Nicaragua
La crisis de Nicaragua en el espejo de las crisis latinoamericanas
Todas las crisis
que han estallado recientemente en América Latina
son crisis políticas: todas han desafiado al poder, de un signo o de otro.
Todas son crisis sociales:
han estremecido y polarizado a sus poblaciones.
En todas ha habido multitudes ciudadanas en las calles.
Y en todas encontramos similitudes
con la crisis que estalló en Nicaragua con la rebelión de abril de 2018.
Equipo Envío
Antes de contrastar lo que vivimos en Nicaragua desde abril de 2018 con lo que están viviendo países tan cercanos como Honduras o tan lejanos como Chile, vale recordar que el “sello” de la crisis nicaragüense es una masiva y sistemática violación de derechos humanos desde el primer instante de las protestas.
“¡Vamos con todo!” dijeron. Y la orden fue obedecida sin tregua entre abril y agosto de 2018. Cuatro días después de iniciada la rebelión ya eran 23 los muertos. El desproporcionado y continuo uso de fuerza letal causó un baño de sangre (328 muertes, en las que hay que incluir la de 28 policías, que salieron a matar o a morir para cumplir la orden emanada del poder), miles de heridos y lisiados, la orden que se dio a los médicos del servicio público de no atenderlos, las torturas en las cárceles contra centenares de detenidos…
La característica de la crisis nicaragüense es ésa: la provocó una masiva violación de derechos humanos contra protestas inicialmente pacíficas, que lo siguieron siendo mayoritariamente. La convirtieron en una masacre los crímenes de lesa humanidad, documentados por expertos internacionales. A cuentagotas, la represión y la saña continúan siendo las características, año y medio después de aquellos días.
Característico también es el empecinamiento de los responsables en no reconocer nada de lo ocurrido. En las crisis de otros países hay de todo esto, aunque no se han entrelazado tantos trágicos extremos.
EL “BUQUE” CHILENO Y LA “PANGA” NICA
La crisis en Chile ha puesto a pensar a todo el continente. “Treinta años de democracia. Elecciones competitivas e incuestionables. Respeto a los derechos humanos. Buen funcionamiento de las instituciones. Crecimiento económico sostenido. Reducción de la pobreza…”, describe así a Chile el sociólogo peruano Carlos Basombrío, llamándolo el “buque insignia” del progreso en América Latina, y concluye que “está en llamas”.
Aunque en comparación con la institucionalidad y el desarrollo del “buque” chileno, Nicaragua es apenas una “panga”, hay similitudes entre ambas crisis.
La rebelión de abril de 2018 en Nicaragua no tuvo una dirección, careció de liderazgos. La iniciaron “autoconvocados”, palabra que se popularizó en semanas y aún pervive en muchas pláticas.
En abril y en mayo, y aún después, nadie lideraba, nadie organizaba, nadie convocaba, pero miles se sentían convocados a salir masivamente a las calles de todo el país reclamando muy pronto, después de la chispa inicial -las reformas a la seguridad social que reducían en 5% las pensiones de abuelas y abuelos-, un cambio de gobierno. Y casi de inmediato, la “indignación empática” -así nombrada por José Luis Rocha- atraía a más y más autoconvocados a llenar las calles y a reforzar las decenas de tranques que paralizaron caminos y carreteras. Ver la represión, ver caer asesinados y heridos a otros jóvenes, movilizó a más y más jóvenes, y pronto convocó a una mayoría, a todo un país.
UNA REBELIÓN DE “AUTOCONVOCADOS”
Ha pasado algo muy parecido en el estallido social en Chile. Iniciaron los estudiantes más jóvenes y después siguió una masiva explosión de inconformidades autoconvocadas, sin dirección ni liderazgo visible. La chispa que hizo estallar las iras contenidas fue el aumento de 30 pesos (4 centavos de dólar) al pasaje del metro, que usan a diario tres millones de personas.
Después, vino lo demás: el rechazo a todo un modelo que ha generado muchas clases medias y mucha inequidad. “Chile despertó” fue la consigna. La corearon multitudes. Unos traían a otros a las calles y la ferocidad represiva de los Carabineros -no comparable a la de francotiradores y paramilitares de Ortega-, herencia de la dictadura de Pinochet, alimentó la indignación empática, que llegó a sumar a más de un millón de personas en la gigantesca marcha pacífica del viernes 25 de octubre, “pisando nuevamente las calles de Santiago” … y forzando al presidente Piñera a pedirle la renuncia a su gabinete.
Y después de “despertar”, Chile está viviendo hoy lo que vivió Nicaragua en abril y mayo de 2018: marchas masivas por todo el país, reprimidas con violencia. La gente exige que Piñera se vaya. “¡Que se vayan!”, gritábamos aquí. Y allá como aquí todos los análisis lo señalan: “Chile ya no es el mismo que antes del 18 de octubre”. Como se decía en Nicaragua: que ya nunca sería la misma que antes del 18 de abril…
DOS DICTADURAS EN LA MEMORIA
El contraste entre unos y otros autoconvocados, los chilenos y los nicaragüenses, es que los de Nicaragua se lanzaron a protestar en el país más empobrecido del continente y los de Chile lo hicieron en el país presentado desde hace décadas como el más desarrollado del continente.
Otro contraste: los iniciales episodios de violencia destructiva fueron en Chile mucho mayores que en Nicaragua -aquí está comprobado que fueron fuerzas estatales las que provocaron la mayoría de incendios y saqueos- y en Chile, además, había mucha más infraestructura que destruir. Algo, además de la auto¬convo¬ca-ción y la falta de un liderazgo visible, une también ambos estallidos: las heridas aún no cerradas del pasado. Ante la convulsión social, ante la represión y las torturas, las personas de más edad han evocado las dictaduras que conocieron en ambos países.
