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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 204 | Marzo 1999

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Nicaragua

Un giro necesario: apostar por ciudades y pueblos

El gobierno dice priorizar el agro para asegurar el despegue económico. Muchas ONGs apuestan con fe por el mundo rural viendo allí el eje del desarrollo. No existe suficiente debate sobre estas apuestas, ni siquiera después del Mitch. Tal vez el camino actual no lleva a ninguna parte, y el Mitch es una señal de alerta. ¿Por qué no dar un giro a la política económica y apostar por el fomento de la economía urbana?

Mario Davide Parrilli

El huracán Mitch reveló de forma dramática la debilidad del modelo de desarrollo nacional, a la vez que mostraba -como siempre lo hacen los desastres naturales- la extrema vulnerabilidad del campo ante las fuerzas de la Naturaleza. Inundaciones, sequías, aludes, huracanes, terremotos y maremotos impactan más duramente al campo que a la ciudad, porque, además de los daños en viviendas e infraestructuras, la producción del agro sufre seriamente con estos eventos. Muchos meses después de la tragedia, continúa en peligro la vida de los pobladores rurales, que pierden su producción y con ella, los ingresos y la comida de varios meses, a veces hasta las de un año entero.

¿Por qué un camino tan largo?

Según la evaluación hecha por Nitlapán, con datos del Ministerio Agrícola y Forestal (MAG-FOR), el huracán afectó 384 mil manzanas de tierras y causó pérdidas valoradas en 80 millones de dólares en la producción agropecuaria y en 850 millones de dólares en construcciones, maquinaria e inventarios agrícolas. Además de las víctimas humanas -2 mil 400 personas que vivían en comunidades rurales de las zonas norteñas y occidentales del país-, murieron 180 mil cabezas de ganado.

La vulnerabilidad del espacio rural es una realidad universal. Aun en los países avanzados, campesinos y empresarios agrícolas son afectados todos los años por lluvias torrenciales, granizadas y sequías. La economía campesina, por ser más propensa a sufrir la violencia de la Naturaleza, es también menos estable y segura que la economía generada por otras actividades productivas.

En Nicaragua esta evidencia se fortalece con otro argumento: hay áreas inhóspitas del país -algunas zonas de la frontera agrícola, de Occidente y del Trópico Seco-, donde la gente malvive padeciendo hambre y enfermedades, aferrada a terrenos que son cada vez más improductivos, especialmente en las actuales condiciones tecnológicas y de capital. No es casual que los nicaragüenses que viven en extrema pobreza sean gente del campo, como lo confirman una y otra vez estudios de las más di- versas instituciones.

¿Por qué tanta gente sigue malviviendo en zonas tan empobrecidas? Es una pregunta que tendríamos que hacer a muchos otros pueblos del mundo. ¿Por qué viven los esquimales en el Polo Norte, los rusos en Siberia o los tuareg en el Sahara? La historia de la humanidad es una historia de innumerables adaptaciones inteligentes que han permitido a nuestra especie habitar en las condiciones más inverosímiles. Pero tuvieron que adaptarse. Es decir, no se trató de un proceso fácil ni la adaptación se hizo sin dolor. Por otra parte, los fenómenos masivos de migración -también forman parte de esa historia-, que han llevado a muchos congéneres a habitar en lugares muy difíciles, han sido sólo parcialmente voluntarios. Guerras, conflictos y hambrunas los han determinado.

En Nicaragua estos procesos son muy recientes. Se puede fijar su origen en la acumulación de tierras que desplazó de sus lugares de origen a muchos campesinos, tal como sucedió en Chinandega y en León durante el auge algodonero de los años 60 y 70. Entonces, si el éxodo y la adaptación a zonas duras datan de hace tan poco tiempo, cabe la pregunta: ¿es necesario que tantos nicaragüenses tengan que transitar por tan doloroso y prolongado proceso, del que apenas han transcurrido 20-30 años?

¿Por qué no hay reflexión ni medidas?

