Centroamérica
Vigilancia sólida y líquida en las fronteras (4): El poder del teatro en la frontera México-Estados Unidos
La teatralidad es una de las hipótesis más sugerentes
para entender lo que sucede en la frontera más vigilada del mundo.
Y en ese teatro, más que el número de actores,
lo que importa es el número de espectadores en los medios masivos:
una frontera militarizada es la mejor prueba de que “la patria está amenazada”...
Y la amenazan los emigrantes,
convertidos por el teatro policial en doblemente peligrosos:
por delincuentes y por extranjeros.
José Luis Rocha
En la anterior entrega barajé varias hipótesis para explicar el descenso de las aprehensiones de migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México. Es un fenómeno sobre el que hay poca pesquisa. Se lo suele despachar con displicente celeridad presumiendo que las cambiantes condiciones económicas en Estados Unidos han disminuido el flujo migratorio. O se lo explica afirmando que la presencia de los patrulleros de la Border Patrol tiene un poderoso efecto disuasivo. Ergo, tiene sentido seguir colocando más agentes en la frontera.
Ya hemos demostrado que el negocio de la Border Patrol es muy lucrativo y también muy ineficiente. Ahora, debemos ahondar más y mejor en lo que está sucediendo en la frontera México-Estados Unidos. Y al profundizar, nos toparemos con el poder que ha tenido siempre el teatro para bien… y para mal. La teatralidad es una de las hipótesis más sugerentes para entender lo que sucede en la frontera más vigilada del mundo.
EL PODER DE LOS CASTIGOS TEATRALES La cobertura periodística a la migración masiva de niños centroamericanos no acompañados dio un contundente mentís a la tesis de la disminución del flujo migratorio, o al menos exige que sea sometida a escrutinio y a importantes matices. La ineficacia de la Border Patrol ha llamado la atención de congresistas que han encomendado reportes.
Urgido por sacar a flote su reputación y por seguir alimentando a los contratistas privados de las prisiones y a la producción militar, el Department of Homeland Security (DHS) ha compensado su impotencia para contener la migración con operativos teatrales de frontera extendida hacia adentro. Para justificar el crecimiento sostenido de la industria de la vigilancia, a la vista de sus malos resultados, está haciendo uso del teatro en el sentido que el historiador Edward Palmer Thompson le dio al término: una herramienta de control político, necesaria porque “gran parte de la vida política de nuestras propias sociedades puede entenderse sólo como una contienda por la autoridad simbólica”. El control echa mano de expresiones teatrales porque necesita recuperar dominio de las mentes: “Una hegemonía tan sólo puede ser mantenida por los gobernantes mediante un constante y diestro ejercicio, de teatro y concesión”.
Los patíbulos del siglo 18 y otros lugares de ejecuciones y puniciones públicas son los más dramáticos y clásicos escenarios de ese teatro, que no se cebaba sobre todos los criminales, sino en aquellos que servían para lograr un efecto ejemplarizante. El efecto de control de clase en los componentes terroríficos del teatro dependía de la publicidad local: “Las multitudes que presenciaban la procesión hacia la horca, las habladurías que seguían en los mercados y los talleres, la venta de folletos con las ‘últimas palabras antes de morir’ de las víctimas”.
CUANDO ES DIFÍCIL
DESMONTAR EL ESCENARIO Un elemento imprescindible de esta noción de teatro es que las acciones que merecen el calificativo de teatrales no cifren su éxito en la cantidad de sus afectados ni guarden relación con la racionalidad económica de la institución ejecutora. No se trata de volumen: el número de las víctimas de los castigos en el teatro del terror o de los beneficiarios de las dádivas en el teatro de la beneficencia puede ser muy reducido. No importa el número de actores, sino el de espectadores, para lograr el impacto.
