Nicaragua
Juan Pablo II en Nicaragua
Once horas estuvo Juan Pablo II en Nicaragua, la segunda etapa de su viaje centroamericano. Todo análisis e incluso todo relato de esta breve visita papal necesita, para ser mínimamente correcto, de una aproximación a lo que fue la larga preparación del viaje. Aquí lo relatamos todo, paso a paso.
Equipo Envío
Desde que el 6 de febrero la Junta de Gobierno de Nicaragua anunció oficialmente que el Papa vendría al país, se crearon Comités Nacionales y Departamentales para garantizar, tanto la seguridad y correcta acogida del Papa como la misma movilización popular, especialmente para los actos masivos del programa: Celebración de la Palabra en León y Misa Campal en Managua.
Ciertamente, antes de que estos Comités comenzaran a funcionar, y a partir de mitad de diciembre de 1982, se habían dado enfrentamientos entre el arzobispo de Managua y representantes de la curia arzobispal con miembros del gobierno sobre el viaje, que desde un principio comenzó a ser polémico, tanto a nivel nacional como internacional. Eran enfrentamientos verbales a distintos niveles -declaraciones públicas o reuniones preparatorias del clero- que sino que se centraban fundamentalmente en la organización de los actos, en detalles de protocolo, en preeminencias de algunas personalidades, en formas de movilización, etc. Después del anuncio oficial, nunca desparecieron totalmente estas discusiones, pero a medida que se aproximaban las fechas de la llegada del Papa, sí se fue consiguiendo, por las mismas condiciones infraestructurales del país, una amplia unificación de criterios. Los problemas ideológicos que había -propios de una situación conflictiva como la que se vive en Nicaragua, tanto por el mismo proceso revolucionario como por la permanente situación de amenaza de agresión- pasaron en las últimas semanas a ser problemas prácticos que había que resolver unidos para que el viaje resultara bien, tanto como acto de dimensiones pastorales y religiosas y como acontecimiento de unidad nacional. En este empeño se concentraron esfuerzos humanos y materiales de todo tipo por parte del gobierno y de la Iglesia, tanto de la comprometida con el proceso revolucionario como de la que se opone a él.
Se puede afirmar que el pueblo de Nicaragua, en su inmensa mayoría, se preparó mucho para esta visita. A nadie escapó la trascendencia del visitante. Las comunidades eclesiales de base y los organismos de masa revolucionarios, a la par que otros grupos confesionales o no, muy amplios y menos fáciles de clasificar, dedicaron mucho tiempo y muchas energías en prepararse para recibir al Papa. El grupo "Católicos de Nicaragua" publicó 4 folletos populares para contribuir con material escrito, pedagógicamente orientado, a que los fieles tomaran parte activa en la preparación. "Los viajes del Papa" (selección de discursos de Juan Pablo II en otros países de América Latina), "El Papa en la Iglesia de Cristo (doctrina sobre la Iglesia y la función de servicio del Papa), "Santo Padre, esto es Centroamérica" (reflexión social y teológica sobre la actual situación del área y las expectativas del pueblo) y "Santo Padre, esto es Nicaragua" (breve biografía del Papa y breve relato del proceso nicaragüense), fueron los temas de estos textos.
Casi un millón de estos folletos circularon por todo el país y llegaron prácticamente a todo el pueblo. Fueron reproducidos también por grupos católicos de Costa Rica, Panamá y El Salvador, con gran aceptación. Esto es sólo ejemplo que indica cómo por mas de un mes el pueblo nicaragüense fue tomando muy clara conciencia de la importancia que para el país entero tenía este viaje. Y sobre todo, de la trascendencia que tenía el que el Papa tomara conciencia de la realidad de Nicaragua. La preparación popular se expresó de muchas maneras: gran número de comunidades cristianas escribieron cartas colectivas al Papa en las que concretaban sus expectativas sobre el viaje, se idearon consignas, cantos, mantas de saludo. La prensa escrita y los medios radiales -de todas las tendencias- contribuyeron a crear, tanto con información como con propaganda, un gran clima de expectación. En los medios que apoyan el proceso esta expectación se resumiría así: el Papa nos ayudará a conseguir la paz y denunciará las amenazas de agresión norteamericana.
En los medios opositores se insistía mucho en el carácter religioso del viaje y la expectación era más vaga: el Papa viene a bendecirnos. Resumiendo más aún: las expectativas de los cristianos comprometidos con el proceso revolucionario se podrían concretar en estas dos frases: "Bienvenido a Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución" y "Entre cristianismo y revolución no hay contradicción", mientras que las de los cristianos opositores al proceso eran más genéricas; "Estoy feliz, viene el Papa" o "Juan Pablo Segundo, Nicaragua te espera". Estos medios hacían mucho énfasis en que era la Nicaragua católica la que esperaba y debía recibir al Papa. Hay que anotar que aunque ya el 13% de la población de Nicaragua es evangélica no hubo problemas de tipo ecuménico e igualmente, decir que no se comercializó con la figura del Papa. No hubo objetos a la venta con su efigie y los afiches y banderas que daban todos los grupos fueron prácticamente gratuitos.
Dado el clima de expectación nacional que despertó la visita del Papa y dada la real polarización de tendencias en la Iglesia, acentuada a lo largo del último año, el gobierno, desde sus más altas esferas, trazó claros lineamientos para enfocar correctamente, tanto la preparación como los actos mismos de la visita en todos sus detalles. Evidentemente, no podía el gobierno "abandonar" este asunto en las solas manos de los obispos, dada la complejidad de los dispositivos de seguridad y de los esfuerzos de infraestructura que eran necesarios par responder a las eventualidades de un viaje así.
Respecto a las líneas ideológicas, la preparación remota e inmediata se llevó adelante, por parte del gobierno, con una política de gran respeto a la figura del Pontífice y de abierta hospitalidad nacional. Los medios de comunicación, desde un mes antes, reflejan a cabalidad, para cualquier lector, esta línea de tratamiento de la noticia. Igualmente, a nivel de organismos de masa, encargados de preparar y movilizar a las bases, se trazó la clara orientación de que a todo el que quisiera ir debía facilitársele los medios para desplazarse. A los no creyentes se les orientó para que asistieran a los actos, dada la responsabilidad nacional de acoger a un tan grande personaje. Puede decirse, en este sentido, que mayoritariamente el pueblo de Nicaragua deseaba ver al Papa. Igualmente, que esperaba mucho de él. Y si hubiera que buscar alguna expresión en la que se reflejara la difícil unidad de la anunciada visita del papa estaba logrando, era en este deseo: "Queremos la Paz". En este anhelo se unían prácticamente todos los nicaragüenses.
