífica en términos con los que se pretende aprisionar, revelar, desenmascarar, colorear, descascarar la realidad. Algunos de ellos son memes extremadamente prósperos en esta corriente del pensamiento humano. Según el biólogo inglés Richard Dawkins, los memes son en el pensamiento y la conciencia el equivalente de los genes en la biología. Son ideas, visiones del mundo, constelaciones culturales que se propagan buscando replicarse de forma indefinida y sufriendo eventualmente mutaciones. Como los genes. La prosperidad, la pervivencia, el éxito de unos memes -y el fracaso de otros- no es directamente proporcional a su veracidad y a sus efectos benéficos. A lo largo de la historia, muchos memes nefastos han tenido un éxito arrollador. En el discurso del desarrollo también hay muchos memes exitosos pero esterilizantes, memes letales para un pensamiento vivo, porque no dicen gran cosa y se replican sin cesar acaparando el espacio literario, acústico, mental que demandan otros memes portadores de nuevos enfoques. En otras palabras, el discurso sobre el desarrollo está lleno de muchas perogrulladas y lugares comunes.
Son frecuentes los embutidos teóricos, productos envasados al vacío que tienen un carácter universal que aniquila la sensibilización. Como setas se multiplican los clichés: estrategias del desarrollo, empoderamiento, apropiación, transparencia. Son conceptos vertidos en los textos sobre el desarrollo como una receta de cocina: diez onzas de transparencia -adobada con alguna definición que cuanto más vaga sonará mejor-, medio kilo de empoderamiento y tres litros de ownership -dicho así, porque en la lengua del lugar impresiona bastante menos- dan por resultado un consomé al gusto de los más exigentes gourmets del desarrollo.
Una porción considerable del discurso se reduce a la repetición de un racimo de palabras clave muletillas de este discurso- y consignas. Son pequeñas fórmulas construidas de antemano, bloques indivisibles de pensamiento y de palabras prefabricados. Acertadamente señaló el sociólogo francés Pierre Bourdieu que esta propiedad confiere a las palabras su color de universalidad conceptual, pero también les da un aire de lección aprendida y de irrealidad, característica de tantas de las disertaciones que escuchamos en los salones de los lujosos hoteles de la Managua de hoy.
Un caldo de aberraciones gramaticalesEste uso inconsciente del idioma ha sido caldo de cultivo de numerosos atropellos a la lengua. Muchas aberraciones semánticas y gramaticales provienen de la adopción incondicional de lo que suena bien en el discurso del desarrollo sólo porque alguien acreditado en ese ramo lo ha dicho. Algunas de esas novedades lingüísticas han sido fustigadas con no por sana menos ácida ironía en El dardo en la palabra de Fernando Lázaro Carreter, célebre académico de la lengua española.
Los documentos sobre el desarrollo son particularmente prolíficos en esos terminajos contra los que Lázaro Carreter arremete. Aunque no las emplean con exclusividad, ciertas palabras les son típicas: el anglicismo doméstico empleado para aludir a lo nacional, a lo que es propio del país; lo remarcable, un galicismo que quiere desplazar al adjetivo notable; lo procedimental -retorcimiento absolutamente superfluo- cuando cabría simplemente escribir los procedimientos. Hay sustituciones innecesarias pero sintomáticas: contactar por comunicarse, consensuaban por acordaban, concertaciones en lugar de acuerdos. Palabras que suenan domingueras, propias de la grandilocuencia de unos tiempos en los que los jerarcas celebran cumbres y no reuniones. A éstas se suman los términos sin referencia en el diccionario que tienen el atractivo de que nadie puede precisar muy bien lo que significan o que admiten significados ad hoc: posicionarse, sobredimensionar y redimensionar.
Así se entiende que haya hecho escuela el verbo accesar. Desafortunadamente, los pensadores del desarrollo se sienten colocados en un pedestal tan alto que se consideran eximidos de rendir homenajes al idioma: sus raciocinios están más allá de los bienes y los males del mismo y no se han de detener en melindres de poca monta. No menos característicos son el frenesí de partículas -en base a, en orden a, en torno a, junto a, en aras de, por la vía de, de cara a- y las extravagancias adverbiales: previamente a su reunión, seguidamente a su actuación, anteriormente a su ubicación...
