América Latina
Cuba: entre el deshielo y la democratización
Después de los primeros pasos para la normalización
de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba,
corresponde a los demócratas de dentro y de fuera de la isla
imaginar y construir
con fórmulas de justicia social, pluralismo político y prosperidad económica,
futuros alternativos para el pueblo cubano.
Armando Chaguaceda
Los cubanos tienen un dichodobre la vida diaria: “No es fácil.” Hoy, Estados Unidos quiere ser un socio para hacer que la vida de los cubanos sea un poco más fácil, más libre y más próspera. (Barack Obama)
La noticia de una paulatina normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha desatado abundante polémica. Washington marcó una ruta de acciones concretas, mientras que Raúl Castro se limitó a ofrecer algunas consideraciones, más bien generales, en torno al proceso. Desde entonces, se expande en la prensa y redes sociales un debate cuyos ejes son la validez, legitimidad y futuro de la política estadounidense de aislamiento hacia Cuba, su nexo con el pendiente proceso democratizador cubano y la viabilidad y consecuencias del proceso de diálogo y apertura para las relaciones bilaterales y para el régimen político de La Habana.
ARGUMENTOS
DEL EXILIO DE MIAMISegmentos radicales del exilio de Miami y políticos republicanos han reprochado a Obama su traición al pueblo cubano y al compromiso de los Estados Unidos en la defensa global de la democracia. Algo debatible, pues el mandatario no sólo enfatizó en su discurso la continuada apuesta en pro de la democratización de la isla, sino que la diplomacia de Estados Unidos no se basa en una inconmovible política de aislamiento a todo régimen que viole los derechos humanos. De ser así, Estados Unidos no tendría embajadas ni comercio con Arabia Saudita y Vietnam, ni con otros muchos gobiernos poco afectos a las ideas de soberanía popular y pluralismo político. Queda claro que otras variables de la geopolítica bilateral –los limitados intereses comerciales, el moderado riesgo militar– o de la política doméstica –el peso del lobby cubanoamericano dentro del establishment estadounidense– han servido, hasta la fecha, para el mantenimiento de la hostilidad contra La Habana.
Otro de los argumentos de los enemigos de la normalización consiste en señalar que, ante la actual crisis venezolana, el gobierno cubano se encuentra en una desesperada búsqueda de créditos e inversiones, lo que le haría proclive a una apertura política. Por eso, insisten en que los anuncios de Obama equivalen a una suerte de salvavidas navideño para el ahogado del Caribe.
Aquí se obvia la historia reciente. La experiencia del fin de la Unión Soviética (1991) reveló que un gobierno como el cubano, con total control de los recursos materiales y movilizativos del país, puede operar en condiciones de extrema restricción de recursos financieros y aislamiento diplomático. Adicionalmente, como ha explicado Carmelo Mesa Lago, en la actualidad una mayor –aunque insuficiente– diversificación de la matriz energética, el comercio y las inversiones del país caribeño disminuyen el potencial impacto del fin del subsidio petrolero venezolano.
Las relaciones diplomáticas de la Habana pasan por el mejor momento de toda la etapa revolucionaria. En suma: Cuba está en mejores condiciones para afrontar una –poco probable– crisis de la magnitud de la de 1989–1993 a contrapelo de un Estados Unidos crecientemente aislado en el entorno internacional –recuérdese la repetida condena en la ONU al bloqueo– y en los organismos interamericanos.
Por la naturaleza de su esquema pos-totalitario de dominación, el gobierno cubano apenas necesita, para sostenerse, de una reproducción simple que le garantice los recursos para la represión de los opositores, las ganancias –por el momento canalizadas al consumo en fronteras– de la élite político-militar y sus aliados menores –gerentes, artistas, nuevos ricos, oficiales de los cuerpos armados– y una canasta muy básica para una población desgastada en la lucha por la supervivencia cotidiana.
Para pasar a una reproducción ampliada –donde se sustituya la represión por un control hegemónico, donde las élites dispongan de capitales y mercados para la inversión allende el país, y donde se amplíe la base social del régimen–, sí precisa de un relajamiento o, en extremo, de la normalización de las relaciones con su poderoso vecino. Por ello, se abre una posibilidad de que los intereses de disímiles actores –los futuros dirigentes cubanos, la nueva clase media emergente, la disidencia cubana, etc.– coincidan, de forma aleatoria, con las condiciones generadas por la normalización.
LA HIPÓTESIS
DE LA OLLA DE PRESIÓNLa hipótesis de la olla de presión –agudizar las sanciones para provocar la sublevación popular contra el gobierno– debería ser, además, moralmente indefendible por quienes no compartimos la suerte y condiciones cotidianas de vida de nuestros compatriotas en la isla. Los costos, reales y simbólicos, de tan fracasada política los pagan los ciudadanos cubanos: tanto las mayorías que ven sus vidas cotidianas –ya precarias por el mediocre funcionamiento del modelo estatista– adicionalmente afectadas por las carencias provocadas por el embargo / bloqueo, como los acosados disidentes que ven su labor distorsionada por una propaganda oficial que les señala como “mercenariosde una potencia extranjera”. Entonces, probada la ineficacia de esta estrategia a lo largo de cinco décadas, el momento de probar algo distinto parece haber llegado.