A pesar de que en Nicaragua se acumulan, una sobre otra, las manifestaciones de impotencia de la población rural ante los embates de la Naturaleza, aún no se han sentado bases para una ubicación más segura de las comunidades en riesgo. Tampoco se ha iniciado una reflexión seria sobre el fomento de medidas inversionistas o incentivadoras para reformular la economía nacional, distribuyendo de manera más apropiada las actividades económicas y el empleo productivo. Ni tampoco se ha pensado en dar incentivos a los habitantes de las zonas rurales más inhóspitas e improductivas para que se decidan a una reubicación que haga su vida más satisfactoria y su producción más eficiente.

Actualmente, la mayor parte de la población rural de Nicaragua vive en condiciones injustamente duras, sin los servicios básicos que hacen la vida más llevadera y digna: agua, luz, carreteras, alcantarillado, escuelas, centros de salud. Estas carencias, junto a la falta de condiciones productivas que favorezcan una mayor rentabilidad de la tierra, anulan las perspectivas de un futuro mejor para las familias campesinas. El muy recortado presupuesto estatal no permite pensar que se instalarán en el campo servicios públicos e infraestructuras en las próximas décadas.

Estas evidencias chocan frontalmente con la orientación de la política económica que proclama el fomento del sector agropecuario como su prioridad. La combinación de ambas realidades -priorizar el agro y no atender el agro- parece destinada al fracaso si de reducir la pobreza rural se trata. Si Nicaragua vive actualmente en un estado de derecho y en un régimen de democracia, existen ya los espacios para defender el derecho de todos y de todas a vivir dignamente. Esto exige al Estado impulsar una ubicación más adecuada de sus ciudadanos y de las comunidades, sin necesidad de recurrir a ningún traslado forzoso, aunque sí recurriendo a variadas medidas incentivadoras que estimulen a la población rural.

¿Por qué esa prioridad?

A pesar de realidades tan obvias, no existe debate sobre estos temas. Se da por inamovible la actual ubicación de la gente y se buscan salidas donde difícilmente las hay. La política proclamada por el gobierno, y la política de muchas ONGs se enfoca casi exclusivamente en el desarrollo rural y, más específicamente, en el desarrollo agro- pecuario, bajo el enfoque de las supuestas "ventajas comparativas" de Nicaragua en la producción rural.

El gobierno plantea que el mejoramiento tecnológico de la producción agropecuaria tradicional logrará satisfacer las necesidades alimenticias de la población y que el incremento de la agroexportación de productos no tradicionales generará las divisas necesarias para "levantar" el país y hasta para pagar los onerosos intereses de la deuda externa.

En otro carril, y con un enfoque similar, son muchas las ONGs que esperan que sus proyectos de asistencia técnica, capacitación y crédito elevarán la calidad de vida de los pobres rurales. Tal vez la mayoría de estas instituciones minimizan lo inhóspito de muchas zonas del país y no valoran suficientemente la posibilidad de asumir enfoques alternativos que mejoren los vínculos del mundo rural con el mundo urbano. Tal vez -y esto es lo fundamental- menosprecian la capacidad del mundo urbano para generar mayor valor agregado, más empleo, nuevos ingresos, más oferta agropecuaria, más capacidad de comercializar y diversificar productos, de estabilizar la economía, de formar recursos humanos y de lograr transferencia tecnológica.

¿Por qué abandonaron el campo?

Resulta curioso que quienes más promueven y gestionan el desarrollo del agro no son productores agrícolas, sino organizaciones del sector servicios, que tienen sus bases en Managua, donde no faltan comodidades que son totalmente desconocidas en el agro. Resulta también significativo que muchos de quienes trabajan en estas organizaciones vienen del mundo rural, abandonado una o dos generaciones antes con la convicción de que su vida mejoraría en la ciudad, dedicándose a estudiar y a otras actividades industriales, comerciales o profesionales. Los padres de muchos de ellos y ellas fueron quienes los presionaron un día -cuando la urgencia del trabajo rural se hizo menos opresiva- para que dejaran el campo en busca de un futuro mejor.

Esta es la historia del mundo, y no sólo la historia de Nicaragua. Europa permaneció campesina hasta entrado el siglo que ahora termina y muchos países tuvieron incluso un 50% de población campesina hasta hace sólo 30-40 años. Y el cambio se inició precisamente cuando los padres vieron que la ciudad podía darle a sus hijos más que el campo y les dijeron: "Aquí la vida es demasiado dura, vete de aquí, busca algo mejor, ve a la ciudad, estudia, trabaja en cualquier cosa y mejorará tu vida". Es muy poca la gente que cambiaría un trabajo en el sector terciario, en una oficina con aire acondicionado, y una vida en la ciudad en una casa con agua, luz, teléfono, televisor, alcantarillado y con la educación y la salud tan cercanos, por una vida en el campo, donde falta todo esto y hay que acostarse a las siete de la noche junto a bueyes y gallinas.