Por eso, esta noción está emparentada con las tesis aún más radicales de Guy Debord sobre la sociedad del espectáculo, que podemos tomar como una versión extrema donde el teatro construye realidad objetiva: El espectáculo no es una colección de imágenes, sino una relación social entre personas mediada por las imágenes. El espectáculo es “una visión del mundo que ha devenido objetivada”. Y añade: “No se puede oponer abstractamente el espectáculo y la actividad social efectiva. Este desdoblamiento se desdobla a su vez. El espectáculo que invierte lo real se produce efectivamente. Al mismo tiempo la realidad vivida es materialmente invadida por la contemplación del espectáculo, y reproduce en sí misma el orden espectacular concediéndole una adhesión positiva. La realidad objetiva está presente en ambos lados. Cada noción así fijada no tiene otro fondo que su paso a lo opuesto: la realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente”.
Esa posibilidad de desdoblamiento que hace emerger la realidad a partir del espectáculo teatral es la que permite que, pasando por la escenificación mediática de un prurito de vigilancia, los atentados de las Torres Gemelas justifiquen la militarización de una frontera a millas de los hechos, la mera cantidad de patrulleros sea tomada como muestra de su eficacia a contrapelo de las estadísticas de su desempeño y la tecnología militar sea un indicio de la peligrosidad de las zonas donde está siendo aplicada. Algunos hechos pueden retar el sentido común construido por el espectáculo, pero es muy difícil desmontar el escenario. En el caso de las cruzadas estadounidenses en el Medio Oriente, nos dice el experto en relaciones internacionales Der Derian, puede ocurrir que la fe en las guerras virtuosas experimenten sacudidas -cuando se constata que la guerra en Irak ha durado más que la Segunda Guerra Mundial y va costando 4 mil muertos estadounidenses, más de 90 mil iraquíes, casi 2 millones de refugiados y 3 billones de dólares-, pero jamás será derrotada por los acontecimientos a ras de suelo.
En el caso de las políticas migratorias, las evidencias pueden mostrar que más de una década de militarización y de inversión en gravosas tecnologías no han frenado la migración no autorizada. No importa: la función ya empezó y ningún oscuro reporte la puede interrumpir. Una frontera militarizada es la mejor evidencia de que la patria está amenazada.
EL TEATRO
DE LAS REDADAS MASIVAS El teatro en la que la American Civil Liberties Union llama “zona libre de Constitución de la frontera” no basta. El teatro debe extenderse hacia el interior del país. Su producción de hegemonía depende de su traslado a todo el territorio nacional. Ese cometido lo tienen las redadas masivas que de tanto en tanto llevan a cabo los agentes del Inmigration and Customes Enforcement (ICE) para deleite de xenófobos y contento de racistas.
La última redada masiva es la escenificación cabal de una política migratoria que extiende la frontera en el espacio. En apenas cinco días, los primeros del mes de marzo de 2015, el ICE lanzó la operación Cross Check para que cientos de patrulleros de migración se desplegaran en todo el país y arrestaran a extranjeros considerados amenazas para la seguridad pública. Según el ICE, el resultado fueron 2,059 capturados de 94 países, todos con antecedentes criminales, 476 previamente deportados, 58 pandilleros, 1 mil con múltiples delitos, incluyendo homicidio, pornografía infantil, robo, secuestro y violación.
Un poco más abajo, el informe del ICE aclara que la gran mayoría de quienes cometieron faltas menores fueron acusados de conducir después de haber ingerido bebidas alcohólicas u otras drogas. Y luego advierte que el ICE -no la fiscalía ni los jueces- considera a ese tipo de infractores, particularmente a los reincidentes, como una significativa amenaza a la seguridad pública. Los 476 que reincidieron en su ingreso no autorizado después de una deportación -casi la cuarta parte de los capturados- serán remitidos a fiscales que solamente por esa falta podrán pedir para ellos una pena de hasta 20 años de prisión. El último memorándum sobre aprehensión y deportación de migrantes indocumentados demanda priorizar las amenazas a la seguridad pública, con los pandilleros y los delincuentes convictos a la cabeza. Ésta es la sexta redada de alcance nacional desde 2011. Las cinco anteriores sumaron 13,214 arrestos.