Treinta años después de finalizada la dictadura de Pinochet, la presencia de los Carabineros en las calles -orden la más desafortunada de las que dio Piñera- recordaron los horrores causados durante años por la institución represiva que sirvió al dictador.
En Nicaragua, aunque no hubo ni hay guardias nacionales en las calles -la GN desapareció en 1979-, sino policías antidisturbios y paramilitares, los amargos recuerdos de la dictadura somocista, derrocada hace 40 años, siguen presentes cuando nos enfrentamos a los crímenes, la saña y las torturas de hoy. Y muy a menudo, el saldo es que “esto es peor que aquello”.
AMÉRICA LATINA: LA REGIÓN MÁS DESIGUAL DEL PLANETA
Las crisis latinoamericanas se dan en la región más desigual del planeta. América Latina mantiene desde hace décadas el récord de ser la zona del mundo en donde existe una brecha más profunda e inamovible entre los muy pocos que tienen muchísimo y los muchísimos que tienen muy poco...
A pesar del crecimiento económico y de la reducción de la pobreza que se ha logrado en algunos países del continente -Chile a la cabeza-, esa brecha no sólo ha permanecido, sino que se profundiza y “se siente” todavía más en este mundo interconectado, cuando ya todos podemos ver lo que tienen en otros países, cómo viven en otros países… Y todos podemos ver en tiempo real cómo y por qué estallan crisis en otros países.
Aunque el régimen de Ortega ha creado, a costa de la millonaria cooperación venezolana, y de otras fuentes ilícitas, ostentosas y visibles desigualdades, no fue exactamente la desigualdad económica el desencadenante del estallido de abril en nuestro país. Lo fue, principalmente, la desigualdad “política”, el agobiante control social que excluye a quienes no son de “los de ellos”.
El estallido popular en Chile tiene que ver “con todo”, pero lo provocó en gran medida la desigualdad económica, que no se debe medir sólo en cifras macroeconómicas o en promedios, sino en el rampante elitismo del modelo económico vigente, el que más encajaría en el concepto de “capitalismo salvaje”, que provoca no sólo miseria, sino indignidad.
UN MODELO ELITISTA
El Presidente Piñera vio “una guerra” donde había hartazgo por tanta exclusión. No puede entenderlo. Piñera es uno de los hombres más ricos de Chile, su familia es una de las 17 que son el poder económico y sacan ventaja de un modelo neoliberal en estado de “pureza”, el primero que se aplicó en América Latina en los tiempos de Pinochet.
Durante años presentado como el milagro económico del continente, en Chile el capitalismo extremo creó una especie de apartheid: para la élite, servicios de salud y educación de Primer Mundo, y para la mayoría, educación y salud de Tercer Mundo… El sistema¬ de pensiones era... de “cuarto mundo”.
Piñera pertenece a la élite que, según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), se queda con el 26.7% de los ingresos nacionales, mientras al 50% de los hogares chilenos sólo llega el 2.1% de esos ingresos. También confirma la CEPAL que la mitad de la fuerza laboral chilena sobrevive con el salario mínimo.
Unos días antes del estallido, Piñera afirmaba que Chile era “un oasis”. Pero en ese oasis, desde el agua -primer derecho humano- hasta todo lo que debe ser público fue privatizado. Se dijo que el Estado sería el regulador, pero las élites se hicieron con todo, con las empresas privatizadas y con el Estado y se les olvidó la responsabilidad de regular…
“NO SABEMOS QUÉ VENDRÁ”
¿El modelo no funciona o solamente requiere de serios ajustes? ¿Ya no bastan las reformas para compensar socialmente las desigualdades del modelo? ¿Y cuáles ajustes habría que hacer? ¿Con qué respaldo de las instituciones financieras multilaterales? Toda América Latina se lo pregunta y ensaya respuestas. Desde una de las sociedades más educadas del continente, el chileno Cristian Warnken, profesor de literatura y comunicador, ve la crisis de su país en un marco mundial más estructural...
“Estamos -dice- en la sociedad líquida que define Bauman. Es el fin del Estado Nación como lo conocemos... Esto no es política ni ideología, esto no es marxismo. No es contra la derecha. Esto es la revolución que ocurrirá en todas las naciones producto de la pérdida de valor de las instituciones clásicas, que caen como hojas en otoño. Las iglesias se han hecho agua en el mundo. Los partidos políticos, los tribunales, las fuerzas armadas…”
“Este momento es el que los filósofos de nuestro tiempo llamaron el fin del Estado nación con todas sus instituciones. No sabemos qué vendrá. Es el comienzo de algo aún no definido. Somos testigos del cambio de folio tras más de 200 años de las tres grandes revoluciones que cambiaron el mundo: la inglesa, la francesa y la norteamericana. El planeta cambió y a lo mejor así se salva”.
LA REVOLUCIÓN DE LAS REDES SOCIALES
El profesor no dejó de serlo y de aconsejar: “Esto no es sencillo de detener… Les invito a leer para entender”.
Entre las multitudes que han salido a las calles de nuestros países a exigir, a reclamar, ¿cuántos tendrán tiempo y dinero para leer lo que tantos pensadores presentían…?