Naturalmente, al explicitar unos y otros qué entendían por "paz" había habido diferencias. Pero creemos ser honestos al afirmar que nadie quería "problemas" con el Papa, si es que vale esta expresión para entender la complejidad del asunto de la preparación. Para complementar esta aproximación a las vísperas de la visita, no puede olvidarse que ésta era "demasiado" grande para una Nicaragua en el estado en que se encuentra este país: débil y empobrecida infraestructura, escasez de recursos, situación de amenazas militares y económicas e intenso debate ideológico en lo religioso. Era muy "grande" el Papa para la pequeña y desestructurada Nicaragua. La preparación de esta visita costó al gobierno de Nicaragua tres millones de dólares aproximadamente.
Llegada de Juan Pablo IIA las 9:15 de la mañana aterrizó el avión papal en el aeropuerto Augusto César Sandino de Managua. El decorado del aeropuerto y el recibimiento en su conjunto eran excesivamente sobrios. Tanto por la cantidad de público como por el ambiente general, éste resultaba "pobre" comparándolo con el que se ofreció al Papa en otros aeropuertos centroamericanos en los que hubo concentraciones multitudinarias y alborozadas.
Había dos mantas que decían "Bienvenido a Nicaragua Libre, la tierra de Sandino" y "Los jóvenes y los niños de Nicaragua queremos la paz". A las presencias protocolarias -cuerpo diplomático, batallón de honor del ejército, gabinete, Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y Dirección del FSLN- y a la de la Conferencia Episcopal, se había añadido una pequeña representación de madres de héroes y mártires -enlutadas- y de inválidos de guerra, en sillas de ruedas, al final de la fila de los diplomáticos. Los balcones del edificio del aeropuerto estaban llenos, pero tienen poca capacidad. El pueblo presente era de las "dos" tendencias eclesiales del Papa. En el aeropuerto, como en el resto de los actos de la visita, ondearon siempre tres banderas la azul y blanca de Nicaragua, la blanca y amarilla del Vaticano y la roja y negra del Frente Sandinista.
Era recio el viento y las banderas se unían. Todo un símbolo de la difícil conciliación de expresiones y proyectos diversos con los que la mayoría de los nicaragüenses salieron a recibir al Papa. Desde el primer momento de su descenso del avión, a Juan Pablo II se le vio cansado, frío. Más exactamente, ajeno. Incluso con algunos altibajos de tensión contenida, tanto en el rostro como en los gestos. Esto fue visible para casi todos los que allí estaban.
El discurso de bienvenida del Comandante Daniel Ortega, Coordinador de la Junta de Gobierno, tuvo como tema central amplios párrafos -leídos literalemente- de la carta que en 1921 enviara el entonces Obispo de León, Monseñor Simeón Pereira y Castellón al cardenal norteamericano James Carl Simpson, en tiempos de la ocupación norteamericano de los Estados Unidos con frases de gran fuerza emotiva y retórica y solicita la solidaridad cristiana de los obispos estadounidenses para que ésta termine. "A 62 años de distancia -dijo Ortega al terminar la reseña epistolar- las palabras de Simeón Pererira y Castellón cobran vigencia, cuando esa misma política norteamericana no permite a este pueblo cerrar las heridas que ellos mismos le abrieron".
En el discurso de bienvenida hubo referencias a los 17 jóvenes sandinistas que habían sido asesinados el lunes de esa misma semana y que habían recibido honores populares antes de su entierro en la Plaza donde el Papa iba a celebrar la Misa Campal. Igualmente, se detallaron agresiones norteamericanas a Nicaragua, se hizo referencia a la situación de Centroamérica, "sacudida por el hambre y sed de justicia de los pueblos y por la prepotencia de los que en sangre y fuego niegan a los pueblos ese derecho". También se refirió Ortega a El Salvador, donde "son los Estados Unidos los que intervienen cada vez más en defensa de una causa injusta y perdida".
El Comandante reafirmó la "vocación de paz" del pueblo y gobierno de Nicaragua, ratificó ante el Papa la posición de principios sobre libertad religiosa expresada por el FSLN en su documento de octubre de 1980 y señaló de aquel texto el punto medular, punto que era, a la vez, el mejor marco teórico para que el Papa entendiera la situación vivencial en la que le recibía gran parte del pueblo creyente y a la vez revolucionario consecuente, y que no hay contradicción insalvable entre ambas cosas." El tema del conflicto al interior de la Iglesia había tenido dos párrafos antes ésta única referencia: "Santo Padre, nuestra revolución ha sido atacada desde todos los ángulos imaginables y la confrontación política se ha manifestado en todos los terrenos".
El discurso de Ortega fue más largo de lo previsto para el acto y no fue solicitado previamente por la Nunciatura, que pareció no estar interesada en tener noticias de su contenido. La larga cita de la carta del obispo de León en 1921 confundió: hizo creer a muchos que se trataba de palabras del propio Daniel dirigidas al Papa. La dureza de los párrafos seleccionados y la firmeza del tono parece haber molestado a algunos. Todos estos detalles los señalamos pues creemos que el viaje del Papa y los sucesos de Managua no pueden ser comprendidos si se los desliga de un contexto en el que los gestos y los problemas de lenguaje y comunicación cobraron capital importancia, como se vio finalmente en la Plaza.
La repuesta del Papa al Comandante Ortega fue más breve. Lo más significativo de ella fue lo dicho sobre la paz en el área: "En nombre de aquel que por amor dio su vida por la liberación y redención de todos los hombres, querría dar mi aporte para que cesen los sufrimientos de pueblos inocentes de esta área del mundo, para que acaben los conflictos sangrientos, el odio y las acusaciones estériles, dejando el espacio al genuino diálogo... Vengo también para lanzar una llamada de paz hacia quienes, dentro o fuera de esta área geográfica -donde quiera se hallen- favorecen de un modo o de otro tensiones ideológicas, económicas o militares que impiden el libre desarrollo de estos pueblos amantes de la paz, de la fraternidad y del verdadero progreso humano, espiritual, social, civil y democrático." El Papa recibió un nutrido aplauso.
