Nicaragua
El Nica: “Perdónenme, yo no he venido a molestar”
El 3 de mayo el nicaragüense-costarricense César Meléndez
recibió del Ministerio de Cultura de Costa Rica en el Teatro Nacional de San José el Premio Nacional al Mejor Actor Protagónico del año 2003.
Envío celebra su éxito.
César Meléndez
Desde hace dos años y medio y en casi 400 ocasiones -apenas cuatro o cinco de ellas en Nicaragua- y con lleno total en teatros, parroquias, centros culturales, escuelas y universidades ticas, César Meléndez ha encarnado a “El Nica”, en un monólogo de dos horas en las que su personaje, el emigrante José Mejía, narra al público costarricense sus problemas con desgarro, desesperación, humor, amor y una impresionante dignidad.
En escena, y en un chispeante diálogo con su crucifijo, Mejía le cuenta a Cristo los avatares del día que termina: acaba de recibir su escaso salario y aparta unos billetes para mandárselos a “la María”, que se quedó esperando en un barrio de Managua, ha conseguido un contrato para los próximos seis meses, está sorprendido porque su patrón le invitó a tomarse una cerveza y en la cantina, cuando el patrón se va, recibe una lluvia de insultos y burlas de parte de un grupo de jóvenes costarricenses. Mejía les contesta airado, cauteloso, orgulloso de su origen, pidiendo permiso y perdón. Y cuando termina su parlamento “se hizo un silencio... ¡y me cachimbearon!”. Reproducimos breves fragmentos del parlamento que se decide a soltar ante quienes lo ofenden, y que arrancan en el público lágrimas y carcajadas en un muy nicaragüense desorden emocionante. Son parte de un extraordinario libreto, escrito por Meléndez. Con estas palabras, con su voz, cuerpo y sus gestos, con toda su energía, transformada en una extraordinaria obra de arte, este Nica trabaja por una relación más humanista entre Costa Rica y Nicaragua y entre los pueblos de ambas naciones.
“Me les paré y les dije así: ¡Silencio! ¡Silencio! Yo, ¡yo! ¿Ah, con que tantos millones de hombre tendremos que hablar en inglés para que nos respeten la dignidad? ¿Qué se creen ustedes, que con sus palabras y con sus chistes y con sus burlas nos van a herir? Miren, muchos de nosotros no andamos aquí por gusto. Muchos de nosotros estamos aquí... porque nosotros... nosotros necesitamos ayuda. Y cuando uno tiene una emergencia, cuando uno tiene una emergencia en la vida, uno siempre recurre a los hermanos más cercanos. ¿Es así o no es así? ¡Y ustedes son nuestros hermanos más cercanos!”
“Ah, claro, se me olvidaba, es que ustedes, ustedes son los mejores... Claro, ¡ustedes son los mejores! ¿No es eso lo que han estado pregonando sus presidentes por toda Centroamérica? ¿Verdad que sí, que ustedes son los mejores? ¡Son los mejores! Permiso, pues... porque uno no quiere molestar.... ¡Yo no quiero molestar! Qué desgracia para ustedes, ¿verdad? Qué desgracia limitar con Nicaragua, ¿verdad? Yo estoy seguro que ustedes quisieran limitar con los Estados Unidos, ¿verdad? O quisieran estar ¡en el centro mismo de Europa!”
“Y uno no quiere molestar... No se preocupen, yo los entiendo. Se nota, ¡se nota! Yo sé que a muchos de ustedes aquí les molesta esto que yo les estoy diciendo... ¡Se les nota! Miren, yo no sé leer, pero sé leer en sus caras y sé que esto que estoy diciendo no les interesa. Y sé por qué no les interesa: porque nunca han sentido hambre. ¡Por eso no les interesa! ¡Ustedes nunca han pasado hambre! ¡Por eso no les importa! Ustedes no saben lo que significa sentir ardor en el estómago. Es más, ustedes ni siquiera se pueden imaginar lo que significa sentir en su propio estómago el ardor del hambre de todos sus hijos”.