No hay duda de que aquí tenemos en acción al banóptico -cacería humana con tecnología informática- para desembarazarse de los indeseables. Un proceso de selección informática los señaló con su dedo virtual. Los objetivos de estas redadas son construidos por un proceso -no social, como en los estigmas que estudió Goffman, sino virtual burocrático- que cruza estereotipos y atributos para identificar migrantes que no son potables, que la sociedad no puede digerir, que no son carne de ciudadanía estadounidense. Para ello se vale de una intensificación de la vigilancia que abarca desde observar la conducta en la calle, seguir la pista a ex-convictos y monitorear la velocidad de los vehículos hasta la navegación en Internet.
Esta vigilancia cruza guerra, terrorismo y delitos comunes, y los presenta como una amenaza a la seguridad. Asesinatos, conducir ebrios, fraudes y pedofilia son magnificados por los medios de comunicación. A esto se añade el re-ingreso indocumentado.
LA FRONTERA ESTÁ EN TODAS PARTESLos resultados de estas redadas son ridículos, no sólo comparados con el volumen total de 12 millones de indocumentados, sino incluso con respecto a las declinantes capturas anuales de la Border Patrol, que sólo en la frontera obtienen cientos de miles de detenciones.
Tomando nota de este tipo de desproporciones en el ejercicio de la coerción, Thompson aconseja prestar atención a las formas y a los gestos del ritual. Por ejemplo, a las fotografías de los agentes apostados junto a los domicilios, recorriendo el Bronx y rodeando apartamentos.
Ese teatro produce lo que enuncia: fabrica criminales. Las redadas en sí mismas son poderosas porque escenifican el alcance del poder y siembran la alarma: hay elementos peligrosos en tu vecindario y aquí estamos para protegerte. Este teatro de la vigilancia pregona que New York puede ser sometida al mismo monitoreo militar que Bagdad y Gaza. El medio es el mensaje y la construcción de la realidad del espectáculo: la Border Patrol está en todo el país. La frontera no tiene límites. Es alargada. David Lyon explica que “cuando se trata de la población migrante, las fronteras están en todas partes. No importa dónde se encuentre el inmigrante ‘indeseable’. Puede ser detenido en cualquier lugar”.
Los agentes localizan a individuos en sus casas usando las tecnologías del banóptico: censos, documentos municipales, facturas de consumo, registros que tienen larga data de probar su utilidad como detectores de grupos indeseables y removibles. Los registros en Estados Unidos están facilitando los de los migrantes construidos como indeseables criminales. La mayoría de los periódicos estadounidenses se han limitado a reproducir la información que el DHS dio a conocer en su página web. Es curioso pero comprensible: ¿Quién osaría defender a criminales?
EL PODEROSO VÍNCULO CREADO
ENTRE MIGRANTES Y CRIMINALES La Directora del ICE, Sarah R. Saldaña, brindó unas declaraciones que intimidan a cualquier medio con intenciones de hacer de abogado del diablo: “Esta operación nacional ejemplifica el continuo compromiso del ICE de priorizar a los criminales convictos y amenazas a la seguridad pública en las aprehensiones y deportaciones. Sacando a estos individuos de nuestras calles y removiéndolos del país estamos haciendo nuestras comunidades más seguras para todos”.
Este tipo de declaraciones son parte de la función teatral que hace que la reubicación de las personas tenga un poder de transformación cualitativo. Como explica Zygmunt Bauman, los emigrantes son colocados en la categoría de ‘sospechosos de actos delictivos’ muy lejos del lugar donde infringieron la ley y se los rebautiza como ‘delincuentes’.
Mediante el vínculo entre migración/crímenes se sella el carácter ilegal de la migración no autorizada y se alimentan los miedos, de por sí ya bastante cultivados por una industria literaria religiosa que anuncia la inminente venida del anticristo y el fin de los tiempos. Ese anticristo son los otros. Y esos otros pueden ser delincuentes comunes, miembros de otras religiones, ciudadanos de otros países... O una combinación con ésos y otros rasgos.
Para su desventaja, los migrantes pueden reunir varias otredades: otro país, otra religión, otras costumbres. El teatro policial los convierte en doblemente peligrosos: delincuentes y extranjeros. Según el análisis de Torin Monahan, investigador sobre tecnologías de vigilancia, son construidos como transgresores de normas sociales y límites espaciales, buscando beneficios económicos de corto plazo a expensas de los individuos respetuosos de la ley.