El idioma es instrumento de poder y de dominación En algunas ocasiones no es posible disimular las miserias, ostensibles en el empleo de palabras como parches destinados a cubrir todos los agujeros negros del vocabulario, repitiéndolas sin cesar. Así entró en escena el abuso de la palabra tema, sustituto de muchos términos que no se saben precisar: asunto, expediente, cuestión, proyecto, negocio, propuesta, propósito y tantos otros que apenas coinciden entre sí. Se suele decir en documentos y conferencias abordaremos ese tema, pondremos en marcha el tema, recurriremos al ministerio encargado del tema, se opusieron al tema y el tema no prosperó... revelando, como señala Lázaro Carreter, gran puerilidad y una grave disminución mental.
Algunas innovaciones son menos inofensivas como los verbos concienciarse y mentalizarse, del participio inglés minded (inclinado en pensamientos, gustos e intereses en una dirección específica), que Lázaro Carreter juzga como un atropello del idioma muy forzado, puesto de moda por los publicistas y políticos ansiosos por mentalizar y concienciar a la gente, "vapuleando su sesera hasta anestesiarla", lanzando consignas simples contra las cabezas para que "entren y se fundan con la masa encefálica". De fondo, también está una renuncia a la retórica, al arte de rendir voluntades y ganar adeptos mediante argumentos convincentes. El concienciarse -síntoma de una abdicación de la personalidad- se opone al irse haciendo a la idea de o al "persuadirse, donde el interlocutor es llevado paso a paso por una senda dialéctica.
El deseo de impresionar y de ser recibido en el grupo selecto de pensadores es una fuerte tentación para producir rarezas lingüísticas. Según Lázaro Carreter, todos se apropian de los usos más espurios del idioma animados por "la conciencia, tal vez difusa pero evidente, de que un idioma raro es herramienta de subyugación. Muchos de quienes actúan en la cosa pública no vacilan, hablando así, en ponerse de parte de ellos mismos, antes que al lado del pueblo. Desean persuadir, pero, previamente, exhiben sus atributos." El uso de ciertos conceptos les permiten reconocerse entre sí como miembros del mismo gremio. Lázaro Carreter señala las ventajas de ciertos usos y vocablos a propósito del término valorar positivamente (o negativamente). Sus conclusiones son válidas para el conjunto de la retórica del desarrollo que tanto abunda en Nicaragua, un país de tan escaso desarrollo: "1. Es un tecnicismo apto sólo para profesionales. Éstos, al utilizarlo, junto con otros de tal estirpe, marcan la distancia enorme que los separa del común ciudadano. 2. El carácter neutro, nada emotivo de valorar positivamente o negativamente, permite introducir en las relaciones entre contrarios una fría cortesía. 3. Ahorra esfuerzo mental, exonera de buscar matices, deja la sustancia cerebral en reposo, no causa alteración del proceso digestivo."
Palabras neutrales que deben resultar inofensivasA la petulancia y pereza del lenguaje corresponden, en consecuencia, una petulancia y pereza de las ideas. Fascinar, confundir, impresionar, neutralizar son efectos de los discursos. El discurso sobre el desarrollo ha provocado una globalización de ciertos términos y de una forma de emplearlos. Ha fraguado su propio estilo retórico. Opera bajo la égida de un contagio de conceptos. Hablar de lo sostenible es la costumbre más sostenida. Todos participan de las pretensiones participativas. Y no hay quien no se enrede en las redes ni existe institución que no abogue por la institucionalidad. La recurrencia de ciertas palabras y su sentido en el contexto de ese discurso es reveladora no sólo de su desgaste, sino de los presupuestos del pensamiento. Los conceptos se cargan de sentidos especiales en diferentes contextos. Lo mismo que otras retóricas, la del desarrollo concede cierta dote particularizadora a las palabras.