La alusión del Papa -que repetiría nuevamente en su despedida- " a los millares y millares de nicaragüenses que no han hallado la posibilidad de acudir -como hubieran deseado- a los lugares de encuentro", con el correspondiente detalle de quiénes eran esas personas (enfermos, niños, víctimas de las injusticias, quienes han sufrido a causa de la violencia, los que prestan servicios al bien de la nación...) resultó algo confusa, debido a que el tema de los que "no podían venir a ver al Papa" había sido constante durante la preparación del viaje como denuncia en boca de los voceros de la Curia y del propio Monseñor Obando en declaraciones a la prensa internacional o como tema de propaganda. (La Radio Católica -propiedad de la arquidiócesis- alentaba al pueblo a venir "a pie, en burro, que nada te contenga"...)
En el aeropuerto, el hecho más destacado -tanto a nivel informativo como gestual- fue el saludo de Ernesto Cardenal al Papa. No resulta aún claro cómo fue la exacta secuencia del momento, pero sí se pudo apreciar claramente que Cardenal, quitándose su habitual boina negra, se arrodilló ante el Papa, en un gesto de humildad, que el Papa le levantó los dedos en señas de amonestación, que Cardenal quiso besarle la mano y el Papa se la retiró y que el encuentro terminó con una nueva inclinación de Cardenal ante el Pontífice. Hay que aclarar que durante la visita del Papa, de los cinco sacerdotes que ocupan cargos en el gobierno y que están por eso en situación de excepción (no pueden celebrar misa ni pública ni privadamente en Nicaragua ni en el extranjero), sólo dos estaban en Nicaragua ese día de la llegada del Papa: Ernesto Cardenal y su hermano, Fernando Cardenal. Este último no estaba en el aeropuerto y si en la tribuna de la Misa Campal, pero no se encontró en ningún momento con el Papa, como sí sucedió con Ernesto, según lo disponía el protocolo, por ser éste miembro del Gabinete.
El relato del acto del aeropuerto no puede obviar un gesto de grandísima importancia simbólica, que no registraron los periodistas -pues seguían al Papa, que abandonaba la pista en dirección al helicóptero que le trasladaría a León- ni tampoco enfocaron las cámaras de la televisión nicaragüense, aunque sí se relató en la cadena radial nacional. Cerca del avión papal quedaron, por un lado los miembros de la Dirección Nacional del FSLN y por otro, algo alejados, los obispos de la Conferencia Episcopal. El acto de recibimiento acababa de terminar. Antes de retirarse del aeropuerto, y por iniciativa del Comandante Tomás Borge, los dos grupos se saludaron con abrazos y apretones de manos. El gesto fue aplaudido por el público presente en el aeropuerto. Fue uno de los símbolos más importantes que dan cuenta de la unidad que todos anhelaban como fruto de la visita papal.
Juan Pablo II en LeónLa visita del Papa a León tuvo dos momentos: un breve recorrido por la Catedral y un acto masivo en el Campus Médico de la Universidad.
El paso del Papa por la catedral tuvo principalmente carácter de recogimiento y pausa. Dentro del templo, un grupo de enfermos y ancianos recibieron del Papa la bendición. En la catedral, el Papa resaltó que se alegraba, pues tenía allí "el primer encuentro en un recinto sagrado con los católicos de Nicaragua." Al saludar a los sacerdotes y religiosos de León y de todo el país, les dijo: "Ya desde ahora les aseguro que comprendo sus dificultades". "Al pueblo fiel de León, a los que han sufrido y sufren por tantos motivos e injusticias" también les envió un saludo especial. En la Catedral el Papa rezó unos minutos ante el sagrario.
Al salir del templo, un conjunto de chicheros tocaron para el Papa la canción distintiva de la ciudad "¡Viva León, jodido!" Al Papa se le vio en los actos de León, desde que llegó, con mayor distensión, tanto en su rostro como en sus gestos.
En helicóptero se trasladó al Campus Médico de la Universidad, en donde le esperaban 100.000 personas, predominantemente campesinos -venidos de todos los departamentos cercanos a la ciudad- para la liturgía de la Celebración de la Palabra. El fuerte calor de León -siempre más intenso que el de Managua- hizo la espera muy agobiante para esta aglomeración humana. Y, ciertamente, había un ir y venir continuo de gente, que incluso abandono el lugar de la reunión, apenas el Papa comenzó a hablar. La manta más grande que había en la concentración representaba al Papa junto a Monseñor Romero.
El tema del discurso papal fue el del laicado y la educación, según lo previsto. Al comienzo de su alocución, el Papa hizo una referencia muy aplaudida: "Os saludo con gran afecto, en especial a las víctimas de la violencia -que frecuentemente se desata sobre vosotros- o de las catástrofes de la naturaleza". Ya seguido, resulto confuso para el público -aunque comprensible dentro del plan global del viaje centroamericano del Papa- el inicio del desarrollo del tema: "En el plan global de mi viaje a esta área geográfica hablaré específicamente para los campesinos desde Panamá. Hoy me dirijo a las personas que en Nicaragua y en los otros países se dedican de un modo u otro a la educación en la fe..." Pero como la mayoría de los que le escuchaban eran campesinos, esto parece haber desalentado a algunos. Además, el tema educativo y especialmente lo difícil del lenguaje empleado por el Papa en esta ocasión, resultaban algo inadecuados para aquella particular concurrencia.