Declaraciones como la de Saldaña contribuyen a que delincuencia, migración y seguridad nacional formen una terna cada vez más indisoluble. En la consecución de ese objetivo hay que medir el éxito del teatro. Si corona sus empeños, habrá militarización para rato.
LO QUE CUENTA
ES EL BOMBO Y EL PLATILLO MEDIÁTICO Es inevitable preguntarse: Si la seguridad pública es tenida en tan alta estima, ¿por qué el ICE dedica apenas 5 de los 365 días que tiene el año? ¿Por qué con sus inmensos recursos ha ejecutado poco más de una redada por año? Quizás porque aquí -como en otros ámbitos de las políticas públicas- no se busca la efectividad, sino la teatralidad.
Es sintomático de la teatralidad el hecho de que la violencia del Estado no guarde una relación directa con las cantidades. Aquí tenemos una desproporción entre la envergadura de la operación y sus logros numéricos: el ICE deportó en 2013 a 198,394 extranjeros con antecedentes criminales. Los 2,059 que produjo esta redada nacional, anunciados con sonoros bombos y platillos, son apenas el 1% de esa cantidad.
¿Qué sentido tiene movilizar a cientos de agentes por todo el país durante cinco días para capturar a menos delincuentes extranjeros que en los días ordinarios? En 2013 el ICE deportó un promedio de 2,718 migrantes con presuntos delitos cada cinco días. En 1950 una docena de agentes de la Border Patrol dirigida por Albert Quillin establecieron una microestación fronteriza en Río Hondo, Texas, y con sólo unas pocas máquinas de escribir, dos buses, una avioneta, un camión y nueve automóviles consiguieron aprehender a más de 1 mil indocumentados en cuatro días.
Una vez más vemos que el teatro no tiene relación con la búsqueda del mayor impacto cuantitativo inmediato ni con el cálculo costo-beneficio. El efecto depende de su visibilidad mediática. Y aquí, incluso quienes nos oponemos a la militarización de las políticas migratorias, hemos hecho una necesaria, pero colaboradora, publicidad del teatro con nuestras imprescindibles denuncias.
EL ÉXITO TEATRAL
DEL SHERIFF JOE ARPAIO Una muestra de que el teatro del terror requiere incluso mala prensa, pero en todo caso rutilante visibilidad mediática, es el de Joe Arpaio, autotrompeteado como el sheriff más rudo de los Estados Unidos, quien se ha convertido en una suerte de celebridad capaz de competir por las cámaras con los cineastas de mayor renombre.
Sheriff del condado de Maricopa desde 1992, no lo arredran ni le restan votos las numerosas demandas por atropello a los derechos humanos que ha acumulado en su larga carrera. Con su porte a lo John Wayne, sus bulliciosas redadas en barrios latinos, sus enormes cárceles en tiendas de campaña para alojar a indocumentados, su revivificación de las cuadrillas de presos encadenados que habían sido abolidas desde 1954 y los desfiles por las calles de Phoenix de presos vestidos nada más que con una ropa interior rosada, Arpaio ha demostrado que podría haber dado un par de lecciones a Stanislavski.
“Los medios importan”, Arpaio titula así un capítulo de su libro Joe’s law, donde asegura que más de dos mil medios -de todos los formatos imaginables- dan seguimiento a sus andanzas: desde Inglaterra a Corea, desde Alemania a Japón. Son una herramienta clave con la que obtiene muchos logros: “En realidad, si piensas en ello, los medios de comunicación están tan vinculados a mi éxito que podrías considerar toda la industria como uno de mis socios más valiosos para perseguir mis metas y prosperar en mi puesto”.
No importa si un juez federal le prohíbe las redadas en centros laborales. El teatro continúa gracias a la buena y a la mala prensa. Arpaio no es efectivo: los migrantes pasan por sus celdas sólo de forma efímera y sus redadas no producen gran volumen de capturas. No se trata de números. El impacto mediático es la más reluciente credencial como pieza clave en el teatro de la vigilancia y el terror.