Así ocurre en la escritura marxista, donde según el semiólogo francés Roland Barthes hasta las metáforas están severamente codificadas. La retórica marxista proporciona identidad, permite imponer una estabilidad de las explicaciones y, en ella, "cada palabra es sólo una exigua referencia al conjunto de los principios que la soporta sin confesarlo". Por ejemplo, la palabra implicar en la escritura marxista no tiene el sentido neutro del diccionario, sino una densidad política. Las palabras adquieren una carga calificadora: cosmopolitismo es la palabra negativa de internacionalismo. Las palabras en la escritura marxista adquieren un valor tal que anula la distancia entre la denominación y el juicio. Por ejemplo, el contenido objetivo de la palabra desviacionista es de orden penal. Contiene una condena en sí misma.
El discurso sobre el desarrollo actual se parapeta en las antípodas del discurso marxista: los conceptos se han neutralizado para hacerlos inofensivos. La escritura funciona entonces como una conciencia instrumentalizadora: los campesinos de determinada comarca se reducen a la neutra y funcional condición de agentes locales, un préstamo de semillas a determinado grupo de arroceros tiene que ser presentado como una intervención de desarrollo o una estrategia de reactivación de ese rubro. Los especuladores no estafan, sino que introducen distorsiones en el mercado. Y ser un distorsionador de mercados no es un delito tan grave como en su momento lo fue ser un desviacionista. Ni siquiera es un delito. Es posible que incluso existan las distorsiones, pero no los distorsionadores. La neutralidad de este lenguaje se basa en sus propiedades eufemistizantes.
Un lenguaje tan poco alternativo que no genera alternativasPobre de quien no adopte este tono y no use estos términos. Queda descalificado. Ostracismo para las proposiciones a ras de tierra. Los diseñadores de este discurso se convierten en destiladores del lenguaje, ejercen una alquimia para reciclar términos y convertirlos en los legítimamente considerados como científicos: así es como lo concreto pasa al cuarto de esterilización y Juana Gutiérrez aparece en el informe como una agente local. Esos giros también tienen su función en la estrategia: inflan resultados cuando tres matas de piña se metamorfosean en efectos de la intervención de desarrollo.
Sólo esos conceptos brindan acceso al sancta sanctorum del saber sobre el desarrollo. El uso dominante del lenguaje tiene un efecto de legitimación y de censura. Las opiniones deben ser formuladas en sus términos para ser consideradas legítimas. El lenguaje dominante desacredita otros lenguajes e impone el recurso a los portavoces versados en el mismo. El uso dominante del lenguaje es el uso del lenguaje dominante, el lenguaje de los dominantes. Como señaló Pierre Bourdieu, los dominados, ante la carencia de lenguaje político -carencia de los instrumentos de producción de su discurso-, adoptan el lenguaje de los dominantes, un lenguaje que no representa sus intereses como dominados. Cuanto más se repliquen los memes de los dominantes, más garantizarán la situación de dominio.
Es preciso hablar así para obtener carta de ciudadanía en foros, seminarios, debates. Ése es el lenguaje legítimo: un lenguaje neutralizador. Por eso no se reclama, sólo se vierten opiniones. El enemigo de clase se diluye en las circunstancias adversas -ese caos que impide al campesino obtener mejores cosechas y precios para las mismas- y el mercado, ese dios sin rostro, pero con manos aviesas, aunque invisibles. De momento, la única expresión espontánea y auténtica de los dominados, en Nicaragua, en Centroamérica, parece ser el argot de las pandillas. En esta lengua se resumen sus problemas. De ahí el artificio cuando, al ser entrevistados, adoptan el lenguaje de la problemática impuesta.
Inmediatamente aparecen las frases hechas, los clichés, la realidad descrita en términos del interlocutor que les pregunta.
Pero ése es material y harina para otros costales. De momento, queda clara la forma en que el discurso sobre el desarrollo nos hace prisioneros de ciertas categorías que no permiten pensar -fuera, al margen, por encima de ellas- otra realidad que la que ellas pretenden embutir. No ser alternativos ni siquiera en el lenguaje, explica en parte por qué no hay alternativas ni en la voluntad ni en la representación ni en las acciones.