Actualmente se habla mucho de la tendencia de los habitantes urbanos de los países económicamente avanzados a cambiar su apartamento en la ciudad por una casa en el campo, buscando la tranquilidad y la belleza de la Naturaleza. Esta tendencia empieza a observarse también en Managua, donde quienes tienen más dinero para elegir buscan para vivir zonas más seguras y verdes en los alrededores de la capital. Pero nada de esto significa que "vuelven al campo" para trabajarlo, sino solamente para construirse una casa más cómoda, bonita y silenciosa.


¿Por qué no reubicarlos?

Las instituciones de desarrollo apuntan excesivamente al agro como la base del desarrollo de Nicaragua, independientemente de si el agro es árido, pantanoso o está en pendiente. ¿Por qué no surgen interrogantes sobre la posibilidad de impulsar una reubicación de los campesinos en zonas menos difíciles? ¿Es lo mejor para los campesinos seguir en esos lugares?

El presupuesto nacional depende de los impuestos que pagan las personas físicas y jurídicas. Pero el bajísimo nivel de ingresos de la mayoría de los contribuyentes nicaragüenses hace sumamente baja la cantidad que se recauda: alrededor de 600 millones de dólares. Con esa suma hay que cubrir miles de infraestructuras nacionales, salarios de los funcionarios públicos, intereses de la deuda externa, etc. En este contexto, si la construcción de unos puentes en la carretera que conecta las dos principales ciudades del país –Managua y León- está tardando más de dos años, ¿cómo imaginar siquiera que en treinta, incluso cincuenta años, podrán ponerse las bases del desarrollo para una población rural dispersa en los miles de kilómetros cuadrados de territorio de la antigua y nueva frontera agrícola? ¿Cómo poner al alcance de tanta gente tendido eléctrico, acueductos, caminos y carreteras, alcantarillado, teléfono, escuelas, centros de salud? Resulta difícil imaginar que sea posible, sabiendo que el costo de inversiones de este tipo es difícilmente tolerable aun para los países avanzados.

Por otra parte, los grandes empresarios nacionales han demostrado una y mil veces que no van a dedicarse a inversiones de largo plazo -como son las carreteras-, a pesar de que ese desarrollo beneficiaría a todos. Sólo un ejemplo: la recolección de la gran cantidad de leche que se produce "montaña adentro" es conveniente para todos. Pero los empresarios privados prefieren no arriesgarse y aferrarse a las infraestructuras que ya existen, por más imperfectas que sean. Manda la rutina.

¿Por qué si la agricultura no es motor?

El argumento que muchos investigadores y políticos "agropecuaristas" aducen para insistir en fomentar el sector agropecuario es considerar este sector como base para un proceso de acumulación que en fases posteriores permitirá la inversión en actividades más modernas -industrias y servicios- y garantizará el despegue de la economía nacional. Cuando se argumenta así, se afirma que en Europa, Estados Unidos, Japón y el Sureste de Asia fue esto lo que ocurrió. No es cierto.

Mientras la economía humana fue fundamentalmente agrícola -hasta el año 1000-, la población humana fue extremadamente pobre. Más adelante, el sector comercial se volvió el eje central de la economía, y el impulso que dieron a la economía mundial los viajes a Oriente y a las Américas lo demuestra. Pero, a pesar de ese empuje, la población del mundo seguía siendo mayoritariamente muy pobre.

Desde el siglo XVIII, la revolución industrial convirtió a la industria en el motor del desarrollo. Esta tendencia se acentuó aún más con la segunda ola industrial del siglo que termina. En los últimos 30 años, el sector de los servicios avanzados ha asumido el papel más relevante. Y es sólo en este último siglo, con la segunda ola industrial y con transformaciones drásticas en los servicios avanzados -bancos, seguros, investigación, asistencia técnica-, que la economía mundial ha despegado, mejorando sustancialmente la calidad de la vida de los seres humanos, fundamentalmente la de quienes viven en comunidades urbanas.