“Uno no quiere molestar... Yo no quiero molestar... Pero... cómo quisiera yo, Dios mío, cómo quisiera yo tener las palabras, cómo quisiera tener la educación en esta cabecita para explicarles a cada uno de ustedes que yo no soy el responsable del hecho de estar aquí. Hermanito, creémelo, creéme, yo no soy el responsable de estar aquí, ¡yo ni siquiera sé por qué estoy aquí! ¡Ni para qué estoy aquí! Yo no entiendo por qué alguna fuerza oscura en el mundo nos empuja a todos los pobres con hambre a salir de nuestro país...”
“Perdónenme, perdónennos a los emigrantes, perdónennos a los extranjeros pobres, y si ustedes quieren, ¡perdónenme por Rubén Darío! Ese Rubén Darío que me enseñó mi mama, ese Rubén Darío que se recita hasta en las cantinas de Nicaragua. Perdónenme por un Sergio Ramírez Mercado, por Gioconda Belli, por los Mejía Godoy, por el padre Cardenal... ¡Miren, yo ni siquiera los conozco a ellos!, pero la gente que sabe dicen que sus novelas, que sus obras, que sus canciones, que sus poemas son famosos por todo el mundo, en todos los países... ¡Pero eso no es culpa mía! Hermanito, creéme, ¡eso tampoco es culpa mía!... No es culpa mía que a ustedes no les enseñen a idolatrar a sus escritores. Perdónenme, no es culpa mía que a ustedes no les enseñen a idolatrar a sus poetas ni a sus músicos. Perdónenme, no es culpa mía que muchos de ustedes, los que están aquí sentados, prefieran las cosas del extranjero que las suyas propias”.
“Perdoname, hermano, perdoname por haber pasado hambre, perdoname por haber caminado durante siete días a través de la montaña con mi María y con mi niña hacia aquí... Perdónenme por haber llegado a las dos de la mañana por el río San Juan y por intentar cruzar esos sesenta metros de largo para llegar a este país... Perdoname, hermano, perdónenme, porque en ese intento de querer buscar un mejor futuro para mi familia perdí a mi hija, ahogada en el río... Y todavía después de eso, yo regresé... Yo vine porque yo... yo pienso que cualquier padre, ¡cualquier padre! haría cualquier cosa por el futuro de su familia... Perdónenme, pues, por regresar, perdónenme por estar aquí de nuevo, perdónenme por venir otra vez. Perdónenme por regresar... ¡Es que el hambre es la que regresa todos los días! Todos los días regresa el hambre, hermanito, todos los días...”
“Perdónenme por estar en este país buscando trabajo, ¡cualquier trabajo! Y uno se pregunta: ¿qué pasaría con el grano de oro de Costa Rica si nosotros no estuviéramos aquí, ah? ¿Qué pasaría con el banano, con la caña, con la piña? Perdónenme por los cientos y cientos de guachimanes, de agentes de seguridad, de vigilantes en las calles, las casas, las escuelas, los colegios, las universidades, las iglesias, los teatros ¡que en su mayoría son paisas! Seguramente, ustedes se sienten muy incómodos sabiendo que su seguridad está en manos de gente tan analfabeta y tan inculta y tan violenta como nosotros, ¿verdad? Perdónenme por las miles y miles y miles de mujeres que cocinan para ustedes lo que ustedes se comen todos los días y que son las que le dan un besito a sus chavalos cuando se van a la escuela y que son las únicas que los reciben cuando regresan de la escuela, porque ustedes, sus papás, están demasiado ocupados con su propia vida”.
Perdoname vos, hermano, porque nosotros no cotizamos para la seguridad social, perdoname vos, broder, porque a nosotros nos pagan menos, ¡nos pagan menos del salario mínimo! Perdónenme también por la Sylvia Poll y por la Claudia Poll, ¡máximas glorias deportivas de Costa Rica!, únicas medallas olímpicas en toda la historia deportiva de Costa Rica...