Una reacción lógica y una lógica humanista pero limitadaEstos conceptos sirven a una lógica, a un modo de presentar la realidad. ¿En qué consiste este juego del lenguaje? ¿Cuáles son sus reglas? ¿Qué permite y qué prohibe? Son temas en los que no se ha profundizado lo suficiente. Las palabras circunscriben lo que se puede razonar. Pero existen también cercos y canales tendidos a tenor de las formas de razonamiento consideradas lícitas o censuradas. Y esa jurisprudencia del pensar tiene unos presupuestos que pasan desapercibidos y son aceptados inconscientemente, y por ello, más fuertemente. Para articular este nuevo juego de lenguaje han debido ocurrir en el mundo muchos cambios, cambios que, con retrasos, contradicciones y altas cuotas de provincianismos, vivimos en Nicaragua. El fin de la Guerra Fría no es uno de los menos señeros. Estos cambios han alentado unos planteamientos interioristas -los fundamentalismos son ahora más religiosos que políticos-, neutros -no hay bandos enfrentados- y técnicos -las ciencias tienen la solución-.
Del materialismo y el colectivismo marxista, el discurso ha transitado hacia un énfasis en el interiorismo: valores humanos, autoestima, apropiación, atención a las expectativas, sentido de pertenencia, identificación, empatía, transparencia... Algunos de estos términos han sido importados de la retórica espiritual y sicológica. La participación es el correlato individualizante -espacios para los individuos- del obsoleto movimiento de masas. El empoderamiento es la versión social y científicamente admisible y muy light de la dictadura del proletariado. La combinación de las preocupaciones ecológicas con el intimismo da lugar a una constelación de pensamiento que el sociólogo catalán Manuel Castells llama "el reverdecer del yo".
Se trata de una lógica de corte humanista, una atmósfera donde los pequeño-burgueses se sienten en su casa. Para bien y para mal. En cualquier caso, vale anotarlo como una reacción ante esa lógica tan propia de la izquierda tradicional: la anulación del individuo, el holocausto de los hombres y mujeres concretos en beneficio de las grandes causas, muy en la visión hegeliana del devenir histórico donde los individuos no son más que nudos en el gran tejido social que va urdiendo el espíritu absoluto. Los nuevos planteamientos implican una vuelta a las necesidades del hombre y la mujer concretos que habían sido olvidadas por los megaproyectos (socialismo, catolicismo, liberalismo) y cuya voz aparecía diluida en el gran alarido de la colectividad.
Desistir de la complejidad, mostrar neutralidad: virtudes máximasEste repliegue al interiorismo, que coincide en Nicaragua con el declive de los gremios, movimientos de masas y sindicatos, deviene en un proceso de ablandamiento, soslayando el conflicto. El discurso del desarrollo pretende ofrecer descripciones neutras donde no se perciben ni buenos ni malos, donde sólo hay desajustes, distorsiones y situaciones anómalas, lo que corresponde a una óptica más funcionalista.
A una realidad que se presume insuficiente pero no conflictiva -porque se constata que no coincide con sus metas pero se asume que esas metas son de común interés-, corresponde un discurso ufano de su asepsia, un afán de neutralidad y un proclamado desprendimiento de intereses, como si hubieran alcanzado la epoché, esa mirada libre de prejuicios capaz de descripciones nítidas. De hecho, la mayoría de los pensadores del desarrollo adoptan lo que Bourdieu califica como el "aristocratismo del desinterés".
Esa asepsia, prurito de neutralidad, aspira a que las soluciones sean meramente técnicas. Se proclaman indicadores macroeconómicos y se evita la economía política como la peste, como una manera poco científica de plantearse el asunto. Se vende una versión del relato social que implica conformidad con el orden establecido o la propuesta de que todos tengan un poco más de lo que tienen. En esta versión, los estratos sociales son algo estático, dado por tiempo indefinido, y no el resultado de un proceso de lucha de clases.
La ciencia es la solución porque se parte de una visión de la historia como un camino unidireccional hacia el progreso en que el conocimiento humano aplicado a transformar la naturaleza logrará crecientes mejoras. Surge un afán de instrumentalizar porque las soluciones son técnicas. La administración de empresas hace reingenierías con los recursos humanos. Se buscan relaciones directas y mecánicas entre grupos y propiedades. En auxilio de esa visión del aparato social como un artefacto mecánico se inventaron diversas teorías. Una de las más exitosas es la que reduce el problema del desarrollo local al diseño de los incentivos adecuados para que los agentes locales funcionen bien, tesis que parece ser heredera del enfoque de Skinner, que presenta a los seres humanos como máquinas adiestradas en un sistema de premios y castigos.