Sin embargo, entre esas multitudes son muchísimos quienes ya saben de otras revoluciones necesarias -la del género, la ecológica, la de nuevas relaciones humanas- y muchísimos son quienes supieron hace unos meses que en Nicaragua el pueblo se levantó contra Ortega, que en Puerto Rico multitudes pacíficas en manifestaciones de varios días lograron que el corrupto e insensible gobernador Ricardo Rosselló renunciara, habrán visto imágenes de la “revolución de los paraguas” en Hong Kong o la de los “chalecos amarillos” en París… “Leyendo” las redes sociales empiezan a entender.
Ninguna de las crisis latinoamericanas, ninguna, se entiende sin el poder de las redes sociales y de los teléfonos móviles que informan, alertan, convocan y explican brevemente qué pasa en el mundo, y aún más brevemente nos dicen algunas de las razones de por qué pasa. Como el fuego en el alba de la Humanidad o la rueda mucho después, las nuevas tecnologías de la comunicación han cambiado nuestro modo de pensar, de actuar, también de protestar.
EL RECHAZO A LA REELECCIÓN
Ha habido otras crisis en países mucho menos desarrollados que Chile, que se parecen a la de Nicaragua. Y las ha habido con otros detonantes.
El cuestionamiento, el rechazo, llegando a niveles de repudio y de violencia, de la reelección presidencial está presente hoy claramente en el guion de tres de las crisis del continente: Nicaragua, Bolivia y Honduras.
Ortega ha gobernado desde 2007 hasta el día de hoy, tras dos reelecciones consecutivas (2011 y 2016). Para lograrlo, reformó la Constitución con el argumento de que prohibirle reelegirse era violentarle un derecho humano. En Nicaragua, donde aún pesa la historia de una familia, los Somoza, en el poder durante más de cuarenta años y sucesivas reelecciones, la reelección es un tema crispante. No fue ése exactamente el motivo que encendió la chispa en abril, pero sí continúa presente en la crisis sin fin que el reelegido Ortega ha provocado en Nicaragua.
En Bolivia sí fue ése el detonante. Evo Morales ha gobernado desde 2006 hasta hoy, y ha sido su cuarta reelección, en comicios de dudosa transparencia y tras un referéndum en que la población dijo NO a su pretensión, la chispa que prendió la crisis en el país andino.
Honduras es un país con una población movilizada intermitentemente en repudio a un político que decidió reelegirse.
UN GOLPE DE ESTADO Y UNA REELECCIÓN REPUDIADA
Fue Honduras, en 2009, escenario del primer golpe de Estado del siglo 21 en América Latina… y hasta ahora, el único y auténtico, pues cumplió con los parámetros de todos los golpes de Estado. El estamento militar, con el respaldo de las clases más poderosas del país, sacó de su cama y del poder por las armas al Presidente Manuel Zelaya, en un escenario similar al de los tradicionales cuartelazos latinoamericanos del siglo 20…
Inició entonces la meteórica carrera política y económica de quien era entonces dirigente del Partido Nacional y es hoy Presidente de la República, Juan Orlando Hernández, electo en 2013 en comicios con olor a fraude. Su gobierno, populista de derecha, culminó con la imposición de su candidatura a la reelección, violentando para ello la Constitución hondureña, que se lo prohibía.
En abril y mayo de 2015, miles de indignados hondureños y hondureñas se movilizaron masivamente y durante semanas al clamor de ¡Fuera JOH! con antorchas encendidas en las manos. La chispa que encendió esas antorchas fue el demostrado saqueo al seguro social para financiar la campaña electoral de Hernández. A aquel primer brote de movilizaciones masivas siguió un receso que volvió a reactivarse en nuevas protestas callejeras por la ilegal candidatura de JOH a la reelección.
En noviembre de 2017 se consumó un nuevo período presidencial para Hernández. En contra de conteos de votos, de denuncias, del informe de la OEA, de las movilizaciones ciudadanas y del rechazo de una mayoría de la sociedad, el tribunal electoral, controlado por Hernández -como Ortega ha controlado el tribunal nicaragüense y como Morales controla el de su país- lo declaró ganador.
En medio de movilizaciones, respondidas con una feroz represión, con decenas de muertes, centenares de detenidos y en un ambiente de terror, en enero de 2018, JOH inició su segundo mandato. Y hasta hoy ahí está. Poco se menciona esta crisis permanente porque Honduras pesa muy poco en la geopolítica regional, menos aún en la internacional.
HONDURAS: UN NARCOESTADO
Es en la crisis hondureña, tan extendida en el tiempo, en donde se ha hecho más visible la presencia del narcotráfico. En las crisis de otros países, el negocio de la droga y el poder de los cárteles mueve la política, pero los análisis no suelen incluir el determinante peso con que lo hace.
En Honduras no hay disimulo. De ser Honduras un territorio por el que hace diez años cruzaba la droga que de los países andinos viajaba hacia el mercado de Estados Unidos, hoy el país es calificado como “capital hemisférica de la cocaína” y se le señala abiertamente como ejemplo mundial de “narcoestado”.
¿SERÁ EL FIN DE JUAN ORLANDO?
Juan Orlando Hernández es un narcomandatario. La envuelta en misterio, y hasta hoy no aclarada, muerte de su hermana y más directa colaboradora, Hilda Hernández, en diciembre de 2017, achacada, entre otras versiones que buscaban encubrir los motivos del hecho, a un ajuste de cuentas entre cárteles de la droga, seguida un año después por la entrega-captura de su hermano, Tony Hernández, a las autoridades de justicia estadounidense, bajo la acusación de ser uno de los narcotraficantes de mayor nivel en Centroamérica en los últimos diez años, salpican indefectiblemente a JOH.