Perdónenme ¡porque ellas nacieron en Nicaragua! ... ¿Y no se han preguntado ustedes donde nacieron algunos de sus Presidentes de la República? ¡Es más! ¡Hasta el Premio Nobel de la Paz se lo deben ustedes a Nicaragua! Porque si nunca hubiera habido guerra en Nicaragua, ¡ustedes nunca hubieran ganado el Premio Nobel de la Paz!”
“Perdónenme también por mi acento, pues. Perdónenme por mi forma de hablar. Perdónenme por este color indio tostado, perdónenme por estos ojos negros, perdónenme por este pelo negro, indio. En Nicaragua es un orgullo descender de los indígenas, pero yo sé que en Costa Rica no... Miren, yo les juro que yo no tengo culpa de ser así como yo soy... Yo no soy el culpable de haber nacido donde nací. Decime, hermano, ¿vos tenés culpa del color de tus ojos? Decime, hermanita, ¿vos tenés culpa del color de tu piel? ¡Yo tampoco, hermanita! ¡Yo tampoco soy responsable del país en donde yo nací! Yo no soy responsable de eso, ustedes tampoco lo son. Y yo no tengo culpa de que hace doscientos, trescientos, cuatrocientos, quinientos años atrás, todos los europeos lindos y cultos hayan llegado aquí a Costa Rica ¡y que no haya llegado ninguno a Nicaragua! ¡Yo no tengo la culpa! Miren: si las cosas hubieran sido al revés en la historia, hoy en día seríamos nosotros quienes viviríamos aquí... ¡Maldita sea, que no sea así! Las cosas son así... pero podían ser de otra manera. Si las cosas hubieran sido al revés, si simplemente hubieran sido al revés, hoy en día ustedes serían... ¡los nicas!”
“En alguna época a nosotros nos asesinaron periodistas, uno de ellos Pedro Joaquín Chamorro. Ese chavalo tuvo la osadía de denunciar a los corruptos ¡y por eso lo asesinaron! También tuvimos a Augusto César Sandino. ¡Eh! Ese otro chavalo tuvo la gran osadía de armar un ejército para expulsar al invasor extranjero... Y miren, Sandino hizo tan bien su obra, hizo tan bien tan bien tan bien el trabajo ese chavalo, lo hizo tan bien, que desde entonces y para siempre ¡espantó la inversión extranjera de Nicaragua!”
“Qué desgracia ser extranjero en un país extranjero, ¡sobre todo cuando uno no quiere ser extranjero! ¡Yo no quiero ser extranjero! Pero me tratan como extranjero... Necesito las palabras de Rubén Darío en mi boca, necesito las palabras de mi poeta...
Qué razón tenías, Rubén Darío, donde quiera que estés, cuando dijiste: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura... Dichosa la piedra dura, porque ésa ya no siente... porque no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo ni mayor pesadumbre que la vida consciente...”
“Perdónennos porque nosotros tenemos la pésima costumbre, la pé-si-ma costumbre de que cuando algo nos desagrada, cuando algo no nos gusta, lo decimos de frente, en la cara, y no en las espaldas ni a las escondiditas ni con cuentos ni en murmullos ni en risitas ni en grupitos ni con chistes... ¡lo decimos de frente!”
“Ah, perdónenme también por las tortillas tan grandes que hacemos... Todavía nosotros no hemos aprendido a hacerlas así, tan ralitas como ustedes las hacen, todavía no tenemos la maravillosa sensación ¡de que se nos deshagan en la mano! Todavía somos primitivos y las hacemos así: hermosas, gordotas... Perdónenme por vivir con las puertas abiertas, perdónennos por reunirnos en los parques, que es la única forma de que un extranjero pobre tiene de ver si entre nosotros mismos nos podemos ayudar, ya que ustedes no pueden. O no estoy seguro... si es que ustedes no quieren. ¡Yo no estoy seguro si es que ustedes no quieren ayudarnos!”
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