La historia demuestra que no ha sido la agricultura la que ha producido los excedentes que han permitido el desarrollo de la calidad de vida de la población mundial. Los motores han sido la industria, los servicios y, en menor medida, el comercio. Actualmente el 90% de los intercambios internacionales no son transacciones comerciales, sino financieras, incluidas entre los servicios avanzados. Los excedentes que este sector genera son enormes. En un contexto así, ¿cómo creer que la agricultura producirá el excedente que se necesita para transformar la economía de Nicaragua en una economía más avanzada? Y aún más, ¿cómo creer que sea la población campesina, con una economía de subsistencia, la que va a generar tal excedente cuando, aun cuando mejoren algo sus ingresos, siempre serán éstos sumamente bajos?

¿Por qué no quieren vivir en el campo?

La población campesina tiene su racionalidad. En las últimas tres décadas, varios famosos investigadores han querido confirmarlo, recuperando la dignidad de la gente del agro que sobrevive en condiciones lastimosas. Sin embargo, no hay muchos análisis que se fijen en lo que la racionalidad de los campesinos está manifestando desde hace años: ya no quieren seguir viviendo en el campo.

Nicaragua tiene una de las tasas de urbanización más altas de América Latina y, según las perspectivas del PNUD, el nivel de urbanización seguirá intensificándose en los próximos 20 años. ¿Qué significa esto? Que los campesinos prefieren vivir pobremente en la ciudad a sobrevivir en el campo sin comodidades ni esperanzas. Durante años han ido llegando a Managua, la capital, donde desde finales de los años 80 se concentra casi la mitad de la población urbana de Nicaragua. En Managua, quienes venían del campo encontraron algún trabajo en el sector informal y se instalaron en barrios marginales, "pegándose" al tendido eléctrico de las residencias y construyéndose "casas" con plywood, cartones y plástico, en las que se encierran a las ocho de la noche para evitar lidiar con las pandillas.

Aunque la población urbana de la capital no haya se- guido creciendo en estos últimos años, la enorme presión que esta masa humana ejerce sobre la capacidad de la ciudad para responder a las necesidades básicas de sus habitantes se mantiene y no hay suficientes soluciones. En vez de contribuir a superar la pobreza de la gente del campo, el crecimiento desordenado y desmesurado de la capital ha producido efectos dañinos: incremento de la delincuencia, subempleo masivo, falta de servicios e infraestructuras básicas en una mayoría de barrios...



A nivel internacional, aunque muchas ciudades son mucho más pobladas que Managua, nunca sus habitantes superan el 20% del total de la población urbana del país, evidenciándose en este porcentaje relaciones más equilibradas entre los distintos polos de desarrollo urbano nacional. En el caso de Nicaragua, aunque en la década de los 90 la urbanización de la capital y la de otras ciudades ha tenido niveles más parejos, Managua sigue concentrando al 44% del total de la población urbana nacional, lo que demuestra la urgencia de políticas de descongestión productiva que den relevancia a otros potenciales centros de vida urbana en el país.

El problema más obvio que se deriva de la urbanización irracional es el crecimiento del sector informal de la economía, en el que se reproduce la misma pobreza que abruma a la mayoría de los productores agropecuarios en el ámbito rural. El subempleo nacional -representado mayoritariamente por el sector informal- supera el 50% de la población económicamente activa, mientras se hace patente la debilidad de la economía urbana, una economía que no logra generar oportunidades económicas, ni de empleo ni de ingreso ni de capitalización, para la mayoría de sus habitantes. En la microempresa informal urbana se repite el subdesarrollo que existe en la producción rural. El fomento de la economía urbana -con la lógica de transformar a este sector informal en un sector formal capaz de generar oportunidades económicas- es una tarea clave para las instituciones que desean contribuir al desarrollo nacional.

¿Qué hacer?

Si éste es el contexto y ésta es la tendencia de la población campesina nicaragüense, entonces ¿qué hacer? Esta fue la misma pregunta que se hizo el escritor italiano Ignazio Silone en un contexto similar, la Italia agrícola de los años 30.