En sus palabras Juan Pablo II tuvo una referencia a "la colaboración a una siempre mas vasta alfabetización y escolarización" y un par de párrafos de su discurso parecieron muy importantes en la actual situación de Nicaragua, en busca de una nueva educación. Son éstos los que se refieren a que: "la educación se degrada cuando se convierte en mera instrucción, porque la simple acumulación fragmentaria de técnicas, métodos e informaciones no pueden satisfacer el hambre y sed de verdad del hombre..." y el que describe "el amor apasionado a la verdad" como criterio para discernir una correcta educación. En el discurso el Papa insistió con voz vibrante en el derecho de los padres a educar a sus hijos en la fe y no en programas inspirados en el ateísmo". La referencia al ateísmo arrancó aplausos en algunos grupos, que contagiaron a la multitud. El Papa llamó también a los educadores nicaragüenses a forjar en sus alumnos "corazones grandes y serenos en el amor a la patria y, por eso, constructores de paz".
Al terminar su intervención dentro de la liturgia de la Palabra, el Pontífice fue largamente aplaudido. La multitud coreaba la consigna "¡Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo", a lo que su Santidad respondió en dos ocasiones: "¡Y Juan Pablo Segundo quiere a todo el mundo! ¡Especialmente a los educadores en la fe de Nicaragua"!
La participación de los fieles en la liturgia se hizo especialmente expresiva durante la oración de los fieles. La plegaria de una mujer pidiendo "por los jóvenes que han dado la vida y por el valor para perdonar a los que enlutan nuestros hogares..." arrancó aplausos. En esa oración -que la señora alargo después con palabras espontáneas y en desorden, que quedaron a medias- se expresó lo que después fue omisión notable en Managua. Gran parte del pueblo deseaba escuchar algo sobre lo que está ocurriendo en el país. Escucharlo de boca del Papa o de boca del pueblo expresándose delante de Su Santidad era lo que más deseaba. A pesar de que el Papa no tuvo demasiados contactos con el pueblo de León, se le veía, si no radiante sí satisfecho de este encuentro masivo con los nicaragüenses.
Juan Pablo II en el Centro César Augusto SilvaDe León el Papa se trasladó en helicóptero al Centro César Augusto Silva de Managua. Era pasado el mediodía. Allí, en el Centro, iba a encontrarse con las autoridades: Junta de Gobierno y Dirección Nacional del FSLN. A la llegada, un conjunto folklórico le obsequió con un baile típico de Masaya: "El mate amargo". El Papa se detuvo muy poco a contemplarlo. En el Centro le dieron la bienvenida un grupo de madres de héroes y mártires, también enlutadas, que le hicieron entrega de una carta en la que le pedían su intercesión para lograr la paz en Nicaragua y el cese de las agresiones fronterizas. Junto a ellas, discapacitados de guerra en sillas de ruedas y un grupo de niños de la Asociación de Niños Sandinistas, con pañuelos rojos al cuello. El Centro estaba adornado con flores amarillas en forma de guirnaldas y corazones. Las flores también formaban un "Bienvenido Santo Padre".
El Papa saludó a estos grupos con algo de frialdad. Poco después tuvo un breve encuentro, no a puerta cerrada sino de pie, con representantes de los partidos políticos integrados en el Frente patriótico de la Revolución -del que también forma parte el FSLN- y de los que conforman la Coordinadora Ramiro Sacasa, opositores al FSLN. Este encuentro no estaba anunciado en el programa y fue decidido a última hora por iniciativa de la Junta de Gobierno.
El Papa, el Cardenal Casaroli y otros representantes de su séquito se reunieron después, durante media hora con la Junta de Gobierno y la Dirección del FSLN. Según informes posteriores y extraoficiales la plática fue cordial, pero hubo poco interés por parte del Papa en responder a los termas planteados. Al salir de este encuentro, Juan Pablo II permaneció unos 7 minutos reunido únicamente con el Comandante Ortega.
Al abandonar el Centro, el Papa y su séquito se trasladaron al papamóvil descubierto -el que Su Santidad uso en México- hacia la Nunciatura Apostólica. En el trayecto, cientos de nicaragüenses -pero no en masa compacta, sino, más bien formando cordones de seguridad- coreaban consignas religiosas y políticas. En la Nunciatura el Papa tuvo una reunión con la Conferencia Episcopal, de la que no se ha hablado absolutamente nada, ni oficial ni extraoficialmente. También comió y descansó antes de asistir al acto de la plaza.
La Misa en la Plaza 19 de Julio de ManaguaLa plaza 19 de Julio, en donde el Papa celebró la Misa campal tiene una superficie de 60.000 metros cuadrados. Se calcula que entre 600 y 700.000 personas llenaban la plaza y sus alrededores en al tarde del 4 de marzo. Fue la concentración masiva más grande de la historia de Nicaragua y la segunda en importancia numérica del viaje centroamericanos del Papa, solo superada por la de la ciudad de Guatemala.
Esta plaza fue construida para la celebración del primer aniversario de la revolución en 1980. De entonces data la tribuna, que fue remodelada en su parte delantera y central, según sugerencias de la comisión vaticana, para la visita del Papa. Detrás de la tribuna, y desde 1981, están colocados en la plaza tres gigantescas vallas. En la central, los rostros del General Augusto César Sandino y de Carlos Fonseca Amador, fundador del FSLN con un lema :" A 20 años de lucha juramos vencer". A los lados, están los rostros de los 9 fundadores del FSLN, de los cuales sólo uno vive, el Comandante Tomás Borge, presente en la tribuna ese día.
Estos símbolos sandinistas no se cambiaron para la Misa del Papa. Según informaciones oficiales el gobierno ofreció colocar un gran cruz en al tribuna, pero desistió de la idea al ver que la comisión vaticana la recibió con indiferencia. El único adorno de la plaza en homenaje al Papa y en expresión del sentir de un amplio sector del pueblo, era una valla de 30 metros de largo por 6 de alto, colocada frente a la tribuna por la zona lateral izquierda de la plaza. Representaba al pueblo de Nicaragua -niños, mujeres, viejos, milicianos, campesinos- llevando una gran manta en la que se lee: "Juan Pablo: Bienvenido a Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución". El pueblo lleva en andas una imagen de la Purísima, patrona de Nicaragua y de Santo Domingo, patrón de Managua. A los lados, completan el diseño paisajes primitivistas típicos de la pintura popular nicaragüense. El mural fue pintado en colectivo por cientos de cristianos de las comunidades eclesiales de Managua.