No hay nada de malo en el empleo de estos instrumentos, pero sí en su casi deificación, en considerarlos más que instrumentos y en la ignorancia de sus presupuestos. Estos embutidos teóricos tienen arrastre porque es más cómodo reducir los conflictos sociales a una serie de dispositivos matematizables, expresables en planes estratégicos y "desistir" de la complejidad. Todo antes que sumergirse en la realidad, cambiar el lugar hermenéutico y adoptar la posición que haría ver que lo que aparece como de "sentido común" no es común según otros puntos de vista. Porque todo punto de vista es la vista desde un punto. De ahí las divinas pomadas, las recetas ad hoc, el optimismo del ingenuo positivista que, al sumar un concepto más y medir, cree haber dado con la panacea, mientras elude que, especialmente en el ámbito social, el sentido que para los individuos revisten ciertas acciones son vitales para entender lo que ocurre.
La parafernalia de los gráficos y estadísticasLa deificación de las ciencias es acompañada por el instrumental de lo mensurable, lo matematizable. La parafernalia que acompaña a estas formas de razonamiento permite impresionar, convertirse en gurús, en los oráculos de Delfos del desarrollo. Un gráfico puede ser la bola mágica donde observar el presente, el pasado y el futuro -las proyecciones- de la realidad. Pero, como las líneas de la mano, este método contiene signos que sólo los iniciados, los expertos, tienen el privilegio de interpretar. De eso se trata: de excluir al plebeyo. La parafernalia ha sido inflada por el poder de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Videos, y computadoras han logrado la hegemonía de la imagen sobre la palabra. Los expositores hablan proyectando y comentando cuadros y gráficos y encubren así la debilidad de su retórica. Apilar gráficos oculta que se trata de meras yuxtaposiciones de datos sin un análisis que los hilvane. Se trata de un arte de la persuasión que no se funda en la consistencia y el ritmo sostenido de unos argumentos, como demandaban las disputas cuodlibéticas -esos juegos dialécticos y ejercicios polémicos muy en boga en las universidades medievales-, donde los participantes ponían a prueba su amplitud de conocimientos, su capacidad expositiva y su agilidad mental. El economista norteamericano Paul Krugman, conocedor de los medios actuales, advirtió que con frecuencia un cúmulo de estadísticas ocultaba un argumento banal. Ante la insuficiencia de las ideas, el power point, los acetatos, las filminas, y el altoparlante salen al rescate.
A dónde conducen los juegos del lenguajeEn una muestra de magnífico sentido del humor el historiador italiano Carlo M. Cipolla, reunió en su libro Allegro ma non troppo dos ensayos -El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media y Las leyes fundamentales de la estupidez humana- en los que con fina ironía urde una parodia del tipo de trabajo que realizan actualmente los científicos sociales. Ambos son una burla contra lo que muchas instituciones académicas venden como ciencia social.
En el primero de los textos, con el auxilio de gráficos y ecuaciones -una de cuyas más señeras variables es la constante afrodisíaca de la pimienta-, Cipolla demuestra "científicamente" cómo Europa evitó la caída en la trampa malthusiana gracias a un incremento de la renta -procedente del comercio de la pimienta- superior a la tasa de crecimiento poblacional estimulada por las propiedades afrodisíacas de la misma pimienta. Para mayor hilaridad, acaba citando a un apócrifo autor que en veintisiete páginas de anotaciones algebraicas muestra que la evasión de la trampa malthusiana se llevó a efecto con el concurso de una versión preprotestante de la Ética protestante de Weber, de acuerdo a la cual las ciudades preprotestantes abrieron escuelas de contabilidad que permitieron mejorar notablemente su posición frente a las ciudades dominadas por aristócratas dedicados a montar a caballo, cazar y batirse en duelo.