El gobierno de Nicaragua recibe presiones internacionales para que cumpla con el pago de su deuda externa. Esto le "obliga" a concentrarse en donde resulta más fácil producir para exportar a corto plazo: en la agricultura. Por su lado, una mayoría de ONGs insiste en apoyar a las empresas campesinas de subsistencia apostando con fe en su potencial de desarrollo. En ambos casos, se está apoyando una política que difícilmente generará en un período breve una vida digna para tantos. Y si está claro que a la gente del campo le va a seguir faltando lo básico en los próximos 30 años, ¿no será hora de reconvertir las políticas de desarrollo? Si a tanta gente en el campo le seguirá faltando agua, luz, carreteras, desagües, escuela, teléfono, salud, les seguirá faltando el "desarrollo". ¿Será correcto seguir apostando al sector agropecuario como eje principal de la estrategia de desarrollo nacional y de la población campesina?

La pregunta siloniana necesita afinar las respuestas. Y éstas tienen dos ámbitos: es necesario un concepto más amplio de economía, y es necesario valorizar el papel de ciudades y pueblos en el desarrollo de la economía. El concepto de economía debe ser más amplio. Debe involucrar no sólo al sector agropecuario sino a los otros sectores productivos: agroindustria e industria, comercio y servicios. Un enfoque integrado del desarrollo urbano y del rural vincula a los tres sectores económicos y a todos los actores urbanos y rurales que pueden incorporarse a estos sectores productivos, buscando un beneficio mutuo y compartido.

Cada actor de la cadena productiva de cualquier producto agropecuario o forestal es también un consumidor y por eso le conviene que el eslabón anterior produzca en buenas condiciones un buen producto a un buen precio. Le conviene eso que hoy se llama competitividad. No hay oportunidad de desarrollar la ciudad ni el campo si a estas tareas no se incorporan los sectores -industria y servicios- que pueden llevar a la producción agropecuaria y forestal beneficios adicionales: mayor valor agregado, empleo, ingresos, capacidad de los recursos humanos, transferencia tecnológica, comercialización de los productos, estabilidad y diversificación de la economía.

¿Cómo se desarrollaron otros?

Hay que estudiar la historia de los pueblos y de las naciones para que los nuevos ciudadanos del mundo aprendan las mejores experiencias nacionales e internacionales y eviten los errores que llevan al fracaso, a la guerra, a la pobreza.

Cualquier estudio conduce a esta evidencia: el salto que en el nivel de vida de la gente se ha producido en los países económicamente más avanzados no lo dio una mejor organización agrícola. La vida de la gente en Europa, en los Estados Unidos, en Japón, también en los llamados "tigres" del Sureste asiático, fue relativamente pobre -descontando a un sector hegemónico- hasta este siglo XX. El factor clave para el cambio, para el salto en la calidad de vida, fue exactamente la ampliación del concepto de economía para que trascendiera el sector agropecuario. El salto económico llegó cuando mucha gente abandonó el campo y se fue a las ciudades y pueblos y comenzó a trabajar en la industria, en el comercio y en los servicios tradicionales -más recientemente, en los servicios no tradicionales-, que en aquellos años recibían el impulso de numerosos descubrimientos científicos y tecnológicos.






Los cuadros de la página anterior son representativos del valor de una economía con una apropiada representación intersectorial. Si la experiencia de los países con éxito económico establece una "ley natural", ésta indica que la agricultura es el sector que menor riqueza produce por unidad de trabajo (PIB/PEA). En 1990-91, en los países económicamente avanzados, el 10% de la población económicamente activa (PEA) producía el 4% del producto interno bruto (PIB) agrícola, con una relación por unidad de trabajo de solamente 0.40 unidad de riqueza. En esos mismos años, la industria y el comercio generaban riquezas, con valores superiores a la unidad: 1.12 la industria y 1.03 el comercio. Pero esta realidad no es sólo de los últimos años. Hace 30 años sucedía lo mismo: la agricultura tenía una tasa de 0.27, mientras la industria alcanzaba 1.08 y el comercio 1.22.