Desde tempranas horas de la mañana el pueblo comenzó a llenar la plaza. La movilización de los habitantes de Managua y de los departamentos hacia este lugar estaba perfectamente organizada desde una semana antes y se habían difundido en los periódicos mapas de los trayectos que debían recorrer tanto los buses preparados para el desplazamiento de los mas alejados como las personas que debían de llegar a pie. También las emisoras radiales de todo el país -en cadena nacional desde las 9 de la noche del día 3 de marzo y en función durante toda la noche- repetían continuamente las instrucciones para el más ordenado acceso a la plaza. Informaciones oficiales han dado cuenta que el gobierno invirtió la gasolina de 2 meses para dar transporte a toda la población que deseara acudir. Hay que destacar que el calor era ese día notable -casi 40 grados- y por la misma organización de tan gigantesca movilización, muchos miles de personas caminaron y permanecieron por mas de 8 horas al sol. Existía un cuerpo de socorristas de la Cruz Roja que atendió a cientos de desmayados. Pero no hubo que lamentar - pese a la cantidad de gente y a las mismas tensiones que se producirían más tarde.- ningún accidente serio.
Muy temprano en la mañana un total de unas 40.000 personas -según cálculos oficiales- jefeados por el sacerdote Bismarck Carballo, activista opositor al gobierno, se distribuyeron en lugares estratégicos a lo largo y ancho de la plaza e incluso ocuparon un estrado frente a la tribuna papal, que según se había informado al gobierno iba a ser ocupado por periodistas. El P. Carballo había anunciado tanto a la prensa internacional como al clero de Managua que estaba decidido a "tomar la plaza" pese a cualquier obstáculo. En la noche del 3 de marzo hubo incidentes entre los grupos de Carballo y la policía sandinista, en los que se confiscaron películas a un periodista de la cadena ABC de la TV. norteamericana. También a algunos grupos que vinieron a pie de Masaya y que no obedecieron las normas dadas por obispos y gobierno para la movilización, se les prohibió entrar a la plaza en horas de la madrugada.
En la plaza se confundían las banderas y las mantas. Predominaban los mensajes de Paz. Había una gran manta colocada muy adelante que decía: "Monseñor Romero nos señala el sendero." Otra, aun más grande, expresaba el saludo al papa de las comunidades neocatecumenales. La presión de la multitud, apenas contenida por una valla de madera muy baja, era tremenda, pues no cesaban de llegar miles y miles de personas, aun cuando la misa ya iba a comenzar. Esta afluencia continuó prácticamente a lo largo de la celebración.
Antes de que llegara a la plaza el equipo encargado de la transmisión del acto en cadena radial a todo el país, se produjeron en la plaza algunas tensiones. Desde los micrófonos centrales, que reproducían el sonido por grandes altavoces, un sacerdote estuvo coreando consignas de saludo al Papa y vivas a Monseñor Obando. Como no puede afirmarse que en este apoyo al arzobispo de Managua hubiera unanimidad en la plaza, empezaron a surgir algunos conflictos en distintos sectores de la multitud. Igualmente se suscitaron roces porque el llamado "coro católico" quería que por los altavoces salieran las canciones religiosas tradicionales que ellos entonaban, mientras que los controlistas del sistema sandinista pasaban las canciones de la Misa campesina nicaragüense, que fue excluida de los cantos oficiales de la misa. Sin embargo, todos estos incidentes no pasaron de ser anecdóticos y prácticamente inevitables, debido a que aún cuando la inmensa mayoría de los asistentes estaban unidos en al aceptación del carácter religiosos del acto, no todos tenían ni los mismos sentimientos de expresión de su fe ni muchos menos los mismos sentimientos políticos.
Es difícil decir cuánta gente había en la plaza de una tendencia o de otra. Lo que sí resulta absurdo decir es que "sólo los sandinistas pudieron llegar a la plaza", cuando 700.000 personas son la cuarta parte de la población del país y la mitad de la población hábil para estar en un acto de esa naturaleza, por razones de edad o de salud.
También se puede afirmar que la mayoría de la plaza no estaba "politizada" para el acto de la misa. La mayoría lo que quería era ver al Papa y captaba la trascendencia del acontecimiento. La mayoría esperaba mucho de las palabras del Papa, del acto mismo y estaba en la mejor disposición para escuchar lo que el Papa iba a decir de Nicaragua y en favor de Nicaragua. La prensa internacional, que pasó por el país, con la misma velocidad que el Papa, no puede dar buena cuenta de esta situación anímica de la multitud. Lo podemos hacer los que aquí hemos vivido la larga e intensa preparación de este viaje.
La unidad de todo el pueblo en torno al Papa y a su esperado mensaje tenía también su reflejo en la tribuna, en donde el Papa iba a concelebrar la misa. Más de 200 sacerdotes -de todo el país y de todas las tendencias- estaban allí presentes. En declaraciones recogidas por la cadena radial -que se llamaba "Unidad por la paz"- el padre José Ernesto Bravo, vicario pastoral de la diócesis de Estelí resaltó la enorme importancia que tenía el que sacerdotes tan lejanos -geográfica e ideológicamente- se estuvieran encontrando y comunicando aquella tarde, aprovechando las largas horas de espera. El ambiente entre ellos era bueno. Para el P. Bravo el fruto más claro y precioso de la visita papal iba a ser -y ya lo estaba apreciando- la unidad. Una unidad que -señalaba- era lo que el pueblo de Nicaragua necesitaba.
A las cinco, cuando empezaba a caer la tarde y una leve brisa refrescaba el ambiente, el Papa apareció ante la multitud. La casulla, dorada, brillaba con los rayos del atardecer. Con su báculo y su mitra desfiló entre vivas y ovaciones ante el pueblo y subió a la tribuna para comenzar la misa. Fue un momento de una intensa carga emotiva, tras tantas horas de espera. Decenas de palomas fueron soltadas y las banderas ondearon en manos del pueblo.