Arpaio tiene un imitador que pone aún más de relieve la teatralidad de estos gestos: el actor Steven Seagal, célebre por sus películas de extrema violencia donde exhibía sus dotes de experto en artes marciales, ofreció en 2011 sus servicios de patrullero anti-inmigrantes al condado de Hudspeth, Texas. Después de un sonado éxito en un reality show como policía en Louisiana, colapsado por una demanda de abuso sexual, Seagal trasladó su espectáculo de defensor de la ley y el orden a la frontera.
Por amor a su patria, el millonario actor se dedicará a tiempo completo a capturar migrantes por un salario de 15 dólares la hora. Un año antes Seagal se había sumado al ejército de tres mil voluntarios que apoyan las redadas de Arpaio, enrolamiento que calculó como paso firme hacia su candidatura como gobernador de Arizona. A esa legión también pertenece Lou Ferrigno, el increíble Hulk. Se supone que los espectadores deben convencerse de que la frontera se tornó un sitio más seguro porque Seagal aplica las luxaciones del Aikido en los migrantes mexicanos y centroamericanos. El espectáculo estaría más completo si se sumaran Rocky, Batman y Los Cuatro Fantásticos. Pero el mensaje ya fue enviado: habrá teatro, no esperen volúmenes de capturas.
LA FRONTERA:
REGIÓN LETAL PARA MIGRANTES No nos llamemos a engaño: el espectáculo es real. El teatro no es inocuo. Hace un daño real a quienes se aplica y deposita dinero contante y sonante en la industria de la vigilancia. Hay centenares de muertos en la frontera y de desaparecidos en Centroamérica.
Pero incluso el daño puede ser exhibido de tal manera que añada elementos a la teatralidad. Es lo que ocurre con las muertes en el desierto. Entre 1998 y 2014 ocurrieron 6,336 muertes en la frontera suroeste. Un promedio de 373 por año, remontando desde 263 en 1998 hasta llegar a 307 en 2014, con un pico de 492 en 2005. En 2014 el 37% de esas muertes ocurrieron en el sector de Río Grande Valley, en los alrededores de McAllen, la región que más transitan los centroamericanos. Murieron por hipertermia mientras buscaban fisuras en la vigilancia fronteriza.
Las muertes en la frontera suroeste no son una novedad. Fueron numerosas en la década de los 80. Los registros oficiales del Customs and Border Protection (CBP) dan cuenta de 300 muertes en 1985 y un pico de 344 en 1988.
La novedad es que como la vigilancia más exhaustiva no ha conseguido reducir sustancialmente las muertes, en un contexto de mengua en las aprehensiones, tenemos que si en 1985 hubo 2.5 migrantes muertos en la región fronteriza por cada 10 mil aprehensiones, en 1994 esa tasa había descendido a 1.75 y así se mantuvo hasta que desde 1.73 muertos en 1998 fue subiendo de forma gradual pero sostenida, pasando por 3.4 en 2002, 4 en 2006 y 8 en 2010, hasta alcanzar un pico de 13 en 2012. En 2014 descendió a 6.4.
La Border Patrol tiene dos resultados divergentes: menos aprehensiones y más vidas en peligro. Una perversa proporción inversa puede calcularse sobre la base del número de agentes de la Border Patrol y la dotación presupuestaria: con más agentes y más fondos en la Border Patrol, la frontera se ha tornado una región más letal para los migrantes. La seguridad fronteriza se cobra en vidas de emigrantes y a las empresas de vigilancia se les paga en dólares.
CADALSOS DEL SIGLO 18
Y MEDIOS DEL SIGLO 21: EL MISMO ESPECTÁCULO El efecto teatral no proviene de las muertes que ocurren en la frontera, sino de la cobertura periodística. Los medios de comunicación están siendo el escaparate para el pueblo que fue el cadalso en las ejecuciones de la Inglaterra del siglo 18. Son la ventana a la calle y la exhibición pública de las muertes que ocurren ocultas en el desierto. Muchos de sus titulares y reportajes nos remiten a la lucha del ser humano contra la naturaleza: Deadly chase: Arizona desert becomes immigrant deathtrap, 4 bodies found in Arizona desert: Authorities found four human bodies abandoned in the Arizona desert Thursday, ‘Living, Breathing Archaeology’ In The Arizona Desert... La cobertura periodística predominante trae con fuerza una vieja idea: ahí los migrantes se encuentran en un estado de naturaleza. De ahí al negligente tratamiento burocrático y al desentendimiento de los gestores de las políticas migratorias no hay más que un paso.