La condena de Tony en octubre de 2019 en un tribunal de Nueva York acerca a su hermano Juan Orlando a un final similar.
“De no cambiar las dinámicas que originaron hace diez años el golpe de Estado -escribe en Envío nuestro corresponsal en Honduras, el sacerdote jesuita Ismael Moreno-, el rechazo a su principal beneficiario, en lo político y en lo económico, JOH, continuará vivo, como el magma expectante de un volcán activo. Y estallará de nuevo contra el régimen, esté todavía bajo el liderazgo de Juan Orlando Hernández, o también cuando ya esté enjuiciado y extraditado”.
CUANDO EL NARCOPODER SE QUITA LA MÁSCARA
El poder del narcotráfico en la región y en las crisis regionales se puso de manifiesto, de forma escandalosa, en México en este mes de estallidos políticos y sociales sacudiendo América Latina.
Pero quienes en México ocuparon las calles movilizados contra el gobierno no fueron ciudadanos inconformes o jóvenes indignados. Fueron narcos del cártel de Sinaloa exigiendo la liberación de Ovidio Guzmán, uno de los diez hijos reconocidos por el Chapo Guzmán, integrante con otros dos del poderoso cártel de Sinaloa.
Ovidio fue detenido en un operativo “improvisado y fallido”- reconocieron las autoridades mexicanas- y para rescatarlo, sus compañeros pusieron en jaque la ciudad de Culiacán, capital de Sinaloa y bastión del cártel, durante horas de fuego cruzado -ocho muertos-, en los que el ejército de los narcos demostró mayor capacidad militar que el ejército mexicano. Hombres encapuchados y armados, capturando a militares y a sus familias, provocando incendios y amenazando con hacer algo similar en otros estados del país si no liberaban al “chapito” impusieron el terror, demostrando abiertamente su poder.
Andrés Manuel López Obrador tuvo que ceder y ordenó que liberaran a Ovidio. Fue un golpe contundente a su imagen. Demostró lo que puede hacer, cuando quiere, este poder paralelo que permanece entreverado en los poderes institucionales de buena parte de nuestros países hasta que sus intereses están en juego y no puede menos que descubrirse y mostrar su fuerza.
“La crisis puso al descubierto el verdadero rostro del país que teníamos -dijo de la crisis de Nicaragua el catedrático Ernesto Medina en una reciente charla en Envío-. Éramos el país más seguro de Centroamérica, la admiración de la región. Y descubrimos de manera trágica que eso se debía a que los grupos criminales eran parte del aparato de poder que, a una señal de sus jefes, se pusieron pasamontañas, empuñaron las AK y salieron a las calles a sembrar terror y muerte”.
REBELIONES VISTAS COMO “CONSPIRACIONES”
Desconcertados por protestas masivas que los encontraban desubicados, sorprendidos por manifestaciones que surgían como “de la nada” -aunque todas tenían raíces y razones-, los mandatarios cuestionados por multitudes -en Nicaragua, Bolivia y Ecuador- reaccionaron achacando a “conspiraciones” las tempestades que los sacudían, negándose a aceptar los vientos que sembraron…
El régimen de Nicaragua -los gobernantes y sus cómplices- lleva más de año y medio en un patológico estado de negación, afirmando desde mayo de 2018 hasta hoy que fueron víctimas de “un golpe de Estado fallido”. Niegan cualquier evidencia que los desmiente y repiten en su propaganda, en comunicados y en foros internacionales que los golpistas fabricados en su delirio… “¡no pudieron ni podrán!”.
En Bolivia, Evo Morales achacó también el repudio al fraude con que se ha reelegido a un golpe de Estado de “la derecha”… Extraños “cuarte¬lazos” los de ambos países, protagonizados no por militares ni por un grupo enquistado en instituciones estatales, sino por masas indignadas y desarmadas.
En Chile, Piñera no habló de golpe, sino de un “vandalismo organizado” que le llevó a afirmar en el primer momento: “Estamos en guerra”, sólo para exacerbar más la indignación y para ponerlo a él mismo en la mira de los indignados.
LA CHISPA EN ECUADOR
Al igual que los demás gobernantes, en Ecuador Lenin Moreno fue sorprendido por el furor de la protesta y por su masividad. No faltaron hechos de violencia al comienzo.
La chispa que encendió la mecha en Ecuador fue también una medida que aumentaba el costo de la vida de la gente. Siguiendo recetas del FMI, Moreno aumentó el precio de los combustibles -especialmente el del diésel, en un 123%-, hasta entonces altamente subsidiados, lo que afectaba el transporte público y el bolsillo de la gente más pobre y de los pequeños productores. Pretendía así aliviar el déficit fiscal que dejó en el país la corrupción, el derroche y los proyectos faraónicos de su predecesor, Rafael Correa.
Moreno achacó lo que ocurría a “fuerzas oscuras vinculadas a la delincuencia política organizada y dirigida por Correa y Maduro, en complicidad con pandillas y con ciudadanos extranjeros”. Esta versión tenía algo más de verosimilitud que las de los otros mandatarios: el “pescador” más empeñado en sacar provecho del “río revuelto” de las protestas era el ex-mandatario Rafael Correa.
EL PLAN DEL “PESCADOR” RAFAEL CORREA
Lenin Moreno llegó al gobierno con la bendición de Correa en 2017. Después de reelegirse y de gobernar durante dos períodos, con Moreno como Vicepresidente en el primero, Correa lo consideró tan leal que lo seleccionó como su delfín y el heredero de su “revolución ciudadana” para que le guardara “la silla” y después reelegirse él para un tercer período. Ése era su plan.