El arzobispo de Managua, Miguel Obando, dirigió un saludo de bienvenida al Papa, agradeciéndole su visita y la carta que Su Santidad había enviado en junio de 1982 a los obispos nicaragüenses (su tema era la unidad de la Iglesia y su contenido había sido polémico). La alocución de Obando estuvo centrada en la narración de una anécdota ocurrida entre un preso italiano y el Papa Juan XXIII. La mirada del Papa había "liberado" al preso: así terminaba la historia. Por la forma de desarrollar esta metáfora, Monseñor Obando parecía estar queriendo decir -y así lo entendieron algunos sectores de la concurrencia- que Nicaragua era una cárcel, los nicaragüenses unos presos y el Papa su liberador. La intervención del arzobispo resultó provocativa, aunque por su peculiar forma de expresarse, la gran mayoría del pueblo no entendió bien su mensaje. Sí entendieron todos cuando dijo que los tres amores de los nicaragüenses eran Jesús Sacramentado, la Virgen María y el Papa.
Comenzó la Misa. La multitud respondía a las oraciones, cantaba y seguía la liturgia con todo respeto. Los textos elegidos para las lecturas fueron el de la torre de Babel (Génesis 11, 4-9), una llamada de San Pablo a la unidad (Efesios 4, 1-3) y el evangelio del buen pastor (Juan 10,1-16).
La homilía del Papa tenía como tema único la unidad de la Iglesia. Sólo en su primer párrafo hubo una referencia a la realidad de Nicaragua, que resultó lo más elogioso que sobre el país y su pueblo dijo el Papa en las horas nicaragüenses de su viaje: "(Nicaragua) tan probada, tan heroica ante las calamidades naturales que la han azotado; tan vigorosa y activa para responder a los desafíos de la historia y procurar edificar una sociedad a la medida de las necesidades materiales y de la dimensión trascendente del hombre." El pueblo aplaudió.
A partir de este momento, y a medida que se desarrollaba la homilía -más por el tono en que fue dicha que por las mismas palabras- comenzó a generarse en la plaza, y en un "crescendo" que merece la pena ser analizado, el tumulto que las agencias de prensa llamaron "irreverencia", "irrespeto", "politización" o "manipulación".
En primer lugar, hay que insistir en que el tumulto no lo originaron tanto los conceptos de la homilía del Papa -no comprensibles para la inmensa mayoría de los reunidos en la plaza- cuanto el énfasis que el Pontífice hacía en algunas palabras, la actitud de adustez y de dureza que emanaba de su figura -especialmente cuando mandaba a callar a la multitud en vez de establecer comunicación con ella- y, por encima de todo, las omisiones de su homilía. En este sentido, más que lo que dijo, fue lo que no dijo lo que está, fundamentalmente, en el origen del malestar. Y lo que no dijo causó aun más impacto en amplios sectores de la plaza por lo que se esperaba que dijera.
Hasta mediada la homilía, el pueblo, mayoritariamente, aplaudía al Papa, en los momentos en que él hacía las pausas apropiadas-costumbre habitual en su forma de dirigirse al pueblo-. También aplaudía en otros momentos, cuando se pronunciaban ciertas palabras ("obispos", "magisterios paralelos", "Iglesia popular, etc.) arrastrada por aplausos que se generaban en distintos puntos de la plaza. (Nos preguntamos si eran los que ocupaban los grupos del P. Carballo). Con esto queremos decir que si la situación emocional de la plaza puede ser bien definida, la captación de lo conceptual de la homilía no le era exactamente correspondiente, a no ser en algunos grupos. Y así, hubo personas que más tarde corearían consignas para interrumpir el discurso del Papa y que en toda la primera parte de la homilía le aplaudieron con entusiasmo "sin saber lo que estaba diciendo".
El Papa habló de la unidad de la Iglesia, de la "triste herencia de la división entre los hombres", de la misión de Jesucristo de "restablecer la unidad perdida, de la Iglesia como la familia de Dios y de la unidad como don de Dios". En un segundo momento de su discurso -el que aparee como central del mensaje que quería transmitir- pasó a analizar las amenazas que tiene esa unidad. Son los fragmentos más duros del texto, especialmente por el tono en el que fueron dichos. Algunos ejemplos:
"La unidad de la Iglesia es puesta en cuestión cuando a los poderosos factores que la constituyen y mantienen -la misma fe, la Palabra revelada, los sacramentos, la obediencia a los obispos y al Papa, el sentido de una vocación y responsabilidad común en la tarea de Cristo en el mundo- se anteponen consideraciones terrenas, compromisos ideológicos inaceptables, opciones temporales, incluso concepciones de la Iglesia que suplantan la verdadera." Este "la verdadera" fue dicho por el Papa con un tono de firmeza sorprendente y con entonación agudísima. Cuando dos párrafos después comenzó a decir "La unidad de la Iglesia...", algunos grupos le interrumpieron con aplausos, mientras otros empezaron a resonar la consigna "¡Queremos la paz!". Al oir los aplausos el Papa sonrió por primera y única vez durante todo el discurso. Al continuar la agitación en la plaza, lanzó un impresionante grito de: "¡Silencio!" que sorprendió a todos los que le escuchaban. A lo largo del discurso, el Papa insistió una y otra vez, en una unidad forjada en torno a los obispos (la palabra "obispos" la dijo 14 veces, la palabra "paz" una sola y en respuesta a los gritos del pueblo, como ahora veremos).
Desde un punto de vista del contenido del discurso llamó la atención esta insistencia en que "sometamos nuestras concepciones doctrinales y nuestros proyectos pastorales" a los obispos y en que cada uno sea "capaz de renunciar a ideas, planes y compromisos propios, incluso buenos... por el bien superior de la comunión con el obispo, con el Papa, con toda la Iglesia", dándose en Nicaragua la real situación de una Iglesia vivida en dos modelos muy polarizados ya, en los que la vivencia de la fe y de proyectos pastorales encuentran difícil conciliación. Una parte de esa Iglesia -la comprometida en las tareas del proceso revolucionario- ha visto en algunos de sus obispos -especialmente en el arzobispo de Managua- mas de postura políticas de claro signo opositor al gobierno. En esta situación de conflictividad eclesial, que abarca a sacerdotes, religiosas y fieles, el Papa daba -a medida que iba hablando- "toda" la razón a una sola parte de la Iglesia. En términos evangélicos, el buen pastor -del que se había hablado hacía minutos en el evangelio- se estaba quedando en el redil, con las 99 ovejas seguras y no salía en busca de la "descarriada" ni con una palabra ni tampoco con un gesto. La conciencia de amplios sectores de la multitud no podría explicitar un análisis como éste, pero sí experimentaba un sentimiento de inconfomidad y de decepción ante el Padre y Pastor de todos que esperaban.