Cipolla no hace más que emplear la misma lógica, los mismos juegos del lenguaje que la academia ha puesto de moda, para mostrar hasta qué punto pueden conducir a razonamientos irrisorios y enteramente ociosos. Por si se creyera que hay un mucho o un poco de exageración en el asunto, valga citar el hecho de que uno de los más conspicuos economistas del Banco Mundial, en reciente teleconferencia, transmitida en Managua, expuso muy jactancioso la fórmula de la anticorrupción en una flamante ecuación de una nitidez que ya querría el binomio de Newton. En Nicaragua, nada nos complacería más que una matematización de nuestro principal dolor de cabeza obrara el efecto de anularlo. En un país donde el único método matemático aplicable y aplicado es el de la reducción al absurdo, sólo cabe esperar que el rigor formalizador del álgebra describa nuestras tribulaciones cuando las paralelas se crucen.
El mito de la objetividadEn esas pretensiones de forzar formalizaciones matemáticas anida un positivismo ingenuo que muchas veces mal disimula una carencia de capital teórico. Se instaura un fundamentalismo cientificista o tecnocrático, una asepsia de quien se pretende más allá de los bienes y los males sociales y que dice no "contaminar" sus afirmaciones con ningún género de condicionamientos ideológicos, cuando esta posición, en sí misma, tiene unos presupuestos ideológicos que optan y presuponen la existencia de lo neutro, la objetividad.
Los cuadros, los gráficos, las tablas estadísticas son los instrumentos de los que se nutre el mito del objetivismo: la creencia en la existencia de una verdad objetiva que se corresponde con una realidad objetiva, exterior y aprehensible por el individuo. Se presume que el gráfico o la tabla de datos refleja la realidad de forma más inmediata y fiel. En general, se olvida -como observó el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend- que la historia se compone también de "ideas, interpretaciones de hechos, problemas creados por un conflicto de interpretaciones, acciones de científicos, etc." y que lo peor que puede ocurrirle a la ciencia es la simplificación racionalista de sus procesos, donde científicos bien entrenados viven esclavizados por un amo llamado "conciencia profesional" para conservar su integridad profesional y así su imaginación debe quedar restringida y su lenguaje debe dejar de ser el que les es propio.
Carísimos congresos y hoteles lujosos para "pensar la pobreza" El lenguaje postizo empata con una atmósfera artificiosa. El pensamiento sobre el desarrollo se lleva a escena en un cúmulo de seminarios, talleres e informes. El "teatro" del pensamiento sobre el desarrollo son los hoteles de lujo, los grandes centros de convenciones, los salones VIP que exigen el acartonamiento de la etiqueta. No se percibe la más mínima contradicción entre el tema (la pobreza) y el local de la reunión (un hotel de lujo). Los sitios adecuados para "pensar el desarrollo" parecen ser elegidos bajo el supuesto de que la mayor distancia del objeto de estudio es conditio sine qua non de la objetividad, neutralidad, asepsia e imparcialidad.
Sólo a esa distancia de la pobreza se puede presumir que se ha capturado su esencia y proponer soluciones. La realidad incolora se hace inofensiva, se castra. Ahí se puede empalabrar lo que se ignora y vaciar de contenido los conceptos. En el decurso de tanto discurso, los conceptos se vacían de contenido, porque tras ellos no hay intuiciones, sino hueca fraseología de quien no ha vivido lo que describe ni se deja tocar el alma por ello. En el fondo, hay una falta de experiencia. Y por eso se patina sobre las mismas frases gastadas. Por eso pululan los huecos conceptos, alejados de la realidad y el hombre y la mujer concretos por el que supuestamente han optado. Por supuesto que no faltan consumidores para este tipo de eventos. Como observó el economista norteamericano John Kenneth Galbraith, la gente está dispuesta a cualquier cosa a condición de que no la obliguen a pensar. Y para eso sirven las repeticiones y los vanos conceptos, y los congresos, simposiums, convenciones y hoteles. Los consumidores de estos productos también se sienten muy satisfechos de escuchar lo mismo -el problema planteado en los mismos términos y con el aporte de las mismas soluciones- porque eso conserva el orden establecido.
Los profesionales de este discurso "no se manchan"En el escenario de este pensamiento se encuentran los consultores, asesores, promotores, funcionarios del gobierno, de las ONGs y de los organismos multilaterales, los profesionales de la clase media haciendo esfuerzos denodados por dotar de vida a su personaje social. Consumen, crean y difunden este pensamiento.