Pero Moreno se distanció de su mentor enseguida que empezó a gobernar. Correa lo tildó de traidor y se fue a Bélgica. Moreno tocó a uno de los artífices de la megacorrupción que hubo durante el correato, su Vicepresidente Jorge Glas, hoy en la cárcel, y hay orden de captura contra Correa, que vive en Bélgica, patria de su esposa.
A diez mil kilómetros de distancia de los sucesos, los tuits enardecidos de Correa mostraban que jugaba fuerte en la crisis ecuatoriana. Viendo la desatinada represión con la que decidió poner orden Moreno, llegó incluso a proponer como salida a la crisis celebrar elecciones adelantadas, en las que él sería “candidato ganador”. Fue entonces que Moreno aludió a que dirigía un golpe de Estado con apoyo de Maduro, sin aceptar aún la impopularidad y dureza de la medida fondomonetarista que había impuesto. ¬
LOS PUEBLOS INDÍGENAS LLEGAN A QUITO
La variable singular en la crisis ecuatoriana la pusieron los pueblos indígenas. Como comunidades organizadas, empobrecidas muchas de ellas, humilladas y burladas durante diez años por Correa y no respetadas por Moreno -que les prometió no más minería y llenó de concesiones sus territorios- decidieron participar, hacer oír su voz, demostrar su poder.
La CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) representa a las 14 nacionalidades indígenas del país y a la quinta parte de toda la población ecuatoriana. Sus dirigentes decidieron unirse a quienes por todo el país protestaban contra la medida impuesta por Moreno y convocaron a sus comunidades a marchar sobre Quito para exigirle al presidente que derogara el decreto 883, que establecía el alza en el precio de los combustibles.
Desde los tiempos coloniales la “indiada” invadiendo la ciudad fue el fantasma de los criollos. Esta vez, la pesadilla abrumó a muchos quiteños y el anuncio de la CONAIE despertó un racismo que siempre está en vela y nunca duerme.
Miles de mujeres y hombres de todas las nacionalidades indígenas llegaron en camiones y a pie a Quito con el reclamo. Allí se mezclaron con los indignados de todos los colores y en Quito se quedaron hasta que Moreno -temeroso, se había llevado el gobierno a Guayaquil-, derogara su decreto. En sus comunicados, los indígenas se des¬¬marcaron de los grupos que actuaban con violencia en las protestas y tomaron clara distancia de las pretensiones de Correa.
LA PODEROSA RAÍZ INDÍGENA
“No nos habías escuchado en un año”, le dijeron los líderes indígenas a Moreno cuando lo tuvieron frente a frente en la mesa de negociación, en la que participó la ONU y miembros de la iglesia católica.
Los tuvo que escuchar. Fueron los indígenas, que asumieron el representar “todos los descontentos”, quienes forzaron a Moreno a regresar a Quito, los que lo obligaron a sentarse a negociar. Y los que lograron que derogara el decreto 883. Ahora aspiran a acordar un nuevo modelo económico para enfrentar la crisis que le heredó Correa al país.
En Ecuador, la ancestral raíz indígena mostró su vigor. En la crisis nicaragüense no debe olvidarse que fue la “raíz campesina” la que desde 2013, cinco años antes del estallido de abril de 2018, se alzó contra Ortega, en defensa de sus tierras y de la soberanía nacional. Fueron los campesinos organizados de todo el sureste de Nicaragua, protestando en un centenar de marchas masivas en sus territorios contra el ominoso proyecto del canal interoceánico, quienes anunciaban, sin ellos saberlo, la rebelión de abril.
Por la singularidad de la crisis ecuatoriana marcada por la decisiva participación del movimiento indígena, ampliamos detalles en otro texto de este mismo número.
“VIENE UN HURACÁN BOLIVARIANO”
“Lo que está pasando en Perú, Chile, Ecuador, Argentina, Honduras, es apenas la brisita y lo que viene ahora es un huracán bolivariano”, se refociló Diosdado Cabello, el segundo de Nicolás Maduro, durante un evento del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en el centro de Caracas. Acababa de estallar la crisis en Chile.
Tres días después, Maduro afirmaba con calculado tono sibilino: “Al Foro de São Paulo le puedo decir, desde Venezuela: estamos cumpliendo el plan, va en pleno desarrollo, victorioso… Todas las metas que nos hemos propuesto en el Foro las estamos cumpliendo una por una… No puedo decir más, ustedes me entienden”.
El Foro de São Paulo fue fundado por el PT brasileño en 1989, tras la caída del muro de Berlín, para convocar a partidos y movimientos de izquierda y unir esfuerzos y replantearse preguntas sobre el rumbo político en la región al terminar la confrontación Este-Oeste. Con los años, el Foro perdió toda brújula crítica y fue dominado cada vez más por las visiones más anquilosadas de la izquierda continental.
El gobierno de Cuba, con tradición de actuar recio pero sin hablar mucho, negó cualquier participación en lo que estaba sucediendo en Chile y en otros países.
La información sesgada con que la cadena Rusia Today (RT) y Telesur de Venezuela cubren y analizan los conflictos latinoamericanos busca consolidar que la lucha es entre izquierda y derecha, entre el pueblo y el imperio. Jamás han informado sobre la salvaje represión del régimen de Ortega ni han reconocido el sentido liberador de las multitudes que se rebelaron en Nicaragua desde abril de 2018.