El atizamiento del hastío interno como recurso político es también dudoso en su efectividad, pues no hay pruebas de que el mantenimiento o refuerzo de las sanciones dividiría a la élite, debilitaría su control político y envalentonaría a la población, sacándola a la calle. En todo caso, a mayor pobreza de la gente, mayor su dependencia respecto al Estado. Hoy ese Estado es, a la vez, patrón y policía de la ciudadanía toda. Mañana puede ser apenas policía si se abren mayores esferas de autonomía personal y colectiva.
¿HABRÁ DINÁMICAS DEMOCRATIZADORAS? Que defendamos lo correcto –en términos prácticos y éticos– de la iniciativa de Obama no nos lleva a asumir, peregrinamente, la fábula de que lanormalizaciónhabilitará, mecánicamente y en el mediano plazo, dinámicas democratizadoras decisivas.
Queda claro que el gobierno cubano no se compromete, por motivación propia, a ninguna apertura política como contrapartida del cese de las sanciones. No pasó en China ni en Vietnam, dos regímenes gemelos al cubano en cuanto a sistema político, mecanismos de control social e ideología de Estado.
De hecho, la élite cubana ha sostenido, en su estrategia hacia el exterior, dos posturas respecto a la relación bloqueo-democratización: la principal, en boca de sus dirigentes más destacados, insiste hasta el cansancio en que es posible dialogar con Estados Unidos pero sin hacer concesiones de principio,léase cambios políticos. La postura secundaria, ocasionalmente expresada por funcionarios de menor rango y dirigida a públicos y foros foráneos simpatizantes de la “Revolución”, ha coqueteado con esta ecuación: a menor acoso de Estados Unidos mayor posibilidad de apertura, pero sin asumir compromisos claros y explícitos sobre las formas y pasos que concretarían esta apertura.
De modo que, en el corto plazo, cabe esperar que la élite cubana seguirá sustituyendo las reglas de un Estsdo de derecho por su ejercicio arbitrario de los derechos del Estado. Las detenciones y actos represivos
con los que el gobierno cubano cerró 2014 y recibió el nuevo año apuntan en esa dirección.
PUEDE SER
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA A pesar de todo, y evaluados desde la sana combinación del optimismo de la voluntad y el pesimismo del intelecto, los complejos caminos derivados del acercamiento Estados Unidos-Cuba sugieren algunos escenarios interesantes. La ruta –incierta y dinámica– de la normalizaciónpresenta oportunidades para la pluralización de la sociedad civil, para una mayor autonomía de los sujetos económicos y para un ascenso de nuevas élites, más tecnocráticas / civiles y menos ideológicas / militares al mando del país.
Esto guardará relación con la resistencia y creatividad que muestre la oposición interna para adaptarse a las nuevas condiciones, así como con el modo en que el acoso unilateral de Estados Unidos se transforme en una política interamericana de promoción pacifica de la democracia y los derechos humanos, para lo cual los gobiernos latinoamericanos deberán ser menos complacientes con los desplantes y represiones de La Habana. En esa dirección, sería también deseable una mayor articulación de los activistas y organizaciones existentes en la isla con entidades reconocidas de la sociedad civil internacional (Amnistía Internacional y Human RightsWatch, entre otros), de modo que sea la iniciativa civil transnacional, más que cualquier agenda gubernamental extranjera, la que marque el paso de la democratización.
Si las sinergias entre los procesos de normalizaciónentre Estados Unidos y Cuba y de democratización–abandono del partido único, despenalización del disenso y apertura de los medios de comunicación y de la sociedad civil en la isla– no se producen –con actos concretoscomo el reconocimiento a la existencia y labor de las organizaciones defensoras de Derechos Humanos, la visita de los relatores de la ONU y la ratificación de los pactos suscritos por La Habana en esa materia en 2009– el proceso que ahora arranca significará otra oportunidad perdida para la causa de una Cuba plenamente reconciliada con los estándares regionales.
EL TIEMPO DE IMAGINAR La política, como el dios Jano, tiene dos caras: tanto las acciones de la élite como la movilización popular pueden contribuir a la democratización de un país o avalar inmovilismos y regresiones autoritarias. Hasta la fecha, el gobierno cubano –sin nada nuevo que ofrecer en cuanto a las vulneradas promesas “revolucionarias”– no ha dado muestras de procurar la democratización. Y la oposición –aunque meritoria en su resistencia y lento crecimiento– se ha revelado incapaz de frenar el autoritarismo.
Si la anunciada normalizaciónno va acompañada de procesos de empoderamiento ciudadano y cambio democrático, proseguirá la marcha triunfante del capitalismo autoritario, conjugando la retórica comunista y la explotación voraz de los trabajadores, mientras sus élites –y asociados globales– podrán lucrar, reprimir y perpetuarse con la venia hemisférica. Y como China, Cuba tendrá en el mediano plazo su autoritarismo colegiado, su burguesía roja, su internet con cortafuegos y su mercado sin república. Realidades para las que hoy, en un oscuro rincón de La Habana, se fraguan los cimientos.
Corresponde a los demócratas, de dentro y fuera de la isla, imaginar y construir –con fórmulas de justicia social, pluralismo político y prosperidad económica– futuros alternativos para el pueblo cubano.
POLITÓLOGO, HISTORIADOR
Y ACTIVISTA SOCIAL.
TEXTO PUBLICADO
EN “LETRAS LIBRES”,
EDICIÓN ESPAÑA, FEBRERO 2015. NÚMERO 16.
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