En el caso de Nicaragua, estos indicadores fueron 0.49, 1.33 y 1.64 en 1965 para cada uno de los tres sectores y 1.03, 0.88 y 1.04 en 1991, lo que significa que el sector agropecuario -un sector que a nivel mundial es ya únicamente complementario en la generación de riqueza- ha sido y sigue siendo en Nicaragua el sector clave, mientras que el sector industrial -que a nivel mundial es un sector clave-, en Nicaragua es lastimosamente débil. Está claro que si las experiencias internacionales exitosas sirven de referencia para el crecimiento económico, Nicaragua podría estar equivocándose al seguir un camino que no conduce a ninguna parte.

¿Por qué importan nuestros productos?

Los críticos de estas ideas enfatizan el riesgo de quedar sin alimentos si se impulsa prioritariamente a los sectores que no son el agropecuario. Pero la historia indica que países como Francia, Italia, Alemania o Estados Unidos no necesitan importar productos agrícolas, a pesar de que priorizan otras actividades económicas. ¿No son estos mismos países los que envían miles de toneladas de sus excedentes de arroz, maíz o leche cuando se producen sequías, inundaciones o guerras en cualquier país pobre? Se trata de países capaces de una producción agropecuaria siempre por encima de sus necesidades alimenticias, hasta tal punto que se les aplican multas -caso de la Comunidad Europea- cuando echan al mercado más cantidad de productos agrícolas de los que les permiten los acuerdos comunitarios de la Política Agrícola Comunitaria.

¿Cuál sería entonces la razón de que ya los países avanzados necesiten importar nuestros productos agropecuarios? Si el desarrollo de los países del Norte sigue consolidándose, la respuesta es muy sencilla: es conveniente para ellos esa opción económica. Les resulta preferible dedicar la mayor parte de sus recursos humanos y de capital a la producción industrial y a los servicios, que generan más riqueza por unidad de trabajo. Y esto, a pesar de que en la agricultura su opción es aplicar las tecnologías más avanzadas, que aumentan la riqueza producida por unidad de trabajo. En los países desarrollados es suficiente que una minoría de la población económicamente activa se dedique a las actividades agropecuarias para producir lo necesario para alimentar a decenas de millones de habitantes. Naturalmente, no hay que abandonar el sector agropecuario, base de la alimentación humana y de las materias primas que alimentan la industria y el comercio. Pero hay que trabajar con este sector sin olvidar que el verdadero excedente económico ha sido generado por los otros sectores productivos cuando recibieron el impulso de trascendentales descubrimientos científicos y tecnológicos.

¿Por qué demonizar la ciudad?

Un segundo aspecto importante para responder a la pregunta siloniana tiene que ver con la valorización de la ciudad. En Nicaragua, lo primero debe ser reconocer que Managua no es la única ciudad del país. Hay 16 cabeceras departamentales y unos cien pueblos menores -Jalapa, Condega, Wiwilí, Somotillo, San Marcos, Masatepe...- que, por su concentración humana, facilitan la provisión de los servicios que hacen la vida humana más digna y feliz. Teniendo en cuenta esto, se impone una discusión realista y diferente de la actual, que tenga como punto de partida la no demonización del fenómeno de la urbanización.

En los países económicamente avanzados las ciudades nacieron alrededor del año 1000 y se transformaron en centros culturales y comerciales. En siglos sucesivos, fueron centros políticos, industriales, infraestructurales. Hoy son centros turísticos, deportivos, financieros... Las ciudades surgieron por el empuje de un sector, la clase media o burguesía, que influenció poderosamente la economía mundial del segundo milenio, hasta lograr derrumbar el feudalismo e impulsar el surgimiento de los Estados-Nación. En todo el mundo, las ciudades y este fundamental sector socioeconómico protagonizaron infinidad de acontecimientos políticos, sociales y económicos que modificaron lo estático del sistema mundial encaminándolo hacia donde hoy se encuentra: envuelto en una dinámica globalizadora imparable que, a pesar de sus muchos vacíos y riesgos, está destinada a promover la "democratización" de los derechos y de la riqueza de los pueblos.

¿Por qué no una economía urbana?