“NO SOMOS NI DE IZQUIERDA NI DE DERECHA”
Si los mandatarios afectados por las protestas masivas atribuyeron a conspiraciones los descontentos de sus pueblos, algunos políticos y analistas “de derecha”, achacaban todo, o casi todo, lo que pasaba, y hasta lo que pasará, a una conspiración programada, y hasta financiada, por fuerzas que combinan la experiencia conspirativa del gobierno cubano y los recursos del de Venezuela.
Esta visión simplista despoja de razones y de capacidades a quienes se han rebelado y magnifica los poderes y los recursos de los regímenes de esos dos países -que tienen sus propias crisis-.
No son todos los adscritos a la “derecha” los que han caído en esta simplificación. Algunos han entendido las razones y las raíces de estos levantamientos masivos y se dan cuenta de que es hora de una reflexión más seria.¬
Viendo los distintos signos ideológicos de los varios gobiernos cercados por protestas, en Nicaragua, el obispo de Matagalpa Rolando Álvarez, resumió escueta y certeramente lo que pasa: “Los pueblos se cansaron del capitalismo salvaje y del marxismo trasnochado”.
“No somos de izquierda ni de derecha, somos la Nicaragua que está arrecha”, decían algunas camisetas durante el abril rebelde de 2018. Y eso era: una irritación generalizada, inclasificable, imposible de ceñirse a uno de los dos polos ideológicos. Mucha de esa arrechura sin señales ideológicas es la que salió a las calles en Ecuador y la que seguirá saliendo en Honduras, en Chile, en Bolivia... También en Venezuela.
LA CRISIS DE VENEZUELA: MADURO Y ORTEGA
Desde abril de 2018 la crisis de Venezuela ha corrido en paralelo a la nuestra, ya que la relación entre el chavismo y el orteguismo fue muy estrecha desde 2007 y explica mucho de lo que pudo hacer y deshacer Ortega en Nicaragua.
La crisis de Venezuela está siendo la más prolongada. Se viene desarrollando y agudizando en un proceso de años. Se exacerba con la muerte de Chávez, el desplome de los precios del petróleo, la victoria de Maduro en 2013 en elecciones marcadas por serias irregularidades, la acelerada crisis económica derivando en una gravísima crisis humanitaria con en el éxodo de más de 4 millones de personas, algo nunca visto en el continente… El clímax ocurrió en 2017 al imponerse Maduro en la presidencia en elecciones fraudulentas y no reconocidas internacionalmente.
A partir de entonces, la obcecación de Maduro y de su círculo por atornillarse en el poder se parece mucho a la de Ortega. Y a lo largo del proceso de crisis, la violación de derechos humanos ha sido también tan notable allá como aquí. La lectura del informe Bachelet estremece.
Los parecidos son muchos. Como Ortega en Nicaragua, Maduro dice defender una “revolución socialista” y luchar contra “el imperialismo”. Ortega calcula su inmediato futuro mirándose en el espejo de Venezuela y Maduro aconseja a su colega de Nicaragua animándolo a aguantar presiones y sanciones, con el ánimo que reciben ambos del gobierno cubano.
Durante meses y hasta hoy, la crisis de Venezuela, ubicada sobre la mayor reserva petrolera del planeta, le ha quitado atención mediática y diplomática a la de Nicaragua, que atesora la mayor reserva de agua de Centroamérica. Con el de Cuba, ambos regímenes quedaron más hermanados cuando fueron etiquetados por John Bolton, funcionario estadounidense ya renunciado, como “la troika de la tiranía”.
QUÉ PIDEN LAS MULTITUDES
Mientras la crisis venezolana y la nicaragüense no se resuelven… ¿en qué terminarán estas revueltas sociales, calificadas en Caracas como “brisitas” bolivarianas?
En Ecuador, los indígenas continúan organizados y no abandonan el papel de interlocutores que se ganaron, enfrentando el racismo. En el plan económico que proponen piden justicia social: un sistema de impuestos en el que paguen más quienes ganan más. Y justicia con la madre Tierra: la anulación de las concesiones mineras en sus territorios.
En Chile las multitudes en las calles piden un cambio del modelo económico, para que haya equidad y dignidad. Piden una nueva Constitución, porque rige aún en el país la Constitución de la dictadura. Un manifestante pide “empatía” y lo explica muy bien: “Porque un gobierno con empatía va a gobernar para el pueblo y no para ellos mismos”. Están contra la élite política y contra la élite económica y por eso piden la renuncia de Piñera.
En Bolivia quienes protestan piden una segunda vuelta electoral con observación internacional, que demuestre que Evo Morales no tiene el apoyo de la mayoría del pueblo boliviano y que no ganó las elecciones.
LA CRISIS DE EVO MORALES
La crisis en Bolivia tiene muchas similitudes con las que provocaron procesos electorales fraudulentos en Nicaragua hace ya unos años. En el momento actual tiene especial importancia lo que ocurra en Bolivia por lo que podría influir en la coyuntura pre-electoral nicaragüense y por la presencia y participación de la OEA en la crisis, tal como se espera participe aquí.
Evo Morales llegó en 2019 a su cuarta reelección desconociendo los resultados del referéndum de 2016, en el que él mismo sometió a consulta popular poder hacerlo. Con un resultado ajustado (51.30% vs. 48.70%), Morales evadió la negativa logrando que el máximo tribunal declarara que prohibirle la reelección violaba sus derechos humanos, el mismo falaz argumento empleado por Ortega años antes.
El NO en el referéndum fue su primera derrota en las urnas en diez años. Lo puso en alerta ante inconformidades que se estaban cocinando en la sociedad, a pesar de la revolución cultural que aún representaba un indio ay¬ma¬ra en el gobierno de un país con un 80% de población indígena.