La promoción del desarrollo, la oferta de asesorías, el mercado de las consultorías ha logrado una expansión de la clase media y de su capacidad de consumo. Se trata de un mercado que tiene sus espejismos: la ilusión de que en verdad se está haciendo algo por el desarrollo, independientemente de si es cierto o no. Creen lo que dicen por obra y gracia de una visión berkeleyana del mundo, según la cual el ser social no es más que el ser percibido, la representación mental de una representación teatral. Estos profesionales han introyectado el discurso sobre el desarrollo haciendo malabarismos con los conceptos puesto que deben justificar su ascensión: el discurso les proporciona los medios y la esquizofrenia la licencia para olvidar.
Por su procedencia de clase son los beneficiarios de la movilidad social, como pondría en evidencia una exposición del antes y el después de su introducción a la "burbuja" de fondos de la cooperación externa. Son una clase en ascenso. El asesor quiere parecer ministro, el director de una ONG se siente al frente de una empresa. Por lo general incapaces de una producción cultural más enjundiosa, la redacción de informes, artículos menores y ponencias para seminarios, conferencias y talleres les permiten crear, mantener y ampliar unas relaciones que les son indispensables para el ejercicio de su profesión. Esta estrategia les ayuda a incrementar su capital económico, mantener un cierto estatus de "pensadores" y ampliar su capital social. Su inversión se hace en debates, entrevistas, coloquios, recepciones. Ahí se genera su capital social. Jamás confesarán que buscan dinero, porque, como buenos representantes de las capas medias, presumirán de una opción por los bienes simbólicos: cambiar el mundo, formación académica, best-seller literarios, películas "con mensaje", canciones "testimoniales". De esos gustos depende la posibilidad de consagración de este mercado: qué se lee, qué se opina, a quiénes se frecuenta. Resulta de mal tono ser un radical. En cualquier caso, la moderación, ser de aquellos que "no toman partido hasta mancharse", es la pose que les asegura el rango de intelectuales.
Un lenguaje auténtico conduce a un pensamiento auténtico Alcanzar un pensamiento auténtico es imprescindible para avanzar en nuevas propuestas. Éste es un camino que pasa por la búsqueda de un lenguaje alternativo, porque, como hace décadas apuntó el lúcido pensador italiano Gillo Dorfles, nuestro modo de ser -en el mundo- está directamente subordinado a la lengua que hablamos, "al uso que hacemos de esa lengua, hasta el punto de permitir o impedir determinados conocimientos y experiencias sólo debido a nuestra posesión de un instrumento lingüístico más o menos idóneo." Habrá inevitables sesgos y prejuicios. Pero será un notable avance contar con un marco de pensamiento que recuerde el apotegma kantiano de acuerdo al cual la intuición sin concepto es ciega, pero el concepto sin intuición es vacío.
Un lenguaje auténtico partiría de conceptos llenos de experiencia, acuñados por intelectuales que no sólo repitan, sino que lean, contrasten, y estén atentos a lo que ocurre en la realidad. Capaces de tener su propia opinión y no de acoplarse enteramente al lenguaje y a la faramalla dominantes. Se reconocerán por la complejidad del planteamiento y la claridad de la exposición. Presentarán la realidad no en gélidas abstracciones, sino en carne viva, porque, como escribió Bourdieu, no basta con demostrar, es necesario mostrar objetos e incluso personas, hacer tocar con los dedos -lo que no quiere decir señalar con el dedo ni "poner en el Índice"-, y hacer entrar en una cantina popular o en un campo de béisbol a unas personas que, acostumbradas a hablar lo que creen pensar, no saben ya pensar lo que hablan.
Nota final - Como es obvio para cualquier lector o lectora avispados, en estas páginas se peca de lo mismo que se critica: un estilo tirando a denso y pesado, un lenguaje no desprovisto de academicismos y una cierta dosis de citas de pensadores con autoridad para legitimar las tesis. Ni como crítico consigo ser alternativo en mi argumentación. Quizás para ser leído, quizás para impresionar... Son meras disculpas. Hace falta mucho coraje y mucha imaginación para esquivar las tentaciones del lenguaje y, en una atmósfera tan mutiladora como la de la actual Nicaragua en busca de "desarrollo", para lograr decir nuestra palabra sin prótesis.
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