Si la conexión entre la ciudad y los sectores sociales más dinámicos ha sido el impulso del desarrollo mundial, esta realidad debe ser tomada en cuenta cuando se propone el desarrollo de Nicaragua. Famosos estudiosos internacionales y nacionales, partiendo de diferentes puntos de vista, coinciden en que la mayor parte del valor agregado de las cadenas productivas y comerciales se queda en los últimos eslabones: la industria, el comercio y los servicios. Es evidente la vinculación que todas las actividades de estos tres sectores tienen con la ciudad. Las actividades económicas desarrolladas en las ciudades y en los pueblos son la base de las dos "revoluciones industriales" que ha vivido la especie humana y que han dado un giro drástico a la vida de las mayorías en las naciones económicamente avanzadas. Todo resulta obvio y evidente. Pero nada de esto parece influir en la orientación de la política de desarrollo nacional, que permanece anclada en una visión donde lo agropecuario sigue siendo considerado el eje fundamental para el desarrollo nacional.

Nicaragua no tiene que abandonar el campo, pero sí debe fomentar el desarrollo de polos urbanos que favorezcan la concentración productiva y una relación dinámica entre los diferentes sectores, actores y eslabones productivos, para asegurar la generación de riqueza, empleo, ingreso, capacidad, tecnología, comercio, diversificación y estabilidad económica, piezas de un desarrollo desconocido hasta el día de hoy. Sólo a través de políticas que reconozcan la importancia de ciudades y pueblos dentro del desarrollo económico nacional se podrá incentivar un flujo más racional de la gente hacia los centros urbanos del país, permitiendo un ajuste gradual de las relaciones campo-ciudad e iniciando el camino hacia formas más productivas económicamente y aceptables socialmente.

En Nicaragua, el problema es que, aunque la industria y los servicios existan e involucren a un porcentaje creciente de trabajadores, su productividad e ingresos son altamente insuficientes. Esto ocurre porque estas actividades industriales y de servicios tienen realmente una estructura puramente "informal". La pequeña industria -la que fabrica bloques, ladrillos, muebles, marcos y verjas metálicas, calzado, vestuario-, el pequeño comercio del mercado barato de las ciudades y los múltiples servicios callejeros son actividades totalmente informales. Son actividades caracterizadas por una pobreza de capital y de recursos humanos que no les permite ninguna perspectiva de crecimiento futuro.

Si ésta es la realidad, urge fomentar la "formalización" de esta economía: su capitalización física y humana. Para que este proceso se pueda llevar a cabo se necesita conocer a los actores que realmente tienen potencial de crecimiento y estructurar las acciones dirigidas a ellos. La estrategia debe orientarse a quienes pueden capitalizarse en tiempos cortos y construir empresas más competitivas, con el fin de que lideren el desarrollo sectorial y territorial de las distintas áreas del país.

¿Por qué no especializar?

La capitalización física requiere fundamentalmente de créditos de largo plazo que permitan a quienes tienen más potencial desplegar mayor capacidad productiva y empezar a ampliar el tamaño de sus operaciones y el proceso de acumulación de sus ahora pequeñas empresas. Para la capitalización de los recursos humanos es fundamental pensar en dos tipos de acciones. En actividades de información de mercado -y de tecnología, materias primas, trabajadores-, para que estos productores puedan aprovechar oportunidades productivas y comerciales que actualmente desconocen. Y en actividades de capacitación técnico-empresarial a nivel territorial, con el fin de fomentar la capacidad técnica y comercial de actividades que ya tienen cierta especialización real o potencial en el territorio. En Nagarote y La Paz Centro, concentrarse en la producción industrial y comercialización de los productos lácteos. En Masaya, en la producción de calzado, muebles y vestuario. En Jalapa, en la producción de tabaco, productos de la madera y productos agroindustriales de granos básicos.

De esta forma, los jóvenes tendrían una vía más técnica para involucrarse en el negocio de padres o familiares, sentándose bases diferentes para los futuros empresarios y trabajadores de pueblos y ciudades. Se fomentaría, a la par, el interés de la gente por vivir en su ciudad o pueblo, o por lo menos, el interés por promover la economía del lugar donde nacieron con intercambios comerciales, profesionales y sociales. Esta estrategia estaría también impulsando una efectiva descentralización económica del país, que podría aprovecharse del marco jurídico de la Ley de Ordenamiento Territorial.