Para 2016, Morales, promotor del mayor cambio social y económico vivido por Bolivia en toda su historia, ya estaba sufriendo un claro desgaste por la corrupción de su administración y por un superlativo culto a su personalidad, promovido por él mismo y alentado por su Vicepresidente Álvaro García Linera (“le dijo que era dios y Evo se lo creyó”, dice la gente).
Desgastado estaba también Morales por no haber preparado la sucesión en su partido Movimiento al Socialismo. “Presidente, lo que ha dicho el voto de los bolivianos en el referéndum es que no hay personas imprescindibles, sólo hay causas imprescindibles”, fue el mensaje del ex-Presidente Carlos Mesa en aquella ocasión.
“SE CAYÓ EL SISTEMA”
Con el temor de enfrentarse a resultados tan ajustados como los que arrojó el referéndum de 2016 en las elecciones de este octubre de 2019, Morales se preparó muy bien. El día de la jornada electoral, cuando lo conteos rápidos de más del 80% de los votos ya anunciaban la escasa diferencia que había entre Mesa y Morales y que conducían a una segunda vuelta, el sistema informático se “cayó” durante 20 horas y cuando volvió a funcionar todo había cambiado y la diferencia entre ambos era ya¬ de diez puntos, lo que evitaba el balotaje.
Esta burda maniobra hizo estallar la crisis de Bolivia, las calles se llenaron de protestas contra Evo y en el país se extendió una inédita polarización.
NICARAGUA – BOLIVIA: FRAUDES
El fraude de Bolivia 2019 se parece bastante al que Ortega organizó en las elecciones municipales de 2008 alterando actas para quedarse con una mayoría de alcaldías. También recuerda al que volvió a organizar en las presidenciales de 2011, ocultando información cuando se preveían muy ajustados los resultados entre él y Fabio Gadea -su objetivo ese año era quedarse con la mayoría parlamentaria-.
Ya desde su regreso al gobierno en 2006, Ortega hizo fraude para evitarse una segunda vuelta -hubiera perdido-, ordenando que no se diera información sobre el 8% de los votos. Finalmente, para librarse de ese fantasma que era enfrentarse a una segunda vuelta, en la que nunca hubiera ganado, la eliminó en la reforma constitucional de 2014.
ORTEGA – MORALES: DIFERENCIAS
Por más similitudes que haya entre el fraude de Morales y los numerosos fraudes de Ortega, los modelos económicos en que ambos mandatarios edificaron sus liderazgos son muy distintos. Las bases en que Evo Morales construyó su poder han sido sólidas, nada parecidas a las precarias sobre las que asentó Ortega su gobierno.
Evo nacionalizó el gas y el petróleo y no tuvo que mendigar el apoyo económico de Chávez, como Ortega. Evo consiguió durante una década construir bases endógenas para programas importantes de inclusión social, lo que Ortega nunca logró. El malestar nicaragüense inicia precisamente a caldearse con el declive de la cooperación venezolana.
Durante años, Evo Morales logró una solidez económica que le permitió negociar con las élites de Santa Cruz, mientras que con el gran capital nicaragüense Ortega aplicó simple y llana la fórmula de Somoza: ustedes hagan dinero, que yo haré la política… Otra fortaleza de Morales, que nunca tuvo Ortega, es la de las poderosas raíces indígenas que lo llevaron al poder y que lo han apoyado masivamente... hasta ahora.
PROCESOS SIN CONFIANZA
Aunque más fuerte su gobierno que el de Ortega, Morales temió, como Ortega, la segunda vuelta, un riesgo que no quiso correr, tan seguro estaba de que no la ganaría.
La atención internacional a la crisis boliviana fue inmediata. Los fraudes de Ortega no tuvieron en su momento ninguna atención mediática mundial.
La OEA, naturalmente, se vio conminada a actuar en Bolivia. Desde el primer momento la misión de observadores de la OEA señaló que en los comicios los principios de “legalidad, transparencia, equidad, independencia e imparcialidad” habían sido “vulnerados por distintas causas a lo largo del proceso electoral”. Se refirieron especialmente a la falta de confianza en la autoridad electoral y a la falta de credibilidad en la transmisión de los datos. A lo mismo que ha caracterizado los procesos en Nicaragua desde hace una década…
MIRANDO QUÉ HACE LA OEA EN BOLIVIA
Mientras la oposición reclamaba que el conflicto se resolviera con una segunda vuelta, la OEA se decidió finalmente por una costosa auditoría que realizará un equipo de expertos durante dos semanas para concluir en resultados que serán “vinculantes”. La oposición no la acepta porque no fue consultada y con justicia, reclama que participen auditores nacionales, mejor conocedores de las realidades que se van a examinar.
Con tantas actas y boletas desaparecidas, quemadas, cambiadas, y después de tanto tiempo alterada “la escena del crimen”, es muy probable que, más que un diagnóstico, la auditoría no sea más que una autopsia y Morales se quede en el gobierno hasta 2024.
El ex-Presidente de Bolivia, Jorge Quiroga así lo asume. Y teme al futuro: “En Nicaragua aprendimos -dijo- que el que viola la Constitución para quedarse, después mata en las calles de Managua para perpetuarse”.
El político liberal nicaragüense Eliseo Núñez ve a Morales con posibilidades de sobrevivir a esta crisis: “No tiene, como Ortega, un historial de fraudes y no ha perpetrado una matanza”. Se refiere también a que en Bolivia la institucionalidad no está tan destruida como lo está en Nicaragua y el Ejército boliviano está menos cooptado por Morales que el de Nicaragua por Ortega.