Para cuando el Papa, con un tono sorprendentemente duro de nuevo hizo referencia a la "Iglesia popular" -tema crítico en Nicaragua, aun a nivel de formulación- y la descalificó como proyecto "absurdo y peligroso", la plaza era ya un hervidero de sentimientos encontrados e incontrolables. Es difícil precisar cuándo y dónde exactamente surge el más intenso tumulto verbal o el "clamor creciente e impetuoso" -retomando las palabras de los obispos en Medellín y en Puebla.-
Para analizar la génesis de esta situación inesperada, de la que fuimos testigos, a la vez que protagonistas y espectadores, nos fijaremos en un grupo concreto de los que asistía a la misa: el de unas 50 madres de héroes y mártires caídos en la guerra de liberación contra Somoza o en la actual guerra fronteriza contra las bandas somocistas ubicadas en Honduras. Estas señoras estaban en la zona izquierda de la tribuna. Venían vestidas de luto y con la fotografía de sus hijos muertos en las manos. Algunas traían cuadros grandes con los retratos de ellos. Su expectativa era clara: el Papa iba a rezar por sus hijos, por todos los caídos en Nicaragua, y quizá también les iba a bendecir esas fotografías tan queridas.
Después de seguir respetuosa y religiosamente la ceremonia y de aplaudir indiscriminadamente todo lo que el Papa iba diciendo sobre un tema que ellas no comprendían con exactitud, algunas de estas mujeres comenzaron a comentar -primero entre ellas, después en voz más alta- que el Papa no estaba hablando de la paz y, según se había hecho ya a lo largo de toda la movilización, pasaron a corear en algunas de las pausas que hacía el Papa en espera de aplausos, la consigna de la jornada: "¡Queremos la paz!" Esta situación las fue contagiando a ellas mismas y también a amplios sectores del pueblo. Contagió incluso a los locutores de la cadena radial, que estaban ubicados junto a ellas, con los controles generales del sonido de la plaza. Esto explica la confusión de voces originada a veces en los micrófonos.
No es fácil analizar el fenómeno que, a partir de situaciones tan concretas como esta de las madres, fue generándose. Agotar el análisis diciendo que "se politizó un acto religioso" o "se manipuló políticamente la situación" resulta simple. Fue grande la carga emotiva de la situación creada entre las mujeres: del "¡Queremos la paz!" pasan a "¡Una oración por nuestros muertos!" y de una actitud de estar sentadas rezando pasan a otra de ponerse en pie con los retratos de los hijos en alto, para finalmente abandonar la zona de la tribuna en la que estaban ubicadas y salir a la calle hasta llegar ante la tribuna papal, sin dejar de alzar las fotografías de sus muertos.
Si detallamos esta secuencia es porque aquí estuvieron en juego dos de los símbolos más fuertemente arraigados en la conciencia popular: la madre y los muertos, confrontados con el símbolo "sagrado" del Papa. La autoridad y la misericordia del Sumo Pontífice se vieron confrontados con estos símbolos nacionales, populares y también religiosos. Igualmente, para interpretar el sentido de consignas más políticas gritadas en mitad del acto, interrumpiendo al Papa -que llegó a alzar la voz cinco veces más para imponer "¡Silencio!"-, consignas como "¡Poder Popular!" o "¡No pasaran!", hay que tener en cuenta que aunque el sentido del acto que se estaba realizando, olvidó que además de concentración era una Misa, y apeló en amplios sectores a expresarse con consignas habituales en los actos masivos que se celebran en el país. Hay que decir que también se coreaban consignas como "Monseñor Romero, ¡Presente!", "¡Queremos una Iglesia al lado de los pobres!" y "¡Entres cristianismo y revolución no hay contradicción!". En un determinado momento y por única vez, el Papa respondió al clamor popular de "¡Queremos la paz!". Se detuvo y en tono de gran firmeza dijo: "¡La primera que quiere la paz es la Iglesia!" Entre algunos sectores hubo alegría: el Papa iba a dialogar con el pueblo, se iba a comunicar con él. Pero a partir de entonces no hubo ya más comunicación. Lo que hubo fue un caos de sentimientos encontrados, del que cada asistente al acato tendría que dar razón.
El Papa continuaba su homilía, las consignas seguían llenando los aires, por los micrófonos de la transmisión radial y por los altavoces de la plaza, las voces de uno y otros se confundían. Ya era de noche y todos estaban profundamente cansados y tensos. Fue una situación no sólo lamentable sino incontrolable, Y fue incontrolable porque su misma compleja dinámica sorprendió a todos.
La situación de confusión no sólo se dio en la plaza, entre la multitud. En la tribuna, entre los sacerdotes y miembros del gobierno, también se generó esta confusión. Tanto el gabinete como la Junta de Gobierno y la Dirección Nacional del FSLN, que aplaudían al Papa y seguían respetuosamente la ceremonia y que en los comienzos del tumulto pidieron silencio y compostura, terminaron coreando consignas. También se detecto el malestar entre sectores de los sacerdotes al ir avanzando el discurso del Papa. Miembros de la delegación vaticana tomaron en cierto momento la decisión de suspender la Misa. Juan Pablo II terminó la parte final, pasado uno de los momentos más fuertes del tumulto verbal, con esta frase -con la que se iniciaba la tercera reflexión de su homilía-: "La Eucaristía que estamos celebrando es en sí misma signo y causa de unidad." Tristemente, la realidad estaba demostrando que no era así y que en el marco en el que se dio el mensaje papal no podía ser así.