Al interior de cada rama productiva, se podría fomentar un conocimiento más técnico-científico de los productos realizables, lo que mejoraría la competitividad de las empresas locales en el mercado nacional y, más importante aún, en el mercado internacional. Esto supone un conocimiento más detallado y profundo de cada rama productiva e impulsaría un cambio fundamental en la modalidad de producción, que actualmente sigue siendo estrictamente "artesanal", donde cada artesano lo hace todo y falta aquella división y especialización del trabajo que hace ya dos siglos señaló Adam Smith como el elemento básico de la creciente productividad y competitividad industrial.

En Nicaragua, cada empresa lo hace todo, perdiendo posibles sinergias productivas y comerciales y ahorro en los costos de producción. Las pequeñas empresas tienen que buscarse la materia prima en donde sea, siendo insuficientes las empresas dedicadas al abastecimiento de insumos y escasa la diversificación de los mismos. Las pequeñas empresas tienen que producir todo el producto -sin subcontratar nada- y hasta la maquinaria que necesitan para producirlo -a excepción de la gran agroindustria, que importa su maquinaria-, tienen que comercializar sus productos -poco diversificados- en el pequeño mercado nacional y, sólo en ocasiones, en el desconocido mercado internacional, donde son víctimas de poderosos importadores extranjeros, siendo muy escasos los productores y exportadores nacionales que realmente conocen al mercado internacional.

Si realmente se quiere promover la competitividad de la producción nacional en la industria y en el sector de los servicios tradicionales o avanzados, tiene que alcanzarse la especialización del trabajo de las empresas, tanto en la calidad de los recursos humanos involucrados en el proceso productivo como en las inversiones productivas "dirigidas".

¿Cómo incrementar la demanda?

Cuando Keynes proponía impulsar trabajos inútiles para remunerar con ellos a la gente y así poner en marcha el mecanismo de la demanda nacional, bromeaba, aunque sólo parcialmente. Keynes hubiera sido capaz hasta de regalar dinero si veía en ello una inversión capaz de incrementar la demanda nacional...

En Nicaragua hay que responder muchas preguntas: ¿Cómo puede aumentar la oferta cuando la mayoría de la población gana 450 dólares anuales? ¿Existe alguna posibilidad de desarrollo en estas condiciones, sin elevar primero la demanda nacional para incorporar al mercado a una mayoría de nicaragüenses excluidos de él? ¿Puede el agro convertirse en la fuente de demanda nacional que el país necesita? ¿Podrán ser los campesinos quienes incrementen sustancialmente la demanda, cuando son precisamente ellos quienes quedan fuera de las estadísticas nacionales, no teniendo sino una misérrima participación en la construcción del producto nacional? ¿Podrán elevar ellos la demanda si siguen careciendo de bienes y servicios tan básicos?

Dicen que hoy en día el Estado ya no puede ser "interventor" y que la tendencia mundial está en el otro extremo: el Estado que "deja hacer al mercado". Pero en un país como Nicaragua, donde la inversión productiva privada ha sido siempre deficitaria y la fuga de capitales la norma, el Estado debe ser al menos un "impulsor". No hay muchas otras alternativas para levantar la economía nacional urbana y rural, cuando "el mercado no es perfecto, sino que todavía debe ser construido".

¿Qué hacer?

¿Cuál es la respuesta conclusiva a la pregunta siloniana qué hacer? Actualmente, las ciudades nicaragüenses no ofrecen muchas alternativas a los campesinos. Son tan pobres como el campo y además, no existen políticas que fomenten su desarrollo. Las ciudades -teóricamente mucho más estructuradas para defenderse de la fuerza de la Naturaleza- siguen sucumbiendo frente a sus embates y el Mitch nos mostró que ciudades potenciales como Wiwilí o Condega pueden ser literalmente arrasadas.

¿Qué hacer? Hay que fomentar ciudades y pueblos como polos de desarrollo, proveyéndolos de las muchas infraestructuras fundamentales que todavía les faltan o se encuentran en mal estado. Estas infraestructuras deben integrarse en un marco de desarrollo departamental y regional que revitalice la actividad económica de pueblos y ciudades, atrayendo el interés de los inversionistas privados. Sólo así, poco a poco, el tejido productivo, comercial y de servicios locales se consolidará y se desarrollará más. E insertada en ese tejido, la gente podrá producir más y vivir mejor.

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