Los ojos del mundo están sobre Bolivia, como no lo estuvieron en los sucesivos fraudes de Ortega. Ahora, son los ojos de la oposición de Nicaragua los que miran con atención lo que suceda en Bolivia y cuál será la actuación de la OEA, para confirmar o no su falta de “garra” y proyectar una u otra actitud del organismo regional en lo que podría suceder en Nicaragua en una próxima contienda electoral.
La complejidad de los próximos comicios en Nicaragua, sean adelantados o no, sean en 2021 o ni siquiera entonces, la describe en páginas siguientes el politólogo José Antonio Peraza.
NICARAGUA: UN CASO EXTREMO
Terminamos este texto mientras en Ecuador la sublevación ciudadana y la de los indígenas, seguida de una pronta negociación, han abierto una transición con oportunidades de cambio, en Chile la indignación continúa en las calles y en Bolivia está por verse cómo sale la OEA de este desafío.
Mientras, aquí en Nicaragua continúa una represión que no cesa: se profanan las tumbas de los jóvenes asesinados, se persigue a sus madres, se impide cualquier expresión de protesta por mínima que sea, se sigue torturando en las cárceles y la dictadura no habla de negociar nada porque los “golpistas” ya fracasaron y todo ha vuelto a la “normalidad”…
Nunca deben compararse los dolores, pero la tragedia de Nicaragua es desproporcionada para el pequeño y empobrecido país que somos. Joel Hernández, relator para los derechos de las personas privadas de libertad de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ya lo dijo cuando en diciembre de 2018 el régimen de Nicaragua expulsó a la CIDH del país: “Nuestra región no había visto en mucho tiempo una situación similar a la de Nicaragua: que en tan poco tiempo haya sucedido tal número de violaciones a los derechos humanos del Estado en contra de la población”.
Meses después, cuando ya no se mataba en las calles, sino que se “juzgaba” en los tribunales a los presos políticos, que llenaban las cárceles, dijo: “No tiene precedentes en la historia reciente de América Latina ver a un universo tan alto de personas sometidas a detención y a procesos penales con tal cúmulo de violaciones al debido proceso”.
Y últimamente, ante la persistente negación de los responsables de todo esto, se ha lamentado: “El silencio del gobierno de Nicaragua ante repetidas solicitudes de solución es desolador. En Nicaragua se vive un estado de excepción y un estado de total cerrazón a todo tipo de solución. Todas las ventanas se han cerrado”.
“ASÍ NO SE CONSTRUYE UNA NACIÓN”
La voz de la Iglesia católica sigue alzándose para señalar las llagas de la tragedia nacional. El 4 de noviembre, la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis de Managua, publicó un mensaje que busca llevar “consuelo y fortaleza a nuestros hermanos en la difícil situación que continúa viviendo nuestro país, sometido a violencia, injusticias y saqueo de sus bienes”.
Dice el mensaje que “la actual crisis social, política y económica que vivimos ha venido a agravar la situación de una sociedad empobrecida y empujada a la miseria, donde pareciera que “el otro” ha dejado de tener valor”.
Se refiere al “alto índice de desempleo, a la falta de educación elemental, a la falta de un servicio de salud básico” y a la “aplicación de políticas económicas y tributarias con las que se pretende evadir la actual crisis, y que no son una respuesta adecuada a la recesión económica que estamos viviendo”. Proponen “crear un ambiente de confianza, justicia y libertad de expresión para conocer las críticas constructivas provenientes de amplios sectores de la sociedad”. Igualmente, lograr “la independencia de los poderes del Estado para evitar la concentración del poder”. Y como nada de esto existe hoy en Nicaragua, concluyen que “así no se construye una nación, a base de miedo y de presiones”.
PACIENCIA Y RESISTENCIA
Nicaragua se mira hoy en el espejo de las crisis que sacuden a otros países. Algo nos enseñan. Seguimos estancados en nuestra propia crisis desde hace más de año y medio, en vísperas de que se haga público el informe de la Comisión creada por la OEA para determinar en 75 días en qué punto está el conflicto político, social y económico en el que derivó la rebelión de abril de 2018.
Como todo sigue igual -y por tanto peor-, como el régimen persiste en negar los derechos civiles y políticos de manifestación, organización y expresión; como la represión continúa a cuentagotas, pero no falta ni un solo día, como el gobierno continúa determinado a impedir cualquier manifestación pública de rechazo, sólo queda la paciencia y la resistencia.
Ante el poder dictatorial, la mayoría social, que es azul y blanco, ha ido aprendiendo, no sin dolor, que la lucha cívica por la que optó desde el primer momento -y eso es también “sello” de la rebelión de abril- requiere de paciencia y de resistencia. Con su silencio los gobernantes repiten “no nos vamos, nos quedamos”, pero quienes los enfrentan nunca han dicho “no podemos, nos rajamos”.
La mayoría sigue resistiendo como puede. Y la dirigencia azul y blanco sigue trabajando por la formación de una coalición unitaria que debe recuperar las calles y que debe resolver tres enormes desafíos. El de presionar por ir a las elecciones en una coalición con una nueva casilla electoral, un nuevo nombre y nuevos símbolos y colores. El reto de ganarle en esas elecciones al FSLN la Presidencia y la mayoría parlamentaria. Y un desafío inmenso y de mediano plazo: mantenerse unida para gobernar durante cinco años, logrando de consenso todas las reformas necesarias que hagan posible la democracia y la justicia. Que nos garanticen que esta tragedia que aún no termina no se repita nunca más.
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