Terminó la homilía pero no el tumulto. Más bien, en las oraciones de los fieles, después del Credo -que el Papa rezó solo-, se intensificó notablemente. En estas peticiones se hizo mención -como es habitual en la liturgia de la Iglesia- del Papa, los obispos, los sacerdotes. Un hombre, con voz balbuciente -genuina expresión de este pueblo recién alfabetizado- leyó una oración por los campesinos y obreros del país; en la oración por los jóvenes se hizo mención de la causa de la justicia... Todo esto hizo crecer las expectativas de las madres -que continuaban frente al Papa- y de gran parte de la plaza de que, por fin, habría una oración por los caídos, por los muertos. (Fueron 50.000 en la guerra de liberación contra Somoza y ya casi son 400 desde que comenzaron los ataques de las bandas somocistas en Honduras). En otra petición se mencionó "a los que guardan prisión" (son los ex-guardias somocistas presos en las cárceles de Nicaragua). Esto exacerbó más los ánimos. La expectación de una oración por los hijos muertos de aquellas madres enlutadas recibió cómo única respuesta el silencio. Esta omisión -inexplicable, pues hubiera bastado en aquellos momentos una oración del Papa, aun genérica, para tranquilizar a la plaza entera- ha sido tal vez una de las ocasa que más ha afectado a toda Nicaragua. Resulta, mayoritariamente incomprensible que el Papa no hubiera rezado por los difuntos, "cuando eso es lo que hacen los sacerdotes".
Se puede decir que después de estos distintos momentos de clímax emocional, de contestación y expresión popular y de tensiones entre los distintos grupos de la plaza, hacia el final de la misa -después de la comunión- volvió una cierta calma, no sin carga emotiva, a la que ahora comenzaba a unirse un creciente sentimiento de estupor. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué va a pasar ahora?. En una perplejidad indefinible pero palpable volvía a unirse la plaza entera, a pesar de las diversas tendencias, ahora más polarizadas. Fue como una gigantesca toma de conciencia colectiva. Y muy acelerada. Entre sectores más conscientes, el estupor se estaba traduciendo ya así: "Esto nunca lo hubiéramos esperado del Papa". Sectores de posición claramente opositora a la revolución se verían reflejados en expresiones como ésta: "Ahora se ha visto lo que hay aquí: los sandinistas hasta vulgarear al Papa". Prevalecía, sin embargo, la confusión.
El Papa se retiró de la plaza, omitiendo todos esos gestos con los que estamos acostumbrados a verle concluir los actos multitudinarios que preside. Ningún saludo, ninguna sonrisa, ningún gesto -por mínimo que fuera-, ninguna palabra que trajera paz y unidad a aquella "torre de Babel". Mientras abandonaba; la tribuna, los acordes del himno del FSLN, coreado por miles de voces, lo acompañaban.
Aun sin perspectiva y sin capacidad de analizar lo que había pasado, la multitud, ya entonces, tenía conciencia de que había sucedido algo gravísimo, importantísimo, "tremendo" -como se dice en Nicaragua-. Muchos se daban cuenta en el mismo momento en que el Papa abandonaba apresurado la plaza, que el 4 de marzo de 1983 no era cualquier fecha y que aquel día, ya en su ocaso, comenzaba a entrar en la historia. En la de Nicaragua, en la de la Iglesia latinoamericana, en la del Vaticano. No era una entrada triunfal, sino realmente dolorosa, triste. Sólo el tiempo podrá decirnos cuántas ocasiones de concordia, de paz, de unidad, de esperanza, se perdieron en este día.
Juan Pablo II en el aeropuerto y en la despedidaLa despedida del Papa de Nicaragua, en la breve ceremonia protocolaria del aeropuerto estuvo por la prisa y un nivel de inesperada emoción en el discurso que el Comandante Daniel Ortega improvisó ante Su Santidad.
Por cuatro veces Ortega recordó al Papa que Nicaragua es un país "pequeño". Le dio también una primera explicación de lo que él había visto en la plaza momentos antes: "Cuando nuestro pueblo dice "Queremos la paz". Lo dice presionado por una situación de dolor, de llanto, de martirologio permanente. Nuestro pueblo es crucificado todos los días y demanda solidaridad, reclama solidaridad con toda justicia, con todo derecho. Cuando nuestro pueblo dice "Queremos la paz" lo dice porque en este país tenemos condiciones tan miserables que aquí luchar para poder comer todos los días es toda una enorme y gigantesca tarea. Porque somos un país pobre, porque hemos sido un país explotado y seguimos siendo un país discriminado por el orden injusto económico internacional. Por eso, cuando nuestro pueblo pide la paz la quiere para poder tener las posibilidades no de enriquecerse, ya que nosotros no queremos enriquecernos, sino que quiere llenar sus necesidades elementales de vida y de subsistencia. Cuando nuestro pueblo dice "Queremos la Paz", lo dice con la convicción de que a última hora es a este pueblo sufrido, a este pueblo heroico, a este pueblo combativo, a este pueblo cristiano de Nicaragua, al que le tocará defender con su sangre, con su vida, el derecho a tener una paz digna".
Las palabras de Daniel sonaron en un claro tono de dignidad dolorida. Con los ojos clavados en el suelo, el Comandante parecía no dejarse vencer por otro sentimiento que no fuera la esperanza, a pesar de todo. "Santidad, hoy que le despedimos de esta tierra de Nicaragua, le decimos que tenemos confianza en que la solidaridad cristiana sabrá manifestarse a favor de este sufrido pueblo. Muchas gracias". Estas fueron sus últimas palabras.
Al discurso del Coordinador de la Junta, el Papa respondió con un texto preparado semanas antes, en el que se refirió nuevamente a los que no pudieron asistir a los actos de Managua y de León "para demostrarnos su fe cristiana". Agradeció a todos la acogida y terminó diciendo; 'Dios bendiga a esta Iglesia, Dios proteja a Nicaragua".
Después de los saludos a la Junta de Gobierno y de abrazos a los obispos el Papa subió al avión, que dejó territorio nicaragüense a las 8:30 de la noche. Hasta las 10:30 la cadena radial que transmitió en boca de los locutores que siguieron los actos y en boca de sacerdotes que acompañaron la transmisión, una primera, apresurada y adolorida evaluación de los que acababa de suceder.
Por las calles de la capital, caravanas de buses y camiones devolvían a millares de campesinos a los Departamentos del interior, mientras los managuas volvían a sus casas lentamente, con banderas en las manos, visiblemente cansados, necesitando ya desahogar, en comentarios que durarían toda la noche, un volcán de sentimientos. Managua no durmió esa noche. Y al amanecer del día siguiente, comenzó a trabajar y a luchar por la paz con el corazón apenado.
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