Sólo hay que echar mano de las viejas tesis de Kant sobre el infanticidio cometido por los progenitores con los hijos bastardos: no puede llamarse asesinato y, aunque es punible, no puede ser castigado con la pena capital porque “el niño venido al mundo fuera del matrimonio ha nacido fuera de la ley (que es el matrimonio), por tanto, también fuera de su protección.
Se ha introducido en la comunidad de una forma -digamos- furtiva (como mercancía prohibida), de modo que ésta puede ignorar su existencia (puesto que legalmente no hubiese debido existir de este modo) y con ella también su eliminación”.
Así también los migrantes, introducidos de forma furtiva como mercancías prohibidas, no tienen existencia jurídica dentro de Estados Unidos y sus muertes, o incluso sus asesinatos, no pueden recibir el tratamiento reservado a los miembros de una comunidad legal. Su estado natural los priva de derechos porque el estado de naturaleza “carece de toda justicia exterior”.
LA TEATRALIDAD
LOS REDUCE A LA ANIMALIDAD Sobre esa base, que ha viajado en los entresijos del derecho a lo largo de la historia, el teatro consiste en la escenificación mediática de un retorno al estado de naturaleza del que los migrantes son culpables por su tránsito ilegal.
Una línea fronteriza tiene el efecto mágico de reducir la condición de ciudadanos en un Estado-nación a mera entidad biológica en otro Estado-nación. La tradicional tara de la racionalidad legal formal -considerar a los actores legales como desligados del mundo- se invierte para presentar a los actores impulsados por móviles mundanales como desligados de la legalidad.
La teatralidad consiste en reducir a la animalidad a quienes se dice que vinieron -forzados, compelidos- por razones tan elementales -biológicas- como la necesidad de procurarse el pan de cada día. Quienes cruzan la frontera sin respeto de la ley, salen de su esfera protectora, se enfrentan a la naturaleza y mueren como animales.
Cuando al desacato se lo priva de su condición de acto político, se convierte en un acto que conduce hasta un terreno -el desierto, realidad desdoblada en su propia metáfora- donde no existen los derechos humanos. Más aún que el reality show de Arpaio, con sus redadas y sus desfiles de presos en calzoncillos rosados, el tratamiento mediático despolitizado de las muertes en el desierto es la consumación del más excluyente veredicto social: relegar a los migrantes al estado de naturaleza.
El castigo de Arpaio supone la admisión tácita de que los indocumentados, castigados por la ley, son sujetos políticos. La fuerza del debate podría aplicarles el décimo artículo de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana que en 1791 redactó Olympe de Gouges: “Si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”.
Si el indocumentado puede ser objeto de atención policial y judicial, ha entrado al terreno jurídico-político. Pero su presentación como forzado por las necesidades que perece ante las fuerzas de la naturaleza sitúa su agonía en el limbo de la política.
“MATAR A UN ELEFANTE”:
LA EFICACIA DEL TEATRO Por supuesto que aquí caben otras reflexiones, pues la teatralidad de la política es harto polisémica. El desierto no sólo es un reductor al estado de naturaleza: también es presentado como el arma de la Border Patrol, la naturaleza como su aliada. Pero es un arma que no puede tener responsabilidad moral: la responsabilidad se diluyó en el camino desde los despachos de los congresistas y los diseñadores de políticas al desierto.
En el caso de Arpaio y las redadas del interior del país, una interpretación no reñida con las anteriores es la que entiende ese despliegue extremo de vigilancia, ese desplazamiento de los operativos de la peligrosa frontera hacia el idílico interior del país y ese exceso de rudeza, como intentos teatrales para recuperar el buen nombre de la autoridad.
James C. Scott nos recuerda Matar a un elefante, un célebre texto donde George Orwell rememora sus días como subinspector de policía en los años 20 del siglo pasado en Burma: los ojos de los colonizados clavados en él y ejerciendo presión para que se comporte con la autoridad de la que está investido. Scott usa el texto para ejemplificar que si el dominado se coloca una máscara y recita un guión para simular sumisión, el poderoso también tiene su máscara y guión para representar autoridad.
Hacer restallar el látigo y dar golpes de fusta es parte de ese teatro y no guardan relación directa con la eficacia directa de la dominación, sino con la eficacia del teatro. Así se explica que los nativos fronterizos padezcan el tratamiento que se supone reservado a los indocumentados y los despliegues de vigilancia fuera del que ha sido convertido en oficial frente de batalla.
VIGILANCIA SÓLIDA
Y VIGILANCIA LÍQUIDA COMPENSADA CON TEATRO Es patente y desconcertante la desproporción entre la militarización de la frontera y los logros de la Border Patrol. La hipótesis del teatro es la que explica por qué si a los indocumentados se los controla con tanta falta de eficacia y eficiencia, a los ciudadanos se los acosa con tantas sospechas, maltrato y persecución.
Son dos caras de la misma moneda. El hostigamiento es la reacción de una autoridad impotente que quiere a toda costa darle el esquinazo al ridículo. Del ICE se espera que expulse: si alguien pone en duda su compromiso, ahí tienen un derroche de celo que lleva su voluntad de expulsión al interior del país y a los nativos de la frontera. La autoridad puede pecar por exceso, pero no por defecto. Y ya que peca por defecto, debe redoblar sus excesos.
Las falibilidades de la vigilancia sólida (muros y patrullas) en la frontera son compensadas con un teatro en el que los elementos de la vigilancia líquida juegan un rol clave: controles biométricos, registros informatizados para orientar las redadas y cobertura mediática que construye la amenaza nacional cuando reporta -e infla, repitiendo el autobombo de las declaraciones oficiales del DHS- operativos que peinan un país, pero que sólo con ayuda de los medios de comunicación logran estremecerlo.
Pero esa vigilancia, sólida o líquida, no está dando los resultados que las políticas proclaman. El paradigma del control y la seguridad ya se revela profundamente contraproducente en mitigar el terrorismo. Hemos visto que no obtiene mejores resultados en el control fronterizo. Pero sí produce el lucro de los contratistas militares a costa de un giro radical: tanto en las fronteras como en los vecindarios está borrando la tradicional separación de las esferas civil y militar.
Ciudadanos y no ciudadanos son tratados como amenazas, eliminando los obstáculos legales que se oponen a la militarización. Como señaló Graham, eliminar esa separación “significa que la militarización y el amurallamiento de las fronteras nacionales, como la que está entre Estados Unidos y México, no sólo involucra las mismas técnicas y tecnologías del amurallamiento de barrios en Bagdad o Gaza, sino que algunas veces, de hecho, incluye contratos lucrativos concedidos a las mismas corporaciones militares y tecnológicas”.
UNA DRAMATURGIA QUE MILITARIZA
Y DESPOLITIZA Los recursos de la dramaturgia, añadidos a la vigilancia sólida y líquida, ayudan a consumar la militarización de los espacios civiles y a convertir la frontera, las fábricas, las empacadoras, los campos de fresas o los vecindarios de Manassas en Virginia en escenarios de guerra, una transformación que elimina la política. Donde entra la fuerza, sale la política. Como observó Arendt, “poder y violencia son opuestos; donde uno gobierna, el otro está ausente”. Esa militarización despolitizadora que tiene mucho de “espectacular” significa que lo teatral no merma lo letal. Ayuda en cambio a despojar del carácter político.
Sin la eficacia de lo teatral, no se consuma la despolitización. Por eso urge resituar los actos de los migrantes en el terreno de los disensos que fundan tensiones en la sociedad estadounidense para recuperar la dimensión política y debatible del acto de cruzar la frontera sin autorización del Estado.
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO. INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA – UNIVERSIDAD PHILIPPS DE MARBURG.
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